Por Javier Vieyra y Jacquelin Ramos

 

Hablar del Fondo de Cultura Económica (FCE) no solo es referirse a la editorial mexicana de mayor trascendencia en el mundo hispano, sino a una institución que ha sido un vértice esencial en la historia de la cultura, la educación y el pensamiento nacional.

Con sus 84 años de existencia, el FCE tiene presencia, a través de sus diez filiales, en España, Argentina, Colombia, Brasil, Ecuador, Venezuela, Guatemala, Chile, Estados Unidos y Perú, además de que sus 28 sucursales, en diferentes ciudades, se extienden a lo largo y ancho de toda la república. En su catálogo se hallan autores de la más alta categoría académica y literaria en el ámbito internacional, encontrándose siempre a la vanguardia dentro del volátil mundo del libro, sin contar que “el Fondo”, como se le conoce, es la cuna de los volúmenes más emblemáticos para varias generaciones de lectores y de importantes galardones que han estimulado a nuevos creadores para continuar con su labor.

Los inicios

Pero ¿en qué punto del tiempo dio comienzo este extraordinario baluarte? En entrevista exclusiva para Siempre!, el doctor Javier Garciadiego nos adentra en este fascinante camino cuyos inicios están estrechamente relacionados con la inusitada crisis económica de 1929. Este grave acontecimiento financiero, explica el historiador, encaminó a un grupo de amigos, encabezado por Daniel Cosío Villegas, a plantearse una serie de proyectos con el fin de que una crisis de tal magnitud no se volviera a repetir, se atenuaran sus afectos o la recuperación después de su paso comenzara de una manera más rápida; en resumen, deseaban enfrentar los problemas económicos con conocimientos técnicos y rigurosos y no, simplemente, desde una perspectiva romántica e improvisada.

“Lo primero que se hizo fue crear la Escuela de Economía, pero rápidamente fue evidente que no se contaba con los textos para que los profesores y los alumnos estudiaran adecuadamente. Entonces, en 1932, Cosío Villegas atendió una invitación del gobierno republicano español, el gobierno de la república desde 1931, para que impartiera conferencias y asesorías sobre cómo había realizado México la reforma agraria y cómo se enfrentaba al asunto de hacer productiva la nueva agricultura mexicana. Cosío Villegas, en efecto, fue a España en aquel año y pensó en proponerle a algunas editoriales ya establecidas en el país ibérico la posibilidad de hacer colecciones especificas sobre economía. En México no había grandes editoriales y Cosío Villegas pensó en Aguilar y en las editoriales vinculadas a Espasa, pero la respuesta fue negativa: regresó a México muy desalentado. Sin embargo, los amigos que estaban preocupados en la creación de la Escuela de Economía, como Manuel Gómez Morin, Jesús Silva-Herzog y Gonzalo Robles, le propusieron crear una editorial de temas económicos mexicana, sin reparar en la negativa española, y así fue como nació el Fondo de Cultura Económica en 1934”.

El miembro de El Colegio Nacional detalla que el nombre de la editorial es congruente con el hecho de que, en sus inicios, el Fondo era una editorial dedicada exclusivamente a títulos económicos, además de que empezó su incursión en las letras publicando la revista El Trimestre Económico. Garciadiego puntualiza que los libros que fueron auspiciados por el FCE hacia el año de 1936 habían sido traducidos por los escritores Salvador Novo y Antonio Castro Leal, aspecto que dejaba ver que en México no existían, en aquel tiempo, economistas profesionales. La institución había nacido como un fideicomiso apoyado por el Banco de Crédito Hipotecario, con una producción muy exigua que comprendía cuatro números del Trimestre y un par de libros al año, siendo alojada en unas oficinas de la calle de Madero. Sería hacia el año de 1938 que un cambio fundamental le daría nuevos bríos.

“Cosío Villegas fue enviado como representante del gobierno de México a Portugal, donde hizo amistad con el embajador del gobierno de la República Española en Portugal, Claudio Sánchez Albornoz, un gran historiador; casi al mismo tiempo de la llegada de Cosío Villegas estalló la Guerra Civil en España y, entonces, él y Sánchez Albornoz llegaron a la idea de que convendría invitar a un grupo de intelectuales españoles a que se trasladaran a México, a que continuaran su obra y a que colaboraran en la educación superior del país. Cosío Villegas tardó unos meses en conseguir el apoyo del gobierno de Cárdenas, en realizar las listas de los posibles invitados, en trasladarse a España a invitar a estos intelectuales: algunos de ellos colaboraban con el gobierno y con el ejército de la República, y estaban en plena guerra; unos aceptaron, otros no. Finalmente, los que accedieron se trasladaron a México hacia 1938”.

 

Tres clásicos

El director de la Capilla Alfonsina indica que una vez llegados estos intelectuales a nuestro país, el gobierno mexicano creó La Casa de España, organismo que fue concebido con una vida limitada debido al optimismo respecto a la duración de la Guerra Civil, y cuya función era ser una oficina coordinadora sin programas docentes propios. Sin embargo, esta institución carecía de una sede donde establecerse, por lo que Daniel Cosío Villegas puso a su disposición dos cuartos que pertenecían a las instalaciones del FCE, en la calle de Madero. Y es ahí donde Cosío Villegas le propuso a estos intelectuales ibéricos que, aunado a sus labores académicas en diferentes instituciones, pudiesen traducir algunas obras para la editorial. Así, la idea del brillante economista e historiador incorporaba, en beneficio de los mexicanos, el talento y pensamiento de españoles que poseían una virtuosa educación europea y una envidiable experiencia, incluso como traductores.

“El Fondo de Cultura se transformó gracias a este puñado de españoles. Rápidamente Cosío les pidió que tradujeran obras; no todos eran economistas, había filósofos, historiadores, politólogos, sociólogos. Entonces el Fondo terminó su etapa de editorial exclusivamente de economía para transformarse en una editorial de ciencias sociales y humanidades. Muy especialmente, se crearon colecciones con características comunes: un director, un colaborador, y la responsabilidad de publicar libros no de texto pero sí útiles para la docencia universitaria, una especie de manuales. Salieron a la luz los libros más importantes de tal o cual disciplina y luego sus clásicos. La primera fue la colección de Política y Derecho, y los responsables eran nada menos que don Manuel Pedroso y Vicente Herrero; después se hizo la colección de Historia y los responsables fueron Wenceslao Roces y Ramón Iglesia; también se hizo una colección de Filosofía a cargo de José Gaos y Eugenio Ímaz, y, claro está, de Sociología, con José Medina Echavarría al frente de la misma”.

Javier Garciadiego Dantan —quien presidiera El Colegio de México, heredero de La Casa de España— destaca la encomiable labor de Manuel Pedroso, “en términos de política, el profesor más sabio que vino a México”, pues no sólo impartía a sus alumnos instrucción politológica, sino también literaria, y así lo reconocieron sus discípulos Carlos Fuentes y Sergio Pitol, por mencionar algunos. Adicionalmente, bajo su dirección en la colección de Política y Derecho se tradujeron autores contemporáneos fundamentales como Hermann Heller, y clásicos como Thomas Hobbes, y las Utopías del Renacimiento. Autores y obras de la misma categoría fueron realizadas en las colecciones restantes, siempre con la mentalidad moderna que tenía Cosío Villegas, y sobre todo con pluralidad disciplinaria e ideológica, el verdadero tesoro del FCE para Garciadiego.

“Existe un punto que merece ser subrayado. Creo que hay que destacar la traducción de tres clásicos que están por encima de cualquier colección, el primero es Max Weber, que se tradujo aquí antes que a cualquier otro idioma, prácticamente del manuscrito alemán; el segundo es Heidegger, traducido por primera vez al español por José Gaos; y el tercero, Karl Marx, que hasta ese momento había sido un pensador leído solamente por políticos radicales y por lideres sindicales, pues no era un autor del ámbito académico, al menos no en el mundo hispanoamericano, y las traducciones de Wenceslao Roces, hechas inmediatamente al llegar a México, lo hicieron un pensador y un autor académico. La pluralidad es expresiva en esto: el FCE es la editorial que estaba publicando a Heidegger, que para muchos es un pensador asociado al fascismo, y al mismo tiempo publicaba a Marx, e igualmente a Weber, muy distante del materialismo histórico. Otra prueba de su pluralidad ideológica: en la colección de Economía, dirigida desde su llegada por un economista profesional, se publicó a Marx, a Adam Smith, a David Ricardo y a Keynes”.

El también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua puntualiza que es en los años de 1945 y 1946 cuando, a raíz de las críticas por traducir únicamente autores extranjeros en las disciplinas mencionadas, se crearon dos colecciones: Tierra Firme y Biblioteca Americana. En ellas, se dieron a conocer clásicos latinoamericanos, hispánicos, y pensamiento contemporáneo sobre la problemática de los distintos países del continente; para ello influyeron varios personajes, como Alfonso Reyes, quien fungió como gran asesor de la editorial aunque nunca fue parte de ella, y Pedro Henríquez Ureña, maestro de Cosío Villegas, que vivía en Argentina y que construyó, prácticamente, el catálogo de ambas colecciones. Pedro Henríquez Ureña murió en 1946, retomando entonces la conducción del proyecto su hermana Camila, y también Arnaldo Orfila Reynal, que era desde 1945 gerente de la filial del FCE en Argentina. Otro momento culminante para el Fondo llegó a mediados del siglo XX, con la colección Letras Mexicanas, que se dividió en dos series. Primero, la relativa a las obras completas que se conformó por numerosos volúmenes de gran formato en que aparecieron las trabajos completos de autores como Ruiz de Alarcón, Sor Juana, Mariano Azuela y Alfonso Reyes. Y por otro lado, obras de pequeño formato, no completas, sino individuales, que le abrieron sus páginas a los escritores mexicanos del momento.

“Podemos decir que esa colección apuntaló la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Un buen ejemplo, tal vez el primero y el más importante, Juan Rulfo con sus dos obras; luego Carlos Fuentes, que publicó La región más transparente. Entonces, también se debe al Fondo de Cultura Económica el fortalecimiento, la consolidación de la literatura mexicana de los años 50 en adelante. Aunque paralelamente la institución continuaba fiel a sus colecciones originales de Economía, de Política, de Historia, y seguía muy devota al respaldo a la educación universitaria; esto es, publicar para ciertos públicos, de alumnos y profesores universitarios, sobre todo traducciones, para ponerlos al día con el pensamiento norteamericano, el pensamiento europeo”.

Enormes servicios

Garciadiego, autor de El Fondo, La Casa y la introducción del pensamiento moderno en México, por último, dibuja un balance de la gestión de Arnaldo Orfila al frente del FCE. Orfila había llegado a encabezar la institución, a la partida de Cosío Villegas, primero como director interino en 1948 y después como director en 1952, dirigiendo anteriormente la filial en Argentina de la editorial. Se trataba de un hombre de inmensa experiencia, al que se debe la creación de dos colecciones más: los Breviarios y la Colección Popular. La primera se componía de pequeños manuales de diferentes disciplinas que trascendían las colecciones originales del FCE, como arte, ciencia y arqueología. Mientras que la Colección Popular representó el proyecto de publicar libros de precio módico sobre temas coyunturales del presente. La difusión de obras que debido a su importancia merecía una mayor atención también fue patente en este periodo, pues autores como Juan Rulfo, publicado primero en Letras Mexicanas, pasó a la Colección Popular, lo mismo que algunos títulos de Azuela, Reyes y Fuentes. Así, para Javier Garciadiego el FCE puede definirse como un auténtico pilar de la cultura mexicana moderna.

“El Fondo de Cultura Económica nos ha permitido a los mexicanos estar en contacto con el pensamiento moderno, desde el siglo XVIII hasta la época contemporánea, con el pensamiento que se produce en Estados Unidos y en Europa, pero, además, con lo mejor de la literatura mexicana. Esa es, a mi modo de ver, la riqueza incalculable del FCE, una institución que le ha dado a este país enormes servicios”.