Vicente Ramos González

Antes de principiar el tema, quiero aprovechar la ocasión para desearles un muy feliz año nuevo colmado de salud y unión en su familia.

Vayamos al tema de esta entrega: indefectiblemente, después de nacer, lo único que nos espera es envejecer. Sin embargo, no todas las personas estamos conscientes de ese proceso. La juventud es un momento efímero, que de no aprovecharse a plenitud, nos llevará a una vejez de carencias, enfermedades, pobreza extrema. En este sentido, hay que analizar con mucha atención este fenómeno social que está haciéndose presente, cada día con mayor fuerza, en México y América Latina. Para el año 2050, esta región será de viejos. Es un escenario que demandará un proceso complejo de parte de instituciones públicas para resolver y promover sociedades más saludables, mejor protegidas y más preparadas para este escenario.

La Organización de las Naciones Unidas plantea el siguiente panorama: en 2010 la población en América Latina y el Caribe, un tercio de los habitantes, es decir más de 220 millones de personas, tenía menos de 20 años. En sólo cinco años la situación tornó rápidamente, pues en 2015 la población joven había disminuido a 217 millones y para 2023 los jóvenes dejarán de ser los más importantes en términos demográficos.

Por su parte, el Fondo de Población de las Naciones Unidas proyecta que en 2045, el grupo de edad entre 40 a 59 años será el predominante y para 2052, las personas mayores de 60 años será el más grande.

Teniendo en cuenta que el volumen de viejos en la sociedad será cada vez mayor, especialistas en la materia señalan que, entre otras acciones, el sistema de seguridad social debe cambiar su enfoque en áreas como la salud, desarrollo económico y humano, derechos humanos, respeto del medio ambiente, salud sexual y reproductiva y, básicamente, envejecimiento de la población.

Son dos los principales retos inmediatos del envejecimiento. Por un lado, ajustar a este nuevo contexto la cuestión laboral y de pensiones, incrementando la cobertura de sistemas de jubilaciones y ampliando la contratación de adultos mayores en empleos apropiados a sus condiciones físicas. El otro reto se refiere al de la salud de los mayores de 60 años, que es un punto central.

En este sentido, las vulnerabilidades que se tienen a lo largo de la niñez, adolescencia y juventud se traducen en problemas de salud en el envejecimiento. La mala dieta, los malos hábitos y la falta de acceso a los sistemas de seguridad aumentan las posibilidades de enfermedades en los viejos y ningún sistema de salud del mundo soportaría el efecto del crecimiento de la población adulta mayor demandando servicios para atender sus enfermedades, las cuales en su mayoría son crónicas y representan un alto costo económico para las instituciones de salud del sector público.

Aducen los especialistas en la materia, que habría que cambiar hasta el entrenamiento del equipo médico de las instituciones públicas de salud, pues con más viejos, se necesitarán más médicos especializados, enfermeras, técnicos y terapeutas.

Aunque la cobertura de los sistemas de seguridad social de la mayoría de las naciones de América Latina y el Caribe, incluido México, ha aumentado la rapidez del crecimiento del envejecimiento de la población es más acelerado. Es una carrera contra el tiempo que requerirá la inversión de presupuestos millonarios de los gobiernos, situación que no es el común denominador en la región.

Abundando en el tema de las pensiones, el debate se ha abierto en los países emergentes latinoamericanos porque este rubro es el dolor de cabeza para los sistemas hacendarios. Los esfuerzos se concentran en la búsqueda de una solución a futuro inmediato no sólo sobre bases financieras y fiscales, sino de localizar modelos que funcionen para el otorgamiento de pensiones a adultos mayores que no afecten a otros ámbitos que también demandan las sociedades.

Como vemos, el envejecimiento acelerado es un panorama sombrío sobre todo para los gobiernos latinoamericanos. Ser viejo se ha convertido casi en un pecado, es un pesado lastre tanto para las personas que están en esta etapa de su vida como para sus familiares e instituciones gubernamentales. Es una realidad que demanda asimismo un cambio en la cultura de las sociedades. De ninguna manera se debe permitir que los ancianos sean relegados de beneficios a los que tienen derechos plenos como personas que participaron de manera activa en el desarrollo y crecimiento de sus regiones.

Es en la familia donde deben principiar las acciones concretas para darles una vida digna a sus ancianos. De ahí debe partir toda una cadena de estrategias de beneficios para las personas que llevan en sus espaldas el fardo del ineludible paso de los años.