Asistimos al inicio de un nuevo sexenio, pero también a un cambio de régimen. En los días, meses y años que vienen veremos cómo se realizan grandes modificaciones en el aparato público; contemplaremos, no sin sobresaltos, que se dotará de nuevo contenido a las instituciones que ya no funcionan y que se crearán otras nuevas.

Por supuesto, los pasos en falso, las contradicciones y las salidas inoportunas crearán problemas, algunos pequeños y subsanables, otros que requerirán de una sabia ingeniería política y varios que no hallarán solución, no por lo menos en el corto plazo.

Lo esperable es que el nuevo equipo gobernante obre con cautela y que, sin renunciar a lo prometido en campaña, evite pleitos innecesarios y sustos que al margen de la intenciones tengan consecuencias graves. La gente del poder debe tener presente que cualquier error, por mínimo que sea, será magnificado por sus enemigos, por los críticos pagados y gratuitos e incluso por los mismísimos seguidores del flamante mandatario.

El presidente Andrés Manuel López Obrador y los suyos deberán evitar los giros graciosos que generan fobias. El término “fifí” y otros de ese talante deberán ser eliminados del nuevo diccionario del poder. Decía el inolvidable Víctor Rico Galán, gran articulista de Siempre!, que las broncas se dan gratis, y que por eso mismo no hay por qué comprarlas. Eso tendrán que aprenderlo los morenistas.

Andrés Manuel López Obrador llega cuando hay un desquiciado en la Casa Blanca, en un momento extremadamente delicado para el país, después de casi siete lustros de bajo crecimiento económico y con dos tercios de la población en la pobreza; con una clase capitalista amamantada desde siempre por el Estado, acostumbrada a cerrar sus tratos mediante los consabidos moches y favorecida por leyes y costumbres que propician el abuso.

En el sector público, el despido de 75 por ciento de los empleados por honorarios producirá un severo problema laboral, pues se van quienes trabajan y se quedará el personal, indisciplinado, tramposo, corrupto y habituado al más minucioso cultivo de la improductividad. Las nuevas autoridades seguramente se dirán que —con el perdón— con esos bueyes hay que arar, pero los primeros resultados obligarán a enmendar el camino.

Y si algo hiciera falta, está sobre el tapete, como el reto mayor, la inseguridad, para la que se propone una guardia nacional que puede representar un problema mayor. La cuarta transformación será una cama de clavos que no permitirá dormir en paz.