Por José Alvarado*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a semana pasada nos enteramos de que somos algo más de 48 millones de bocas, de cerebros, de pares de ojos y de pares de brazos. Hace medio siglo, allá cuando se iniciaban los años de la década de los veintes y el general Obregón escapaba de la vigilancia de Carranza, los textos de geografía atribuían al país 14 millones de habitantes, uno menos de los contados en el año del Centenario en el crepúsculo de Porfirio Díaz y seguramente perdido en los campos de batalla revolucionarios o por el éxodo de tanto fugitivo hacia Texas, Arizona y California. En esa época, mientras el jazz y el charlestón nos comenzaban a llegar del Norte, había en los Estados Unidos 100 millones de seres. Entonces nuestra población era poco más de la séptima parte de la de los vecinos; hoy es casi la cuarta, pues en Norteamérica se ha duplicado el número de primos hasta alcanzar la suma de 200 millones, mientras aquí ha crecido la raza de bronce en más de tres tantos.

Ello nos puede dar una idea de la proporción de nuestro ascenso demográfico si se le compara con el de otros países, bastante más prósperos que el nuestro y un nivel de vida muy superior. Es, por otra parte, el caso de todas las naciones de la América Latina donde la tasa de crecimiento de la población es muy superior a la de Estados Unidos y Europa. Pero nos ofrece a los mexicanos un dato para meditar muy seriamente en varios problemas derivados de este hecho. Por lo pronto más de 48 millones de bocas representan una demanda de más tortillas, más frijoles, más teleras. más bisteses, de aguayón o filete, más leche y, sin duda mayor cantidad de chile serrano, chile guajillo o chile cascabel y, además, de yerbabuena y de culantro para dar sabor al caldo.

No sólo: van a hacer falta muchísimos empleos para esos más de 48 millones de pares de brazos y suficientes libros para otros tantos pares de ojos. Más aulas y maestros para niños y jóvenes; aumento de toneladas de acero en la siderurgia, de productos de la industria química y de kilovatios en las redes de energía eléctrica. No sería bueno, por supuesto, un más grande consumo de mezcal o de pulque, ni de ron ni de charanda; pero sí sería indispensable la fábrica de mas zapatos y la edificación de más viviendas

Y algo mas: no sólo debe pensarse la cantidad de los habitantes, sino, muy especialmente, en su distribución sobre la superficie del país. El licenciado Echeverría se ha referido, muy recientemente, a la necesidad de llevar a 50 mil ejidatarios yucatecos, víctimas del hambre, a otros sitios donde puedan encontrar la subsistencia, sea útil su trabajo y encuentren acomodo verdadero en la sociedad; hacerlos, en suma, mexicanos auténticos, ciudadanos eficaces y sacarlos de su condición de parias en una especie de colonia explotada por sus propios compatriotas. Y se habla ya de la urgencia de descentralizar la industria para interrumpir el constante acceso de hombres y familias al Distrito Federal y zonas aledañas en busca de trabajo.

Se requiere además la organización de las zonas urbanas y una nueva estructura de los servicios públicos. Ya son tres las urbes del país dentro de cuyos perímetro se congregan más de un millón de humanos y en la zona metropolitana del Distrito Federal existe la monstruosa suma de ocho y medio millones de personas. No es muy halagüeño saber que la cuarta ciudad del país en población, con más de medio millón de habitantes, es Ciudad Nezahualcóyotl, tan escasa en servicios públicos de toda índole y en los más elementales bienes de la civilización contemporánea. Hay todavía, y lo sabe todo el mundo, núcleos de población indígena abandonados y oprimidos, al grado de que numerosos grupos de tarahumaras, coras y tepehuanes no fueron incluidos en el Censo por imposibilidad material. ¿A qué hablar, otra vez, de la patética miseria en comarcas rurales tiernas y en el olvido?

No sabemos todavía, pues no se han concluido las operaciones estadísticas, cuántos de esos 48 millones y pico de mexicanos lo son de cierto y cabalmente, miembros activos de la sociedad y participantes verdaderos en el conjunto de ciudadanos o, como dicen los políticos iletrados y pedantes y más de un confuso funcionario, de la ciudadanía. Pero hay muchos todavía en la condición de los ejidatarios yucatecos y de los candelilleros potosinos coahuilenses y nuevoleoneses.

En resumidas cuentas: somos más de 48 millones de habitantes; pero ello constituye un frondoso, tupido árbol de problemas y es necesario pensar en estos desde ahora mismo. Si no…

*Texto publicado el 11 de marzo de 1970 en la Revista Siempre! Número 872.