Escribir o tratar de pronosticar lo que suceda sobre el Brexit y la Unión Europea se ha vuelto un tema vitriólico. No solo por lo que pueda suceder, que es algo que todo mundo sabe: la relación entre la Gran Bretaña y la UE nunca volverá a gozar de buena salud, está tocada de muerte. Se equivocaron quienes creyeron que jugar con el referéndum para decidir la suerte de la “pérfida Albión” y la organización europea era algo baladí. Tremendo error para los partidarios del Brexit y grave flaqueza para los contrarios que no acudieron a las urnas con la profusión requerida. Lo único cierto es que el tiempo corre y la fecha fatal se avecina sin que nadie pueda impedirlo: el 29 de marzo ya no está tan lejano como parecía. Con la última campanada de ese día, todo se habrá consumado o casi.

Mientras tanto, la primera ministra Theresa May hace todos los malabares por sortear la situación, pero se le acaban los recursos y sus adversarios no le perdonan ni el más mínimo error. Justo antes de empezar a escribir este reportaje, el lunes 17, el líder laborista Jeremy Corbyn ideó una “solución” para presentar una moción de censura contra la mandataria británica sin asumir los riesgos que conlleva una medida parlamentaria tan drástica.

El “amigo” del nuevo presidente de México, Jeremy Corbyn anunció el día citado el registro en la Cámara de los Comunes de una moción “personal” contra la señora May por haber retrasado la votación del acuerdo del Brexit el día 11 de diciembre. Al no hacerla directamente contra el Gobierno, aunque saliera adelante (con altas posibilidades de que así sucediera), no significaría obligatoriamente el adelanto de las elecciones generales.

Al presentar su moción de esta manera, el laborista juega a dos bandas. Primero da lugar a que la primera ministra se prenda fuego ella misma, con la ayuda de la propia oposición interna de su partido, y, al mismo tiempo darle gusto a un amplio sector del laborismo que le reclama dar ya el golpe definitivo. Pero esto no es tan fácil. El sistema parlamentario inglés es tan enredado como el estadounidense, por algo son parientes cercanos. Sin embargo, el anuncio de Corbyn ya causó daño. Pero la aparentemente débil señora May no se deja doblegar con facilidad.

La mandataria británica no es de piel delicada, aunque parezca lo contrario ya que desde el 2012 tiene que aplicarse varias inyecciones diarias de insulina para controlar su diabetes tipo 1. Pocos días antes de la maniobra de su adversario laborista Theresa May sobrevivió el miércoles 12 a la moción de confianza activada por el ala dura de su propio partido por un margen de 83 votos —200 a favor frente a 117 en contra—, en uno de los días más frenéticos y caóticos de que haya memoria en el Palacio de Westminster.

Para sobrevivir, la mala bailarina que goza del baile, pero hábil política, pagó un alto precio para continuar temporalmente en el cargo y se comprometió a “no liderar el partido” en los próximos comicios, previstos para el año 2022. Muchos recordaron en ese momento lo que semanas antes había anunciado Angela Merkel, la canciller germana, cuando informó que al terminar su periodo de gobierno ya no volvería a presentarse a ningún puesto político, ni al de su partido. Tras superar la prueba de fuego, Theresa May posibilitaba su permanencia como dirigente del Partido Conservador al menos durante el próximo año, más o menos doce meses.

Superar la moción de censura no cambia nada en el espinoso asunto del acuerdo del Brexit que continúa sin respaldo parlamentario suficiente. Tras salvar la rebelión interna Theresa May dijo que su “misión renovada” es “lograr el Brexit, unir al país y construir un Reino Unido para todos”. Decirlo es relativamente fácil, lograrlo es lo difícil.

En buena medida, May supo jugar bien sus cartas. Las prisas de sus adversarios euroescépticos, los propósitos de propinarles a estos rebeldes una lección por parte de los parlamentarios más moderados y leales, el miedo a un adelanto electoral que diera la victoria a la oposición laborista, y sobre todo, la sensación generalizada entre los conservadores de que no solucionaban nada tirando a May, inclinaron la balanza a su favor. Y, finalmente, para satisfacción de los más escépticos, su decisión de “no aferrarse al poder”. Eso fue lo fundamental.

Al final de cuentas, la primera ministra británica, Theresa May (Sussex, 1956), con su fama de mano dura (lo que ha hecho obligado que se le compare con otra mujer de excepción, la primera ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, que hizo famosa su frase: “Voy a luchar para ganar”), y su sorprendente resiliencia a prueba de casi todo, pudo lograr lo que ni los conservadores creían: juntar a eurófilos y eurófobos en el gabinete al tiempo que hacía acto de presencia en Bruselas como “una mujer terriblemente difícil” que, como dijo la lideresa escocesa de los tories usando un manido españolismo: “May ha demostrado tener cojones de acero” (cojones of steel en inglés original), a la hora de desafiar a los rabiosos euroescépticos que trataban de tirarla del caballo en la última curva del Brexit. Para que nadie se llamara a engaño, ese mismo día, Theresa remedó a su antecesora en el cargo: “Voy a luchar con todo lo que tengo”. Para bien o para mal, desde que ascendió al poder el 13 de julio de 2016, la sombra ambivalente de la Dama de Hierro ha pesado sobre ella. Con toda razón.

Las turbulencias que ha desatado el Brexit en Gran Bretaña y en todo Europa han sido de pronóstico reservado. Desde que David Cameron convocó el referéndum que equivocadamente creía iba a ganar hasta las últimas reuniones del Partido Conservador en que se trató de desmontar del poder a la señora May, todo el panorama se llenó de símbolos contradictorios. Hasta el escenario del pasado congreso del Partido Conservador en octubre último, donde la primera ministra entró bailando al ritmo de la canción Dancing Queen, una de las piezas favoritas de la hija del pastor de la Alta Iglesia Anglicana, Hubert Brasier, que falleció cuando Theresa frisaba 25 años de edad. Por cierto, el mismo año de la muerte de su progenitor fue el de su madre. La actual mandataria británica fue educada en un ambiente de clase media en el que el mérito y el esfuerzo se premiaban. De ahí que su último triunfo dentro del Partido Conservador demuestre el espíritu de lucha de una superviviente nata. Por lo mismo, sus amigos más cercanos dicen que Theresa nunca ha dejado de bailar, aunque lo haga sin mucho ritmo, como la mayoría de los ingleses.

Además, la señora May —que adoptó el apellido de su esposo, Philip May, al que conoció desde sus días universitarios en Oxford (alma mater también de Margaret Thatcher, donde la vida estudiantil y la actividad política se mezclaban irremediablemente), merced a una amiga en común que posteriormente sería gobernante de Pakistán, Benazir Bhutto (Karachi, 1953-Rawalpindi, 2007), con el que contrajo matrimonio en 1980,— en sus tiempos juveniles no pintaba para la actividad política, más bien le apasionaban las cosas de la moda. En una entrevista declaró: “Si tuviera que elegir una sola cosa que llevarme a una isla desierta sería una suscripción vitalicia a la revista Vogue”, así como que tenía la ambición de llegar a ser primera ministra de su país.

Rafa de Miguel, uno de los biógrafos de Theresa May describe a la segunda mujer en llegar a la cúspide política del United Kingdom (UK) en los siguientes términos: “El ideario de May resulta contradictorio, y quizás es esa confusión la que le ha permitido navegar en aguas turbulentas durante décadas de carrera política. Es conocido su afán por modernizar el Partido Conservador y conducirlo a un espacio de moderación y consenso, por acercarlo al ciudadano medio británico. No tuvo reparo en abrir los ojos a sus compañeros en el congreso de 2002 y advertirles de que, entre los votantes, eran conocidos como el Nasty Party (el partido antipático). “Debemos demostrar a los votantes que somos el partido que conserva lo mejor de nuestra herencia, pero que no tenemos miedo al cambio. Un partido patriota, pero no nacionalista”, dijo en octubre de este año en su discurso de Birmingham, al cerrar el congreso anual de los conservadores. Al mismo tiempo que defiende los matrimonios del mismo sexo es capaz de exigir una reducción del número de semanas para interrumpir legalmente el embarazo, reclama modernización, pero defiende la caza del zorro. Proclama integración y, sin embargo, ofrecer un discurso duro con la inmigración”.

En pocas palabras, Theresa May ha sido una “premier” de hierro que pudo navegar en aguas procelosas la zozobra del Brexit, pero en un año, por lo más, pondrá punto final a su carrera política. VALE.