Desde el lejanísimo año 259 a. C., cuando los pescadores de la tribu celta los Parisii se asentaron a orillas del río Sena, donde los romanos fundarían doscientos años más tarde, en el 52 a. C., una ciudad llamada Lutecia, la que ahora conocemos como París, ahí mismo han sucedido infinidad de hechos históricos de todo tipo. En la capital de Francia el pueblo, por hambre, implantó el Régimen del Terror (la terreur). Hace 225 años, en 1793 el desesperado populacho llevó a la guillotina al rey Luis XVI y a su reina, María Antonieta. Dado el caso, los franceses no se andan con chiquitas. Por eso, la Revolución Francesa es paradigma de todos estos movimientos sociales.

París ha sobrevivido a muchas guerras, nacionales e internacionales. En 1944, un año antes del final de la II Guerra Mundial estuvo a punto de ser destruida, al menos ese era el propósito del dirigente nazi Adolf Hitler. Incluso dio la orden para acabar con los principales edificios parisienses, sin perdonar ni la catedral de Notre Dame, ni los vetustos puentes sobre el Sena, ni el Museo del Louvre, ni muchos otros sitios parisienses que son símbolos de la cultura de Francia y de la humanidad. Se cuenta que Hitler le preguntó al general Dietrich von Choltitz, comandante de la invadida capital francesa: “¿Brennt Paris? (¿arde París?), que era lo que le había ordenado cuando la liberación de la histórica urbe era inminente. Por las razones que guste, París no se incendió y continuó en pie para orgullo de sus habitantes y del mundo entero.

¿Quiénes fueron los culpables?

Ahora, los titulares decían al principiar el mes de diciembre: “Arde París sumido en el caos de la revuelta de los «chalecos amarillos»“. Esa era la situación que imperaba en la Ciudad Luz en los últimos días. La tercera jornada de protesta del movimiento de los “chalecos amarillos” —del que ya Siempre! publicó sus orígenes la semana anterior— culminó el sábado 1 de diciembre con la ocupación del Arco del Triunfo, en la Plaza de la Estrella, y muchos enfrentamientos seguidos de incendios y barricadas en una dimensión imprevisible y fuera de lo común.

El panorama que se presentó era desolador. Con cañones de agua y unidades especializadas en el disparo de cargas de gases lacrimógenos, 5 mil miembros de las Compañías Republicanas de Seguridad (antidisturbios) fueron desplegados en los Campos Elíseos con el fin de “disuadir” estallidos de violencia. Y entonces se armó “la de Dios es Cristo”. Militantes de extrema derecha, activistas de extrema izquierda y “chalecos amarillos” comunes y corrientes se enfrentaron a las fuerzas del orden.

¿Quién fue verdaderamente el causante de la violencia de los movimientos de los “chalecos amarillos” el 1 de diciembre, sobre todo en París? ¿Fue el propio movimiento en que se autorradicalizó? O fue dirigida por grupos de activistas tanto de extrema izquierda o de derecha, como los denunció el ministro del Interior, Christophe Castañeda, y su secretario de Estado, Laurent Núñez. Tres días más tarde de los escenarios de insurrección era difícil establecer con precisión las responsabilidades de cada uno. Una cosa es segura, un núcleo duro de aproximadamente 2,000 o 3000 militantes, de uno y otro bando, claramente buscó el choque con las fuerzas policiacas.

Quien haya sido el promotor de la violencia podría saberse más tarde, el hecho es que jóvenes y otros no tanto, ataviados con los ahora famosos “chalecos amarillos” —que ya superaron su condición de vestimenta preventiva en caso de accidentes en carretera—, y cámaras antigases lacrimógenos, comenzaron sucesivos intentos de “manifestación” que culminaron hacia las doce del mediodía ocupando el Arco del Triunfo —construido para mayor gloria de los triunfos del corso Napoleón Bonaparte—, símbolo de la Francia moderna donde los presidentes de la V República celebran las grandes ceremonias políticas nacionales e internacionales, como la del reciente Centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, a la que asistieron 80 jefes de Estado y de Gobierno.

Los centenares de fuerzas policiacas que acordonaron el monumento no se atrevieron a cargar contra el lugar donde se encuentra la Llama del Soldado Desconocido. Pero los “chalecos amarillos” sí lo hicieron, una y otra vez, contra los policías, gritando muchas consignas como: “¡Macron renuncia!”, y las paredes fueron “mancilladas” con pintas de este tipo: “Macron me ha matado”, “la ultraderecha no ganará”, “vivir libre o morir”, “¡viva la revuelta!”…

Como medida de seguridad, la zona aledaña a los Campos Elíseos se cerró al tráfico personal y vehicular. Comercios, restaurantes y hoteles fueron los principales afectados. París sufre severa crisis turística desde los graves atentados contra la revista satírica Charlie Hebdo en enero de 2015.

En otras partes de París, en las inmediaciones de la Estación de Saint Lazare, en varias avenidas del distrito XVI, con vistas a la Torre Eiffel, en la Plaza de la Vendome, en el edificio de la Bolsa de París, en las avenidas donde se encuentran grandes almacenes, los enfrentamientos entre manifestantes y policías culminaron, después de muchas horas, con el incendio de automóviles y el “levantamiento” seguido de destrucción de endebles barricadas. La radio y la televisión informaban ininterrumpidamente sobre los acontecimientos: “Escenas de caos”, “Barricadas, coches incendiados, tiendas saqueadas”.

Macron horrorizado

Mientras París ardía con violencia impresionante, el resto de Francia se manifestaba con precaria calma, con muchos cortes y bloqueo de carreteras y autopistas, sin mayores incidentes. Según el Ministerio del Interior, alrededor de 80 mil “chalecos amarillos” salieron a la calle en todo el país, mientras que la policía envió 5 mil agentes antidisturbios para tratar de controlarlos. Irrisorio. Por su parte, sindicatos y personajes políticos oscilaban entre los intentos de recuperación de la calma, y la condena de la violencia y la denuncia del “inmovilismo” del gobierno. Sin embargo, todos coincidían en algo: nadie quiere más violencia.

Así las cosas, antes de reaccionar públicamente, como jefe del Estado, ante la gran crisis nacional precipitada por los chalecos amarillos, Emmanuel Macron —recién llegado de Buenos Aires, donde participó en la reunión del G-20— comenzó por evaluar los estragos del enfrentamiento del sábado 1 de diciembre, en París y en muchas otras partes de Francia.

Horrorizado ante el espectáculo del Arco del Triunfo con pintas que van de la obscenidad a la provocación política, el presidente Macron reunió un gabinete de crisis, en el que participaron su jefe de Gobierno, Edouard Philippe, y los ministros del Interior, Christophe Castañeda y la Transición Ecológica, Francois de Rudy.

Antes de decidir, Macron ordenó a Philippe conocer los análisis de todos los partidos con representación parlamentaria y, de ser posible, a alguna representación del movimiento de los “chalecos amarillos”, que se caracteriza por su diversidad, hay falta de portavoces representativos de un rosario de colectivos sin organización central.

En espera del diálogo con los representantes de los principales partidos políticos, las primeras reacciones confirmaban que las manifestaciones de los “chalecos amarillos” han precipitado una crisis política de gran calado.

En los momentos de escribir este reportaje, a las seis de la mañana del martes 4 de diciembre, el gobierno francés anunció una moratoria de seis meses sobre el aumento de la tasa del diésel. Sin duda, los “chalecos amarillos” le habían ganado el pulso al presidente Emmanuel Macron.

Popularidad a la baja

Macron y Philippe muchas veces repitieron que no darían marcha atrás en el asunto del aumento del precio de los energéticos. Pero la presión del movimiento espontáneo de protesta, el apoyo popular a su causa según todas las encuestas y las jornadas de violencia vividas en la capital francesa y en otras partes del país les ganaron la partida.

Antes de anunciar un paquete de medidas complementarias, el primer ministro Edouard Philippe pidió que “pare la violencia. El Estado es el garante de la paz y el orden público, ningún impuesto debe poner en peligro la unidad nacional”. Además, se congelan los precios de la energía eléctrica y el gas para calmar las manifestaciones de protestas. Podría extenderse el paquete al resto de la arquitectura impositiva de Francia.

Trascendió que este plan fue diseñado en una reunión en el Palacio del Elíseo, la sede presidencial, el lunes 3 por la noche. No fue un consejo de ministros. Macron, que canceló un viaje oficial a Serbia, convocó al primer ministro y a los ministros relacionados con el tema.

Macron solo tiene en el cargo 18 meses (de un mandato de cinco años), tras una aplastante victoria sobre Marine Le Pen, y está en los niveles más bajos de popularidad. Con esta moratoria logra un pausa, pero sin duda su presidencia se juega en estos días. Ha conseguido reformas necesarias en Francia, pero fueron aplazadas por todos sus predecesores en la Presidencia.

Por el momento apacigua las aguas, pero nadie sabe por cuánto tiempo. El hecho es que París dejó de arder por unos cuantos días. Vale.