En 1967, al año siguiente de la muerte de Walt Disney, su compañía productora estrenó El libro de la selva, decimonoveno largometraje de su factoría basado en el compilado de relatos que publicara el siglo anterior el Nobel de Literatura Rudyard Kipling.

En los cuentos del narrador británico –en realidad solo en los primeros del libro- se siguen las aventuras de Mowgli, el chico rana, que sobreviviente de humanos, perdido en la selva, es rescatado por una pantera y criado por lobos, ante la ira del tigre, enemigo, sobre todo, de la raza humana.

Si bien, la película de Disney no fue la primera adaptación del texto de Kipling, si fue a partir de entonces la gran referencia, no solo cinematográfica, sino de todo relato, al grado de opacar en el imaginario popular la historia narrada por el escritor inglés, que fue infantilizada, dotada de colores llamativos y convertida en musical.

La atinada dirección del proyecto en manos de Wolfgang Reitherman (La espada en la piedra, Los Aristogatos, Robin Hood), la entonces innovadora animación,  y la música de los hermanos Sherman, elevaron la caricatura al nivel de clásico. En México a esto se sumo el carisma de los actores de doblaje, sobre todo del cómico Germán Valdés “Tin Tan”.

La referencia permaneció casi inalterada, a pesar de secuelas, adaptaciones y relatos alternos, hasta que hace un par de años, en 2006, aprovechando la ola de remakes en formato live action, la propia Disney lanzó una nueva versión en imágenes realistas generadas a través de la computadora. La versión de Jon Favreu, con nuevas incorporaciones narrativas, más cercanas al libro de Kipling, no renegaba de la versión de 1967.

Sobre todo, Favreu mantuvo el atractivo de los personajes de Disney que si bien, mostraban un tono más serio, aún contaban con algunos de los elementos que los hicieron entrañables en su versión animada. Además decidió conservar algunos momentos indispensables para los espectadores que crecieron con ella, por ejemplo, al Oso Baloo cantando “The bare necessities”, o en español, “Busca lo más vital”.

Además, la producción se apuntó aciertos importantes con la elección del reparto y el impresionante trabajo visual, en algunas escenas inolvidable, como en la “tregua del agua”. Sin embargo, seguía siendo la adaptación de Disney más que la historia de Kipling.

Apenas dos años después de ello, Warner Bros y Netflix estrenan su propia versión y la primera pregunta que sale a la vista es: ¿Era necesaria? La respuesta es que sí. Era y sigue siendo necesaria una nueva forma de contar esta importante historia que a más de un siglo de ser escrita conserva su relevancia.

Realmente, el proyecto de Warner es más antiguo de lo que se podría sospechar. La cinta se comenzó a gestar en 2012, con una accidentada producción que incluyó el abandono de Alejandro González Iñárritu del proyecto. Su estreno, programado en cines para 2016, fue pospuesto hasta ser relegado al streaming en este diciembre.

Mowgli: Relatos del libro de la selva, título de esta nueva adaptación, fue promocionada como la versión más oscura del texto original, y en efecto, lo es, comenzando por la ausencia de números musicales.

El actor Andy Serkis, encargado de dirigir esta cinta, privilegió el conflicto central entre el tigre Shere Khan y Mowgli, dejando en segundo plano el crecimiento del niño en la selva, y despojando a algunos de sus personajes de su función pedagógica. Esto incluye, y es lo que muchos extrañaran, el hedonismo desparpajado que el oso Baloo mostraba en las cintas de Disney -e incluso el más profundo, que relataba Kipling-, en su lugar tenemos a un oso enojón que más que ternura inspira miedo. En general, el diseño de personajes se muestra más ríspido y por tanto más difícil de provocar empatía aunque tenga en los estelares a actores como Rohan Chand, Benedict Cumberbatch, Christian Bale y Cate Blanchett, que están más que correctos. 

En este punto es útil señalar, o recordar, que El libro de la selva es un texto moralizante, cuyo eje son las leyes de la selva, y en donde todos los personajes tienen una finalidad reflexiva e incuestionable, como lo sería dentro de la naturaleza para mantener el orden del ecosistema. Así Akela, el lobo líder; Baloo, el maestro lúdico y que privilegia el goce; o Bagheera, la pantera solitaria y protectora, son la representación de nosotros mismos en nuestro papel social.

De tal forma, Serkis intenta acercarse más a los preceptos Kiplingnianos, pero al condensar el relato, esta intención no se logra por completo.

Lo que si es de destacarse es la madurez del concepto, rompiendo la imagen idílica de la selva y supliéndola por una más real: una salvaje. La nueva versión de esta historia fundamental debe parecerse más a lo que el escritor conoció, temió y vio durante sus múltiples viajes. Además, la inmersión de Mowli en el mundo humano logra su propósito: reflejar la complejidad de la relación humano-naturaleza, cambiante y criticable como es. Mowgli: Relatos del libro de la selva, no es un remake de Disney, no apela a, ni necesita la nostalgia para ser consumida. Sí es un incentivo para volver a la obra básica.

Salvo algunas escenas fallidas, y otros diálogos que destacan por ingenuos, la nueva historia del chico rana se ve con interés y emoción, y representa al final de cuentas, un logro más en este fin de año para Netflix. No así para Warner, que no logró la historia definitiva de las tierras vírgenes.

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