Los tres últimos fines de semana, París, la capital gala, para muchos la más bonita ciudad del mundo, ha vivido días terribles de barricadas, autos incendiados, enfrentamientos entre autoridades policiacas y los ahora denominados “chalecos amarillos”, que son en esencia gobernados descontentos. En suma, lo que se ha vivido en París es una insurrección popular.

El detonante para generar este descontento social, como está estudiado ampliamente desde el mirador sociológico, es el descontento en contra de nuevas presiones fiscales o impositivas o el agobio desde el poder hacia la sociedad de medidas que asfixian la vida comunitaria, impidiendo una convivencia social armónica. En el caso concreto de Francia, lo fue el anuncio de alzas en los precios de los energéticos, especialmente en las gasolinas.

Un brevísimo y somero recorrido histórico —sin agotarlo casuísticamente— nos lleva a recordar a los lectores, cómo por causas de nuevas presiones fiscales o agobios desde el poder, despojando de condiciones de vida digna a la sociedad por recaudaciones impositivas, provocaron la guerra de independencia de Estados Unidos al pretender imponer a las 13 colonias un nuevo impuesto al té.

La revolución francesa de 1789 se originó en buena medida por tratar de imponer nuevos impuestos, especialmente a los productores rurales y, desde luego, las ideas del enciclopedismo, pero sobre todo la explotación del pueblo por la monarquía que los agobiaba impositivamente y constreñía su libertad.

En el siglo XX, en las dos primeras grandes revoluciones sociales la Mexicana y la Rusa, adicional a su innegable carga ideológica, subyace la explotación de grandes masas de población por una elite que les despoja, no tan solo de la riqueza que producen, sino de condiciones de vida digna y, sobre todo, de la esperanza de una mejor condición de vida. Y pudiéramos seguir con la Revolución de Weimar y otras movilizaciones sociales, como la gran marcha de China, pero el punto es solo destacar cómo las presiones impositivas a los pueblos detonan insurrecciones o revoluciones sociales.

Hoy, en Francia, observamos cómo la coordinación de la inmensa movilización social no tan solo en París, sino en todo el país, se realizó mediante las redes cibernéticas, y cómo se manifestaron, no tan solo la clase trabajadora, sino especialmente las clases medias y los jóvenes. El otro fenómeno social que debe estudiarse con cuidado es cómo una buena parte de la policía se negó a reprimir a los manifestantes.

Este fenómeno sociológico en nuestro México nos hace recordar el denominado “gasolinazo” de hace casi un año, que originó protestas, y un inmenso descontento social, que se degradó en hurtos y saqueos colectivos de comercios y tiendas de autoservicio, y para muchos analistas explica en parte la votación masiva en favor del ahora partido gobernante.

Estas lecciones históricas se deben analizar para comprender mejor los comportamientos colectivos, porque nadie en su sano juicio quisiera en las calles multitudes descontroladas, llenas de furia y rencor, ocasionando destrucción y caos. Es tiempo de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población, evitando imponer medidas autoritarias que solamente dañan las instituciones y la convivencia social. Porque así como arde París nunca más quisiéramos ver que ardiera México.