No enciendas tanto la hoguera contra tu enemigo,

no vaya a ser que te chamusques a ti mismo.

William Shakespeare

La austeridad no es un concepto nuevo en los gobiernos de la república, pues desde la crisis en que terminó el sexenio del presidente José López Portillo y al inicio del sexenio del presidente Miguel de la Madrid se restringió drásticamente el gasto público, se redujeron las plazas en la burocracia y, para efectos prácticos, se congelaron los aumentos de salarios en todos los niveles de la burocracia.

Fue Jesús Silva Herzog, el secretario de Hacienda que llegó a ocupar el despacho a finales del sexenio lopezportillista y siguió allí hasta 1986, quien acuñó entonces la frase de “hagamos más con menos”.

De alguna manera el concepto se recupera hoy, cuando la austeridad es la palabra clave, el leitmotiv de las acciones y programas del presidente Andrés Manuel López Obrador, como lo fue durante la campaña.

Esta semana, al conocerse los presupuestos de Ingresos y Egresos, el gobierno de López Obrador enfrentó con amargura la realidad del estrecho margen de maniobra respuesta, lejos del que imaginaba.

Por eso se esgrime el “derroche” como argumento para justificar los necesarios recortes para disponer de recursos para cumplir con los costosos compromisos de campaña del presidente López Obrador.

Así, los reclamos por los altos salarios de los mandos gubernamentales se traduce en implacable recorte de salarios y prestaciones hasta para los empleados de nivel medio y bajo.

El gasto, dicen, se aplica como en el pasado, para apoyar a los que más necesitan, para ayudarlos a paliar la desigualdad y la pobreza, en un ejercicio para reconstruir el Estado de bienestar que conciben, si no similar a los países nórdicos, sí cuando menos al que se construía cuando en los años ochenta del siglo pasado se canceló por la llegada al poder del neoliberalismo.

Quienes vivimos el desarrollo estabilizador, aunque reconocemos que hay muchos, más mexicanos de los que quisiéramos que están en la pobreza y sufren los embates de la desigualdad, también sabemos que en aquellos años, si bien se sentaron las bases para la justicia social, en realidad el éxito de aquellos años fue que, simultáneamente, se estimuló a la iniciativa privada a generar empleos, lo cual hizo de aquella etapa una de oportunidades.

Porque la mejor forma de combatir la desigualdad es la generación de empleos, la multiplicación de fuentes de trabajo por las inversiones privadas. Si no, se habrá perdido otra oportunidad histórica de reducir el pesado lastre de la pobreza y la desigualdad.

jfonseca@cafepolitico.com

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