Concluyó el sexenio del presidente priista Enrique Peña Nieto, un periodo de gobierno turbulento, que sinceramente comenzó muy bien con la aceptación de un amplio sector de la ciudadanía, ya que llegó con un amplio margen de victoria y con algo de esperanza.

Para algunos la esperanza radicaba en que quizás el regreso del PRI al poder sería la clave para la reducción de la violencia que comenzó con la guerra que el gobierno panista de Felipe Calderón emprendió como la única estrategia para enfrentar el narcotráfico y el crimen organizado.

Se pensaba que quizás el priismo podría pactar y comenzar un proceso de paz, al principio el índice de homicidios dolosos disminuyó, pero con el paso de los meses se elevó rompiendo record mes a mes, convirtiendo 2017 como el año más mortífero desde que se tiene registro.

En el plano económico se avizoraba un crecimiento superior al 2 por ciento, debido a que las reformas estructurales prometían grandes cambios y modernización, se esperaba que la gasolina y la electricidad redujeran sus precios y una mayor creación de empleos, pero como todos sabemos eso no sucedió.

Fueron los excesos y la corrupción los que afloraron y dejaron al descubierto que el PRI no sólo no entendió porque perdió la presidencia en el año 2000, sino que no le importó ponerse en riesgo de que se la arrebataran otra vez o quizás no lo creyó posible.

Y así pasó el sexenio de Peña Nieto, entre la casa blanca, Ayotzinapa, Tlatlaya, Odebrecht, la estafa maestra, entre escándalos, impunidad y corrupción, parecía la crónica de una devastadora derrota anunciada.

Peña Nieto dejo el poder con apenas 24% de aprobación, la más baja de los últimos cuatro sexenios. En cambio, Andrés Manuel López Obrador inició su mandato con una aprobación de más del 60%, de acuerdo a encuestas.

No obstante, a pesar del optimismo casi generalizado, no son pocos los sectores de la sociedad que muestran inquietud ante el cambio de poderes, la cual proviene de los presagios que traen consigo acciones de esta reciente estrenada administración pública federal, tales como la cancelación de la construcción del aeropuerto en Texcoco y las consultas para “legitimar” las llamadas prioridades de López Obrador, son señales de un populismo innecesario después de haber obtenido una amplísima victoria electoral el 1 de julio.

Está también la inquietud social y económica que se generó desde que el senador Ricardo Monreal trató de reducir sustantivamente las onerosas comisiones que cobran las instituciones bancarias en México; así como la reciente propuesta del Partido del Trabajo que prácticamente propone nacionalizar las afores y crear un organismo gubernamental que las concentre, esto en suma han ocasionado dos caídas históricas en la Bolsa de Valores y un repunte del dólar en su paridad frente al peso.

El secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, tuvo que salir a tranquilizar a los mercados al anunciar que, cuando menos en el futuro inmediato, ni hay un propósito de eliminar las comisiones bancarias y menos nacionalizar las afores, algo que consideró el experimentado financiero una propuesta sin pies ni cabeza.

López Obrador es un personaje que sabe recapacitar, debe ser nuevamente un mandatario con una gran capacidad de reflexión y un gran valor para recapacitar sobre las acciones que le puedan confundir su indiscutible impronta de líder social.