El sábado 1 de diciembre, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador se dirigía a rendir protesta ante el Congreso de la Unión cuando lo alcanzó un joven ciclista para decirle: “no tienes derecho a fallar”. De la calle a la tribuna, Andrés Manuel hizo suya la poderosa frase para prometer al pueblo de México, el día en que asumiera como presidente, que no fallaría.

El pasado 1 de diciembre aconteció algo más que una ceremonia llena de símbolos y rituales. Detrás de la gran celebración que vivimos a lo largo de ese día histórico, estaba concretándose la posibilidad de derribar el modelo económico y político que en las últimas décadas causó el profundo deterioro de nuestra sociedad y el nacimiento de un modelo que renovará la vida pública del país sobre las bases de la honestidad y de un modelo económico que logre, por fin, la justicia social.

El enojo social causado por la corrupción y la impunidad y por la prevalencia de un sistema que negó la posibilidad de una vida digna para millones de mexicanos, se convirtió en una esperanza de transformación. En ese sentido, el combate a la corrupción y los privilegios y el fin de la larga noche neoliberal se convierten en la estrategia que podrá llevar a México, por primera vez en un largo periodo, a nuevos derroteros de desarrollo.

De acuerdo con información de Transparencia Internacional, México ocupa el lugar 135 de 180 países evaluados en el Índice Global de Corrupción 2018, siendo el uno el menos corrupto. Esto significa que México es uno de los países peor evaluados y que ha venido empeorando año con año.

Por otro lado, como resultado de políticas excluyentes y del abandono de las responsabilidades sociales del Estado, México es el país más desigual de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y uno de los más desiguales del mundo. Somos una economía que ocupa el lugar 14 a escala mundial, pero con una población donde más de 50 millones de mexicanos viven en situación de pobreza y 12 millones en extrema pobreza. Lo anterior muestra que la pobreza y la desigualdad van de la mano con la corrupción.

Otra característica del México desigual se encuentra plasmada en las condiciones que tuvo la clase política y la alta burocracia, la cual se encuentra entre la más numerosa, costosa e ineficiente del mundo. Por ello la Ley de austeridad republicana resulta de gran relevancia como medida de ajuste para el fortalecimiento de las finanzas públicas, pero también como señal de un cambio de fondo en el servicio público.

Coincido con el presidente que nada ha dañado más a México que la deshonestidad de una élite política que ha lucrado con el influyentísimo y el modelo de privilegios para unos cuantos a costa del empobrecimiento de las mayorías y su exclusión del desarrollo; en efecto ahí están las causas de la profunda violencia, la inseguridad y de la desigualdad social.

La fórmula de revertir los daños causados y no fallar al pueblo de México es consolidar una política de combate a la corrupción que permita establecer condiciones para que otras políticas, como la de bienestar social cuyos objetivos son el combate a la desigualdad y el ejercicio universal de los derechos, se desarrollen en condiciones de transparencia, control y rendición de cuentas.

Hoy, en el inicio de un rumbo nuevo en la vida pública del país, tenemos una oportunidad histórica e irrepetible para no fallar en la lucha por devolverle al pueblo de México el derecho de vivir en paz y tener una vida digna.

Diputado federal