Dejara un servidor de ser mexicano para no repetir la frase trivial: “Deseo que a nuestro presidente le vaya bien, porque si a él le va bien, a México también”

Frase trivial y tribal. Más armada que un acto circense. A muchos presidentes les ha ido muy mal, de la patada, y México mal que bien sale adelante. A ver qué pasa con usted y su gobierno. Esa es la verdad. Hoy todo es acertijo.

Nuestro flamante nuevo presidente constitucional recibe toda clase de parabienes. En exceso de sus propios compinches, merecidos o razonables de la mayoría de los mexicanos, con la debida distinción diplomática que se merece de los representantes de gobiernos extranjeros; con el aprecio entrecomillado de nuestros supuestos amigos y vecinos.

El nuevo gobierno llega al tendido tan bien engalanado, que se le tiran al paso aun los poderes fácticos que, como tales, debieran ser, sí respetuosos ante el nuevo investido, pero más prestos aún al escrutinio justo. Pero no, ahí van también de algunos de ellos, no de todos, las alabanzas adelantadas: iniciativa privada, algunas ONG que ya aplauden lo que aún no llega, cuando su función central —tales y cuales, como poderes fácticos— debiera ser expectante, de contrapesos listos para reconocer y aplaudir, o denunciar y gritar.

Así muchos mexicanos se tiran al paso del nuevo emperador, porque tiene todo el poder para abrir la llave, sea la presupuestaria, la de la información, o la de la negociación. Su pretexto de buscar el camino de la razón se nos olvida que esa senda es por México. No es por las ganancias de nuestras empresas, ni por los contratos de estudios, o la voz que se nos autorice como ONG, o como medios de comunicación. Como si no estuviera todo ello garantizado por la libertad de expresión, de mercados, de competencia y de libre asociación.

La vía más razonable es la de ser razonablemente delicados en el trato con el nuevo poder. Callar, guardar silencio cuando la prudencia lo indique, señalar y juzgar a los que sean adecuadamente señalables. La prostitución delicada es el camino más adecuado para dar comienzo a esta incógnita de periodo que iniciamos a partir del sábado pasado. Ya veremos. Deseo de todo corazón estar equivocado.

La economía de mercado no es la preocupación de nadie. Más preocupa el tipo de cambio, la inflación o la cotización accionaria, que el concepto mismo de libre mercado.

Tal vez con razón. Solamente un gobierno idiota se opondría al libre mercado. Ni China, ni Vietnam —me refiero a países centralmente planificados— le dan la espalda a la economía de mercado; ni dictatoriales como Singapur. Sí le marcan sus propias reglas del juego, pero dejan que juegue la economía de mercado.

Con más razón en México, con sus casi tres mil kilómetros de frontera con la aún nación más poderosa del mundo. El nuevo gobierno sería francamente idiota si se atreviera a transitar por el camino contrario a la economía de mercado. Pero mucho cuidado, que el riesgo no está en el índice de la bolsa o el tipo de cambio. Tampoco en el régimen neoliberal que tanto cantan como dañino los nuevos gobernantes. El riesgo económico está en el modelo económico que dicten a la economía, si de mercado o estatizador y decisor de todas las políticas económicas del país.

Breve radiografía del nuevo gobierno

Por lo pronto, según las primeras señales políticas, ¿para dónde vamos en lo económico?

En finanzas ni qué decir:

  • Es probable que la misma especulación previa a la llegada de López Obrador a la Presidencia lo lleva a inaugurar su gobierno con bandeja de plata para los mercados financieros:
    • Tipo de cambio devaluado, que favorece las exportaciones mexicanas.
    • Importaciones caras. A ver qué hacen para apoyar a las industrias que importan materias primas y productos semiterminados.
    • Tiranía de la demagogia de los sesenta días previos, contra el consumidor. Sus propuestas imbéciles le pegan directo vía inflación al consumidor, con pérdida integral del poder adquisitivo, en precios básicos, créditos al consumo, créditos hipotecarios y empresariales.
    • Mercados bursátiles baratos. Por ejemplo, el valor de las acciones mexicanas frente a sus contrapartes estadounidenses han tenido una caída tan importante en el último trimestre (menos 15 por ciento), como para posicionar el mercado mexicano descontado a valor 2008. Por lo tanto puede ser que las primeras semanas del nuevo gobierno vayan aparejadas con un movimiento favorable a las compras de títulos mexicanos, no tanto por la llegada del nuevo gobierno, sino por lo baratos que se encuentran algunos de esos títulos.
    • Lo anterior puede favorecer el valor de capitalización de algunas empresas (es decir que recuperarán parte de lo perdido).
  • A decir de las nuevas autoridades financieras, se mantendrán los fundamentales macroeconómicos: política monetaria estable, inflación estable, tasas de interés estables.

La clave es todo lo demás

Lo anterior resulta razonable e imperdible.

El reto para la nueva administración empieza desde ya en todo lo demás:

  • Un aeropuerto internacional para la Ciudad de México, que a más de cientos de miles de millones de pesos tirados por la borda, es sinónimo de lo que va mucho más allá de un simple centro de llegadas y salidas de aviones, pasajeros y turistas. La visión es la de un nodo logístico integral de desarrollo de actividad económica con impacto agregado regional. Es ciudad inteligente, industria blanca, logística, centros de innovación. Las inversiones ya estaban moviéndose en ese sentido, nacionales y extranjeras. Ahí están por lo pronto, suspendidas en el limbo. No hay nada peor para los inversionistas que la incertidumbre.
  • Por su parte los grandes planes para el sur y sureste del país debieran significar infraestructura que interconecte esa gran región con el resto del país, y de paso planear una nueva ruta con América Central, para integrar esa región de forma paulatina al resto del país, en términos económicos, comerciales, socioculturales. En la esencia mental del gran líder debiera significar vertiente holística de integración interregional y asimilación cultural.
  • La reforestación es ante todo cuidar el entorno ecológico. Es, sí, crear millones de empleos al plantar cien millones de árboles. Pero no las especies que primero se nos ocurran, frutales, ni maderables, ni al presidente, ni a los campesinos. Es conjuntar esfuerzo y conocimiento, experiencia y ciencia de todos. Es dialogar con las organizaciones mundiales y países que ya trabajan para combatir el cambio climático, ver qué hacen para readecuar la siembra endógena a nuevas especies más adaptables a las nuevas condiciones climáticas. Así lo hacen en Europa (véanse los casos de Suiza, Alemania, Francia, Finlandia); es Asia y ahora lo harán en California. ¿Por qué no llegar con la visión necesaria para este siglo XXI? ¿Por qué no consultar con la UNAM, con Chapingo, con centros mundiales, y ver qué será lo más rentable para el sur del país? Rentable en sentido social, económico, ecológico, hacerle frente al cambio climático y adaptarnos a sus condiciones irreversibles.
  • ¿Es subsidiar a millones y millones de mexicanos por sus “condiciones especiales”? ¿O es más bien formar mexicanos productivos a través de estrategias de movilidad social, con educación, con la movilización productiva a través de la responsabilidad social orquestada? ¿A través de la integración de la economía formal con las economías tradicionales? ¿Con la base de la pirámide vía estrategias de economía de la pobreza?

Lo barato sale caro

La chiquillada reunida, los advenedizos que se convirtieron en pro lopistas porque en otras avenidas no les ofrecían nada, sumados a los malosos, y a los buenos de corazón sin experiencia política. En conjunto todos ellos recibidos por aquel López Obrador hicieron de Morena un movimiento revuelto de todos los que algo quieren sacar de tajada. Las CNTES con los SNTES, los líderes sindicales reivindicados, los maestros reprobados, con los maestros plomeros, los empresarios mal vistos, con los empresarios más enamorados de las divisas que de la nación, los vendidos, el zorro, el mendigo hermanado con el méndigo, el pro-hombre y el gusano, todos bailan y se dan la mano, sin importarles la facha. La izquierda y la derecha caducas, el rencoroso con el que busca nuevo provecho, el demagogo de cepa con el déspota de antro infecto. La sumatoria es el nuevo partido. La suma da la mezcla de próceres que habrán de impulsar junto con el pueblo sabio, la gran cuarta transformación del nuevo cordero de la nación, el nuevo presidente de México.

Ante tal escenario lo que le urge al nuevo investido y su grupo selecto, lejos de consultas populares y cambios constitucionales, es desde ya controlar a las barriadas de politiquillos que fueron aceptados con tal de llegar al poder, y sentar las bases para que México crezca al 5 o 6 por ciento anual. No con las palabras, sino que la sociedad lo perciba en los bolsillos, todos y cada uno de los mexicanos: educación, capacitación, técnicas, investigación, desarrollo. Transformar el ingenio mexicano en la alta economía de la innovación.

Que el nuevo gobierno se siente a negociar con empresarios, trabajadores, servidores públicos, órganos autónomos reguladores (si es que no desaparecen por el afán del control central absoluto): de qué manera estimular nuevas inversiones automotrices. Tomar ejemplo de lo que ocurre ahora mismo con General Motors en Estados Unidos y Canadá: GM no se encoge. Se transforma rumbo a la nueva tecnología automotriz eléctrica y de autoconducción. Para allá van otras como BMW y VW. Comparar esas tendencias con la idea del investido de la nueva refinería en Tabasco.

Queda por ver cómo van a estimular todo lo estimulable: La industria y la tecnología aeronáutica y aeroespacial, la eléctrica, la electrónica, la inteligencia artificial y las cadenas de bloque, los centros de desarrollo inteligente como los que se dan en Jalisco, el sector primario de gran tecnología, la biotecnología, la reforestación, la piscicultura, la múltiple expresión del turismo mexicano, la industria de los alcoholes (vitivinicultura, cervecera), gastronomía, en fin, que sobran temas que iremos abordando en futuras participaciones en esta columna.

Más que puntadas, acciones bien planeadas

Antes que cien universidades populares premio de consolación, primero crear centros de formación para mano de obra con mayores niveles de especialización, que induzcan la inversión sofisticada en México en vez de la fuga de talento, impedir que México se mantenga como el gran centro maquilador del resto de Norteamérica.

Aquí es donde la nueva administración entrará en prueba de fuego; con todo lo demás. Sigan haciendo sus consultas populares para ver los horarios en los que los secretarios de Estado pueden ir al baño o pueden tomar descanso. Para ver si la carretera que “sube para allá” deberá bajar “para acá”. Verán un país arrepentido y asqueado de un gobierno cotorro, que además querrá permanecer en el poder más allá de 2024, “porque el pueblo sabio así lo habrá decidido”.

Piénselo muy bien, señor presidente López Obrador. Si la cuarta transformación es sinónimo de más empleos, mejor pagados, buena educación para los jóvenes mexicanos, oportunidades para ampliar la movilidad social, mejoras en el sistema de retiro, mejores sistemas de seguridad para todos los mexicanos, seguridad, menor corrupción, más y mejor infraestructura nacional, más investigación e innovación, responsabilidad climática, responsabilidad social, empresas sociales, base de la pirámide y, por supuesto, un sistema financiero mixto altamente eficiente, con una burocracia pública decente y productiva, habrá usted labrado el camino de la cuarta transformación: la del México abierto al resto del mundo, con una economía mixta, de mercado, y consolidadora de una economía interna de empresas privadas mexicanas —las famosas pymes—, para el desarrollo interno, la libre economía y los nuevos mercados.

De lograr lo anterior en sus muy cortos seis años de gobierno, tal vez logre más que la cuarta transformación, la senda de acercamiento de México con el mundo de la muy necesaria y efectiva cuarta evolución tecnológica, que es la que ya traza el camino humano del resto del siglo XXI.

Economista