Los dos discursos que pronunció Andrés Manuel López Obrador el 1 de diciembre indiscutiblemente dejarán una huella indeleble. Como nunca antes había sucedido en ceremonias protocolarias de esta índole, el nuevo Ejecutivo hizo una minuciosa radiografía de la pobreza, marginación, desigualdad económica y social, impunidad, cinismo, hipocresía y simulación que han caracterizado al régimen imperante.

El inédito, audaz y descarnado desnudamiento de un sistema visiblemente caduco y obsoleto ha conmocionado a la opinión pública nacional e internacional y seguramente cimbrará las estructuras que dan forma al inconsciente colectivo de los mexicanos. A lo largo de esa suerte de ejercicio catártico se dio cuenta y razón pormenorizada de diversas y muy graves patologías. En esta entrega solo haremos referencia a algunas de ellas.

El neoliberalismo fue calificado como un desastre, una calamidad, y se le atribuyó haber sido la causa del empobrecimiento de la mayoría de la población, obligándola a abrazar la economía informal, la emigración masiva o la delincuencia. Al cobijo de ese modelo económico extranjerizante y desnacionalizador —subrayó enfáticamente el presidente López Obrador— las autoridades se dedicaron a concesionar el territorio y a transferir empresas y bienes públicos a particulares nacionales y extranjeros, incluyendo funciones propias del Estado.

El contubernio entre el poder político y el poder económico fue otro de los temas capitales abordados desde la máxima tribuna de la república y luego desde el entarimado de la plancha del Zócalo. La separación tajante entre ambos poderes será una de las divisas del autoproclamado régimen de la cuarta transformación. Claramente y sin lugar a dudas se estableció que el gobierno ya no será un simple facilitador del saqueo, un comité al servicio de una minoría rapaz. Ello explica y da sentido a la prohibición categórica de que los servidores públicos alternen con proveedores, contratistas y empresarios en general.

El cáncer de la corrupción también se hizo presente en el severo enjuiciamiento del tabasqueño: “En el periodo neoliberal se extendió a tal grado que el sistema en su conjunto ha operado para ejercer esa práctica. No se trata, como antes, de delitos individuales o de una red de complicidades para negocios al amparo del gobierno. La corrupción se convirtió en la principal función del poder político”.

En abierta oposición a la tenaz resistencia del gobierno saliente, en ambas disertaciones se asentó que la verdad y la justicia brillarán para los 43 normalistas de Ayotzinapa y sus familiares. En ese sentido, se anunció la inmediata creación de la comisión de investigación para el caso Iguala ordenada en la sentencia definitiva dictada por el tribunal colegiado con sede en Reynosa.

Todos esos pronunciamientos fueron antecedidos por el hecho histórico de la apertura al público en general de la otrora residencia presidencial de Los Pinos. Ello significó el colapso estrepitoso del estilo de vida faraónico, versallesco, de quienes, teniendo la calidad constitucional de mandatarios del pueblo soberano, solían comportarse como jeques árabes o grotescos émulos del sultán de Brunéi. Ahora prevalecerá el principio ético y jurídico de la austeridad republicana.

Ciertamente, estamos en presencia de un antes y un después en el modo de entender el ejercicio del poder político, de un tremendo e irreversible quiebre de paradigmas políticos cuyas consecuencias son verdaderamente insospechadas.