Han pasado casi 55 años desde que Walt Disney consiguió, con la dirección de Robert Stevenson, crear una de sus películas emblemáticas, tal vez la más importante de la factoría que no es –al menos totalmente- de dibujos animados: Mary Poppins.

La historia de la mágica niñera que irrumpe en la casa del banquero Mr. Banks para educar a sus hijos, Jane y Michaels, y de paso salvar su familia, se convirtió en la obra cumbre de Disney. El relato de cómo el empresario consiguió los derechos de la novela de P. L. Travers, fue contada, vaya uno a saber con cuanta veracidad, en la cinta del 2013 El sueño de Walt.

En los últimos días del 2018 llegó a las pantallas mundiales la primera secuela del clásico de 1964. Su nombre El regreso de Mary Poppins (en inglés Mary Poppins Returns), sirve como referencia inmediata al segundo libro de la serie de Travers (Mary Poppins Comes Back), aunque como en la película de aquellos años, las libertades de los guionistas, comenzando con la musicalización, transforman de manera radical el carácter de la obra literaria.

Esta vez, Mary Poppins es encarnada por una guapísima Emily Blunt que sabe brillar en la pantalla. La acompañan en su nueva aventura un conjunto de personajes conocidos y nuevos, pero ligados a los que ya conocemos: Michael, Jane –ya crecidos-, los hijos del primero, la sirvienta Ellen y el farolero Jack, durante los años de la Gran Depresión. Juntos tendrán que salvar el hogar familiar de las manos de William Weatherall Wilkins, presidente del Fidelity Fiduciary Bankr, interpretado por  Colin Firth.

La buena noticia es que todos los elementos de esta secuela están más que correctos. La mezcla de magia y realismo, las actuaciones y la aparición de personajes entrañables facilitan la relación de la historia con la audiencia. La actualización de formatos y tecnologías brindan, además, un dinamismo visual que era imposible de lograr en los años 50. Londres luce espléndida en esta obra.

El problema es que en medio de esa corrección, hay poco de novedoso en el espectáculo. El homenaje esta a un paso de convertirse en copia cuando guionista y director se empeñan en trazar situaciones análogas a la versión primera: el ingreso a una pintura, persecuciones bancarias, musicales de obreros, entre otras escenas poco difíciles de identificar.

Tal empeño nubla el encanto de esta secuela que, encima, carece del elemento que todo musical que aspire a pasar a la posteridad requiere: una canción memorable, capaz de ser escuchada una y otra vez, por lo menos por el público infantil que, además, tienen pocos incentivos para engancharse a la trama.

Así la empresa del ratón Mickey Mouse desperdicia una gran oportunidad para expandir sus clásicos, en una año olvidable para su marca que será recordado casi exclusivamente por sus superhéroes.

Permanencia voluntaria: Spider-Man, un nuevo universo

Hablando de superhéroes, quien se apuntó un  rotundo éxito fue Sony Pictures, en colaboración con la casa Marvel. El nuevo filme de la ya larga lista de versiones del Hombre Araña, presenta una frescura inesperada que lo llevo a ganar el domingo pasado el Globo de Oro, sobre la maravillosa Isla de Perros, de Wes Anderson.

La cinta animada, dirigida por los noveles Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman, apuesta por una premisa un tanto floja, sin muchas justificaciones, para avanzar, sin embargo, hacia tópicos más terrenales e importantes para los espectadores. Es allí donde residen las cartas fuertes de este nuevo universo, y en su diseño visual, su humor, y su lenguaje de cómic, los elementos que lo sustentan. Mención especial a su pluralidad.

Spider-Man: Un nuevo universo, continúa en carteleras.