La corrupción e impunidad han gestado tragedias de diversa índole, el último acontecimiento ha sido funesto, nos referimos a la explosión de una toma clandestina en Tlahuelilpan. Las escenas escalofriantes del viernes 18 se viralizaron enseguida, accidente que pudo evitarse pero hubo un gran desabasto de conciencia.
El saqueo de Petróleos Mexicanos se solapó desde hace décadas, nunca se impuso el orden y seguramente se recuerdan los casos del desastre administrativo en tiempos de Joaquín Hernández Galicia o el famoso Pemexgate.
Muchos sabían de los abusos de la clase dirigente del sindicato petrolero, solo que nunca se les tocó, se dejó pasar para que la burbuja de impunidad y corrupción creciera exponencialmente.
El combate a la corrupción no debe parar, la herencia fue una losa pesada, lo sigue siendo, aunque muchos padezcan una grave desmemoria como sucede con Vicente Fox que suele proferir tonterías de manera industrial. La mezquindad imperante de quienes tenían el deber de frenar la corrupción pero omitieron su responsabilidad es flagrante.
Es complicado entender a cabalidad qué somos como pueblo, es válido releer a Octavio Paz y Samuel Ramos, mirar hacia adentro y desentrañar la sustancia con la que contamos porque en muchos sentidos continuamos en un sempiterno laberinto, en una transición que parece permanente. A veces da la impresión de que vivimos en dos países, uno que está en agonía, otro que no acaba de nacer.
La lucha del poder por el poder como sea, en ocasiones de forma grotesca.
Mientras se suscitan diversos actos en México, otros desean fundar nuevos partidos políticos que presagian el desperdicio de dinero en una nación de marcados contrastes en el que conviven algunos cuantos plutócratas y millones de parias que no tienen en sus alforjas ni un centavo, ni siquiera una esperanza.
Es legal que algunos políticos busquen patentar franquicias electorales, estamos en el auge del pragmatismo, el tiempo en que las ideologías murieron de inanición. Las señales de nuestro tiempo sugieren la orfandad doctrinaria, el asunto es la lucha del poder por el poder como sea, en ocasiones de forma grotesca. Los cínicos se multiplican como ahora lo pretenden hacer con sus pretensos partidos.
Mientras la corrupción no ha muerto, quienes han sido beneficiarios de las prácticas más retorcidas pelean como gatos boca arriba para no perder sus privilegios paridos por la impunidad, la simulación y un amplio catálogo de malas artes.
Deseamos que no cundan más tragedias como la referida en el estado de Hidalgo, ni veamos más estampas escalofriantes como la de una muchedumbre que destazaba reses ilegalmente para repartirse las piezas. El ganado venía en un camión de carga que se volcó.
La corrupción es un problema estructural que debe combatirse, es imperativo legal, obligación institucional. La impunidad es una marca en nuestro país que debe ser erradicada, es oportuno combatirla desde todas las trincheras, de lo contrario se perdería el futuro desde el presente.
