En el célebre libro Los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia, el escritor escocés Thomas Carlyle dio a luz la tesis de que la historia del mundo no es sino la biografía de grandes hombres, es decir, los héroes son quienes dan forma a la historia a través de sus atributos personales, incluido el carisma. Ejemplos acabados de esas grandes figuras son, según esta línea de pensamiento político, Mahoma, Shakespeare, Lutero, Rousseau, Pericles, Napoleón y Wagner. Analizar sus biografías es la vía pertinente para desentrañar la naturaleza y la dinámica de los cambios sociales.

Tal percepción fue más tarde refutada, entre otros gigantes de la filosofía, por Marx, quien formuló la teoría que enuncia que la historia de la humanidad no es otra cosa que la historia de la lucha de clases, así como por Ortega y Gasset, impulsor de la corriente del existencialismo español cuyo núcleo argumentativo reside en la famosa expresión “Yo soy yo y mi circunstancia”.

La conjunción de las ideas de Carlyle con la sempiterna cultura del autoritarismo gubernamental, según la cual los cambios son meras concesiones de los poderosos y de ninguna manera pueden ser fruto de las movilizaciones populares, dio cauce a la creencia de que las acciones heroicas no son dables en el día a día, en la lucha a ras de piso por la vida digna.

Ello explica el porqué genuinos héroes no han sido reconocidos como tales, no obstante que su conducta, su arrojo, su entrega, su disposición para sacrificarse e inmolarse en aras de la libertad, la verdad y la justicia fueron extraordinarios catalizadores de los avances democráticos que hoy disfrutamos. Ese dramático punto ciego es lo que ha impedido honrar y asumir como plenos de heroicidad a los jóvenes que en los años sesenta encabezaron la lucha campesina contra los terratenientes chihuahuenses, cuyos cuerpos masacrados fueron arrojados en  viles hoyos bajo la infame consigna del gobernador Práxedes Giner: “¡Querían tierra, tráguensela hasta que se harten!”.

 

La geología y la revolución social fueron las dos vetas que caracterizaron su trayecto existencial.

Esa misma cortina de humo ha envuelto las gestas realizadas por otros grandes mexicanos. Héroes son, sin duda alguna, Raúl Álvarez Garín, Félix Hernández, Ana Ignacia, Nacha, Rodríguez, Mirtokleia González y los demás integrantes del movimiento estudiantil de 1968. También lo son las víctimas del ataque genocida perpetrado por el grupo paramilitar de los Halcones el 10 de junio de 1971, así como los compatriotas que durante la aciaga “guerra sucia” fueron torturados, desaparecidos o sacrificados cruelmente en los “vuelos de la muerte”. Como heroínas igualmente deben ser reconocidas Rosario Ibarra y todas las admirables “doñas” del colectivo Eureka. Estos son apenas unos cuantos casos de una abultada lista que no es posible explicitar debido al espacio destinado a esta columna.

María Fernanda, la Chata, Campa, fallecida hace unos días, merece un sitio especial en este ejercicio de recuperación y enaltecimiento de la memoria histórica. En un libro biográfico poco conocido se destaca que fue la primera geóloga e hizo importantes contribuciones al Instituto Mexicano del Petróleo. Desde entonces, la geología y la revolución social fueron las dos vetas que caracterizaron su trayecto existencial y las asumió con determinación y entrega singulares. Su entereza, su carácter, sus convicciones, le permitieron desafiar un orden político y social rígido, enfrentar persecuciones y despidos injustificados. Brilló intensamente en el movimiento estudiantil del 68. Participó en innumerables luchas populares, sindicales y ciudadanas. Su radical oposición a la reforma energética avizoró las nefastas consecuencias que ahora están afectando a CFE y Pemex. En la etapa final de su trayecto vital acompañó y puso sus conocimientos a la disposición de los movimientos contrarios al proyecto del nuevo aeropuerto.

El legado de la Chata Campa es impresionante. Estamos en presencia de una auténtica heroína cuyo amor a nuestro país, elevados valores, congruencia absoluta, valentía, lucha incesante en pro de la verdad y la justicia merecen ser conocidos por las presentes y futuras generaciones de mexicanos.