Por Carlos Landeros*

 

Barcelona, febrero 12 de 1970. Envuelto en álitos de misterio, ya que es casi imposible ponerse en contacto con él, llegó Gabriel García Márquez, el autor de “Cien años de soledad”, novela que escribió en México, puntualmente a la cita que previamente habíamos concertado en el hotel donde me hospedo. Se dejó ver detrás de un periódico que leía sentado en un sofá del hall del hotel mientras esperaba que yo bajara. Apareció con sus bigotes de coronel en servicio y sus dientes un poco manchados por el tabaco; calzado con sus ya clásicos botines, un suéter negro, traje gris y calcetines blancos.

Hablamos largo tiempo de México, sus problemas y sus gentes; García Márquez todo lo quería saber; ¿y fulano, qué dice? ¿cómo está? ¿es cierto que tal y tal?

¿Pero para qué trajo ese aparato infernal? (mi grabadora). No, mejor platicamos, ¿le parece? Y así es como empezó la entrevista.

-¿Cómo fue concibiendo las características de los personajes de “Cien años de soledad”? Hablemos de las situaciones, el ambiente que puede situarse en cualquier país latinoamericano.

Toda la novela está construida sobre una imagen inicial que me acompaña desde la infancia: la de un viejo que lleva a un niño a conocer el hielo en un circo. Los otros personajes, como los de casi todas las novelas, están compuestos con pedazos de personajes reales, y con los distintos aspectos de uno mismo. Si usted cree que el ambiente puede situarse en cualquier país latinoamericano, es porque todos éstos, en el fondo, se parecen.

-¿Usted pretendió dar una lección a los latinoamericanos respecto al imperialismo norteamericano?

Los latinoamericanos no necesitan que se les den llamadas de atención respecto al imperialismo norteamericano: lo padecen todos los días desde hace mucho tiempo. Lo único que trato en ese sentido es que no se les olvide mientras leen mis libros.

-¿En “Cien años de soledad” se podría hablar de un realismo mágico?

Toda la realidad de todos los países tienen un aspecto mágico. Lo que pasa es que los latinoamericanos, tal vez por nuestra edad histórica, lo vemos mejor.

-¿Usted escribe entre la realidad y el sueño?

Escribo como un globo cautivo: volando amarrado a la tierra.

-Háblenos de la presencia de la muerte y la destrucción como elementos vitales en su obra.

La muerte es lo único definitivo que les sucede a los hombres. Todo lo demás son problemas de dinero. Siendo así, no es posible vivir escribir ni hacer nada, sin ser consciente de la muerte. Sería como pensar en la luna sin tomar en cuenta su lado oculto. Un hombre mentalmente sano no puede hacer nada positivo en la vida si al despertarse en la mañana no tiene la conciencia de ser mortal.

-¿Qué importancia y cómo utiliza el tiempo en su obra?

El tiempo es una convención dentro de la cual transcurren los hombres como los peces en el agua. Para mí, como escritor, no tiene más importancia que la de ser una cinta métrica. Lo que pasa es que no se puede eludir la cantidad de poesía que hay en una cinta métrica que sirve para medir la vida humana.

-Háblenos del lenguaje y del papel que juega la poesía en su obra.

El lenguaje, como su nombre lo indica, no es más que un medio de comunicación. El lenguaje escrito es defectuoso, porque su único recurso son las palabras, mientras que la conversación se ayuda con los gestos, con el énfasis, y aun con sus enormes posibilidades de desorden. La lengua castellana es todavía más defectuosa porque no se la trabaja desde hace mucho tiempo, y hay una policía académica que la tiene metida en la cárcel. Los escritores latinoamericanos haríamos una buena labor si la ayudáramos a fugarse. De la poesía en mi obra prefiero no hablar, sería muy largo; lo que me sucede cuando escribo es que tengo que romper la frase para no versificar…

-¿Con la destrucción de Macondo ha dado por terminado el tema?

Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo. Lo único que me parece probable es que en el futuro cambie de nombre.

-¿Cuándo comienza a escribir, ya tiene estructurado el tema?

Empiezo a escribir cuando tengo la novela tan bien estructurada en la cabeza como si la hubiera leído. Sin embargo, al escribirla me doy cuenta de que la he leído mal, y entonces empiezo a descubrirla. Al fin y al cabo, escribir no es otra cosa que leer con una cierta incertidumbre lo que uno mismo va escribiendo.

-¿Qué escribe actualmente? ¿Considera que ha llegado a la cúspide de su carrera?

Escribo la novela de un dictador solitario que subyugó a su pueblo durante más de 200 años, cuya muerte prematura no se estableció jamás a ciencia cierta, y que fue infame en el gobierno, incrédulo en la amistad y desgraciado en amores. Lo único que sé de ella por ahora es que será la última: no tengo planes para otras novelas. Lo único que tiene cúspide son las montañas, y lo único sensato que se puede hacer cuando se alcanzan es volverse a bajar. La carrera literaria tiene la inmensa ventaja que es horizontal y eterna: no se llega nunca a ninguna parte, pero con cierta frecuencia se pasa por el corazón de los amigos.

-En alguna ocasión Carlos Fuentes dijo que el latinoamericano tenía que alejarse de Latinoamérica para captar mejor la realidad de su país o del continente, ¿está usted de acuerdo? 

No sólo el latinoamericano sino todo el mundo. Los franceses, que nunca salen de su país, han terminado por no saber ni siquiera quiénes son ellos mismos.

-¿Cuál es y ha sido su formación literaria y política?

Mi formación literaria ha sido la de un lector desordenado y ocasional que, sin embargo, pone mucha atención a las cosas que dicen sus amigos. Mi formación política es una especie de conflicto entre mis deseos y mi vocación. Las dos cosas se confunden: como político o como escritor quiero arreglar el mundo sin salir de mi estudio. Los resultados son desastrosos: soy un escritor de moda y un revolucionario de salón.

-¿Cuál es su método de trabajo?

Mi método de trabajo es poner una palabra detrás de otra, todos los días, de nueve de la mañana a tres de la tarde, y en un cuarto caliente y sin ruidos.

-Sus influencias, ¿cuáles son?

Uno no tiene más influencias que las que le atribuyen los críticos. Desde que empecé a escribir he tenido la preocupación de no parecerme a nadie, y a medida que escribo los críticos aumentan la lista. He decidido no leerlos más para vivir con la ilusión de que soy un escritor original.

-¿Se puede hablar ya de una novelas que siendo latinoamericana tenga características universales?

Desde hace tiempo. Se lo digo sin que me tiemble la voz porque lo he pensado muchos años: Pedro Páramo es la novela más hermosa que se ha escrito jamás en lengua castellana, y es al mismo tiempo de Comala y universal. De paso le digo que Juan Rulfo es uno de los seres humanos que más admiro, porque ha escrito ese libro y esos cuentos, y al mismo tiempo ha sabido mantenerse en la penumbra. Las dos cosas a la vez es lo que más debe envidiarle otro escritor.

-¿Hacia dónde va la novela, cuál es su futuro?

La novela, como diría Lezama Lima, va hacia el océano universal. Lo demás son pendejadas (dígale al güero Pagés Llergo que deje la palabra que al fin y al cabo el decir pendejo en Colombia no suena tan fuerte como en México) de los críticos.

-¿Usted considera que al intelectual o en este caso al escritor latinoamericano se le subestima en Europa como sucede en otros campos, por qué?

A los escritores latinoamericanos, y a todos, se les subestima en cualquier parte si sus libros no son buenos. Los editores viven de vender libros y no están dispuestos a morirse de hambre sólo por darse el lujo de menospreciar a un escritor. Es cierto que muchas veces se equivocan, pero no por mucho tiempo.

-¿Un escritor debe ser político?

Escribir una novela es también un acto político.

-¿Cuál cree usted que es la labor del escritor?

Escribir.

-¿Qué les sugiere a los jóvenes que empiezan a escribir?

Que no sigan escribiendo si son capaces de vivir sin escribir.

-¿Por qué escogió Barcelona para radicar?

Barcelona es la mejor ciudad que hay en Europa para vivir. Quítele a esa afirmación toda implicación política, y piense que las ciudades no son de nadie, sino el resultado de incontables circunstancias imprevisibles. Barcelona ha sido hecha por unos lunáticos tenaces con cara de piedra y buen corazón, que en miles de años trabajando como burros han logrado un lugar duro y humano, como ellos mismos, donde nada es demasiado grande ni demasiado estrecho para un hombre de este tiempo. Yo la tengo puesta como un buen par de zapatos.

-Volviendo a “Cien años de soledad”, encuentro cierta similitud entre la matanza de la plaza de Macondo y la de las Tres Culturas ¿usted no?

Un pueblo cercado en una plaza y balaceado por la fuerza pública es un lugar común en la historia de América Latina. Pero lo peor, como en Macondo, no es la matanza misma, sino la rapidez y la intensidad con que se olvida.

-¿Qué le quiere decir a México?

Dígales que pasen a verme cuando quieran, a tomarse un trago, a hablarme de México y a que yo les hable de mi nostalgia de México, pero que no vengan, como usted, a hacerme entrevistas. Si acepté esta es porque usted vino de parte de una amiga. Dígale que no lo vuelva a hacer. Detesto ver mi cara de turco en los periódicos, no me gusta que escriban sobre mi ni para bien ni para mal, y si no he ido a recoger los premios que me dieron el año pasado en Italia, y hace unos días en París, no fue sólo por pudor, sino porque pienso que también eso es mentira. Lo único que es cierto, para mí, son las canciones de los Rolling Stones, la revolución en Cuba y cuatro amigos.

-Entonces, ¿qué hubiera querido ser?

El otro día, entre dos trenes, me refugié de una tormenta de nieve en un bar de Zurich. Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba el piano en la sombra, y los pocos clientes que habían eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, sólo para que los enamorados se quisieran más.

Cuando le quise preguntar al autor que ha venido más de trecientos mil ejemplares en español de uno solo de sus libros y que ha sido traducido a 17 idiomas, acerca de qué son las golondrinas que tenía el coronel Aureliano Buendía bajo las axilas, el escritor ya se había marchado irremediablemente…

*Entrevista publicada el 11 de marzo de 1970 en la revista Siempre! Número 872.