“No hay desabasto de gasolina” fue la primera frase del presidente Andrés Manuel López Obrador ante los nacientes indicios de falta de ese combustible.

Andrés Manuel pidió ayuda a la población, llamó a la prudencia, a la serenidad. Ni alarmismo ni pánico. “No usen la palabra desabasto”, exigió, por no ser correcta al caso. “Hay gasolina… solo cerramos los ductos”.

Así, Andrés Manuel no entiende el significado de la palabra “desabasto”, que es el efecto de dejar de abastecer algo, por la razón que sea: ya por no haber gasolina, o por táctica, al tapar los tubos distribuidores.

Pero el daño es el mismo: varias entidades federativas y millones de mexicanos no han tenido gasolina normalmente, desde el 3 de enero.

La expresa razón de esas medidas es acabar con el robo de gasolina. El propósito es correcto, y la mayoría de la población está  totalmente de acuerdo con ese fin que persigue el presidente.

Con prudencia se ha padecido molestia personal y familiar, más trastornos severos al fenómeno económico y social de nuestro entorno; observando deficiencias en los medios usados por el presidente López Obrador, lo que nos hace desconfiar de los buenos resultados en anhelo.

 

“No usen la palabra desabasto”, exigió, por no ser correcta al caso. “Hay gasolina… solo cerramos los ductos”.

 

Molestia temporal, para beneficio permanente; ¡no es el caso! Padecer para merecer, tampoco; ya que los que deben ser castigados son los criminales, no la sociedad.

El mismísimo presidente López Obrador sigue informando de los constantes sabotajes criminales a los ductos, y cerca de 5 mil soldados están alertas en las instalaciones de Pemex, y hasta el momento de escribir estas líneas no hay ningún detenido.

El “me canso ganso” se ve cansado al expresar intranquilo: “a ver quién se cansa primero”, convirtiendo en vulgar torneo de vencidas lo que es un delito grave; como si la coercitividad del derecho mexicano se ablandara en prédica moral, en voz de quien desprecia las instituciones jurídicas.

No hay duda, al presidente le gusta ser orador rutinario. Le encanta oírse, y goza sintiéndose oído, más frente a una multitud de adeptos.

Adolfo Hitler afirmó: “Bien sé que la viva voz gana más fácilmente las voluntades que la palabra escrita y que asimismo el progreso de todo movimiento trascendental debióse generalmente en el mundo más a grandes oradores que a grandes escritores”.

Pero los grandes oradores tienen bagaje amplio y calificado, no se repiten mecánicamente, se alejan del yoísmo: “yo no miento, yo no robo, yo no traiciono, yo me bajé el sueldo, yo camino a ras de tierra para ver a mi pueblo”; actualizando el refrán, alabanza en boca propia es vituperio.

Si no se sabe acabar con un mal, como la corrupción llamada huachicoleo, solo se logra desparramar a los rateros por doquier, reconvirtiéndolos para otros actos delictivos. A estos, Andrés Manuel les nombra “traviesos”.

Recuerde, presidente, la fábula rabínica, “Dios metió la lengua en la prisión de los dientes, pero no por ello deja de hacer daño”.