El cuidado despierta y aviva la memoria.
Francisco Arias
Joya del churrigueresco mexicano, el templo de la Santísima, ubicado en la plaza del mismo nombre, al final de las calles de la Moneda, mereció su rescate integral en el último tercio del pasado siglo, a fin de preservar su magnífica fachada del hundimiento de sus cimientos en referencia al resto de los edificios que lo circundan.
Patrocinado por el presbítero don José Antonio Narváez, natural de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de México, rector en 1724 del colegio de San Pedro, durante veinticuatro años buscó los apoyos económicos necesarios para crear este relicario de cantera, en donde los bustos de los doce apóstoles, medio relieves, la tiara y las llaves pontificias coronan a la Santísima Trinidad, antecedida de las estatuas de cuerpo entero de los Padres de la Iglesia, fundadores de órdenes monásticas y doctos teólogos, que al igual que la esbelta torre conforman el majestuoso conjunto con el que compiten tan solo el Sagrario Metropolitano o la riquísima parroquia de Santa Prisca en el Real Mineral de Taxco.
A partir de su consagración, y por centurias, el templo de la Santísima sirvió de epicentro a las procesiones de Jueves y Viernes Santo, funciones religiosas que convocaban a multitudes de habitantes de la capital novohispana y del México independiente, ubicándolo como punto de partida de la vida penitencial de la sociedad capitalina.

Tras haber sufrido un hundimiento de casi tres metros, en relación con los edificios colindantes, en 1924 el arquitecto Antonio G. Muñoz inició una serie de excavaciones para rescatar el templo.
Fue en la década de los ochenta del pasado siglo cuando se logró su liberación y adecuación de una plaza soterrada que permitió revitalizar esta joya barroca, la cual sirvió los pasados 4, 5 y 6 de enero como escenario de la reposición de la Comedia de los Reyes Magos, obra de 1607 atribuida a Fray Juan Bautista, franciscano residente en Tlatelolco, cuya obra se vincula al proceso de evangelización de los pipiles o nobles aztecas educados en el colegio fundado por esa orden sobre el antiguo adoratorio de la Atépetl de Mexhico-Tlatelolco.
La puesta en escena corrió a cargo de la Compañía de Teatro Clásico Fénix Novohispano, compañía dirigida por Francisco Hernández, que fue acompañada por el grupo de baile popular de la maestra Nieves Paniagua, así como por el Coro Capella Novohispana cuya interacción arrebató a un público variopinto que expresó con nutridos aplausos y vítores su regocijo al recuperar este emblemático espacio como centro de la vida sociocultural del barrio.
Escrita en náhuatl, la traducción al español la efectuó el notable historiador don Francisco del Paso y Troncoso, cuyo pulcro y esmerado trabajo nos brindó un plausible refinamiento que fue expresado a través de un lenguaje rico en giros versificados que honran la sentencia del pintor español Francisco Arias, para quien la memoria se despierta y aviva solo con el cuidado puesto en tan excelsa versión.



