La crisis económica y social que se vive a escala internacional tiene en el sector financiero global a uno de sus protagonistas más destacados.

La globalización contemporánea tiene al mismo tiempo dos caras diferentes. Por una parte, amplios sectores de la creciente población mundial han salido de la pobreza, en particular en el área Asia-Pacífico. Además se ha dado el mayor progreso científico y tecnológico en la historia de la humanidad. Este vertiginoso proceso de innovación abre posibilidades insospechadas de progreso y bienestar. Pero, por otra parte la globalización económica ha tenido claros ganadores y perdedores. La desigualdad se ha acentuado entre regiones internacionales, entre naciones y aun dentro de ellas. La concentración del ingreso y de la riqueza que se ha dado en las últimas décadas a escala mundial no tiene precedente en la historia moderna. Buena parte del voto antisistémico tiene su origen en la degradación que viven las clases medias en varios países con economías emergentes así como en naciones desarrolladas. En los últimos años hemos visto revivir el racismo, el chauvinismo, el nacionalismo exacerbado y el proteccionismo económico. Estamos encarando a escala mundial nuevos y crecientes riesgos de la economía y de la sociedad contemporáneas con actitudes emocionales y teorías del pasado.

Las décadas de prosperidad que se vivieron en occidente después de la Segunda Guerra Mundial, basadas en los acuerdos de Bretton Woods que dieron origen al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional propiciaron un sistema financiero internacional organizado y estable, si bien sus beneficios no llegaron en forma suficiente a los países en desarrollo ni mucho menos al mundo subdesarrollado.

Este ciclo de prosperidad internacional terminó con la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro, en el gobierno de Richard Nixon en Estados Unidos. Además se vivió la primer crisis energética internacional a principios de la década de los años setenta del siglo pasado.

Después de este colapso económico, con la disminución del crecimiento del producto y el repunte inflacionario, vino la revolución conservadora liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, se dio el surgimiento del neoliberalismo económico que marcó la globalización contemporánea. Esto permitió lograr un importante crecimiento y progreso. Se estimularon los movimientos de capital con una fuerte desregulación y expansión de las deudas públicas y privadas. Se vivió un esquema de fuerte especulación financiera. Los gobiernos renunciaron a su poder para hacer que el sector financiero sirviera al interés general. Al contrario, esta “financiarización” sometió la economía real a la especulación financiera.

La crisis financiera global de 2008 generó un enorme desorden económico, social y político y dejó al descubierto el esquema de desigualdades que se estaba incrementando. Los causantes de este desastre, derivado de la especulación financiera, arrastraron al desastre a numerosos sectores económicos en el mundo. Sin embargo, ellos en lo personal salieron indemnes y aun premiados.

Emmanuel Macron, el ahora atribulado presidente de Francia, señaló en su momento que la lección crucial de esta crisis financiera es la necesidad urgente de sistemas de control sobre el sistema financiero global. En especial, señaló que debemos enfocarnos en tres sectores: el primero, el ambiental, la necesaria transición ecológica debe de ser en primer término una transformación económica y social. El segundo reto es la innovación tecnológica. Solo se logrará articular una nueva economía de la mano de la revolución digital. El tercer reto es el desarrollo.

En suma, las necesidades son inmensas y nunca han sido más urgentes. El cambio climático, el incremento de la migración y los riesgos sin precedentes asociados con pandemias requieren de acciones rápidas para movilizar los recursos necesarios. Es claro que debemos atender las necesidades de una población mundial creciente que ha pasado de poco más de 2 mil millones de habitantes a casi 8 mil millones en los últimos cien años, y que llegará a los diez mil millones de personas en el año 2050.

Gordon Brown, ex primer ministro de Gran Bretaña, señala que en la actualidad se requieren soluciones globales para problemas globales. Se necesita una nueva arquitectura financiera global que sustituya plenamente la formulada en la posguerra.

La comunidad internacional ha colaborado en este esfuerzo. Primero fueron los Objetivos del Milenio para 2015, después los Objetivos del Desarrollo Sostenible para el año 2030, esto es, la Agenda de las Naciones Unidas.

En 2008 quedó perfectamente claro que los bancos y las instituciones financieras globales estaban muy inadecuadamente supervisados por los sistemas regulatorios nacionales. Los regulados dominaban a los reguladores y aún lo hacen. Ahora queda también perfectamente claro que no hemos tomado medidas para evitar una nueva crisis financiera global.

En la actualidad, frente a la creciente problemática global ha surgido un nuevo pensamiento en temas clave para el futuro, como la emisión de carbono. Así, las 17 metas de los Objetivos del Desarrollo Sostenible ven el crecimiento económico, la justicia social y la sustentabilidad ambiental como complementarios.

En suma debemos regular y tomar el control del sistema financiero global para evitar que continúe degradando el planeta y aumentado la desigualdad. Es necesario ponerlo al servicio del interés general y del bien común.

Es fundamental que los intereses individuales se alineen con el combate al cambio climático, la conservación de la salud pública, la lucha contra la desigualdad económica. Es necesario que las nuevas tecnologías sirvan para afrontar el dinámico crecimiento demográfico y la destrucción de la naturaleza. Debemos aprovechar que la humanidad nunca ha tenido tantos recursos financieros, tecnológicos y humanos a su disposición como ahora.

Para utilizar adecuadamente el sistema financiero es necesario fortalecer los Estados nacionales, las instituciones multilaterales y lograr acuerdos internacionales para regular adecuadamente a los intermediarios financieros globales. La sociedad civil tiene un papel importante en este aspecto. La problemática actual exige de la emergencia de nuevos liderazgos intelectuales.