La paranoia no es la mejor actitud para gobernar.

Anónimo

 

En junio de 1981, fue evidente para el presidente José López Portillo que había cometido un error al aceptar el consejo de José Andrés de Oteyza sobre el de Jorge Díaz Serrano.

Ignorar la experiencia de Díaz Serrano en la industria petrolera condujo al desplome de la “administración de la abundancia” prometida. Comentó López Portillo a Díaz Serrano: “me equivoque, Jorge”.

“No señor —respondió Díaz Serrano—, el presidente de México no se equivoca”, y procedió a entregar su renuncia, en un afán de mitigar la inminente tormenta política que se cernía sobre un sexenio que estaba por terminar.

Hoy, las circunstancias son distintas, es evidente que al presidente Andrés Manuel López Obrador se le presentaron opciones para atacar el gravísimo problema del robo de combustible, conocido coloquialmente como huachicoleo, el cual ya cuesta miles de millones de pesos en pérdidas para Pemex.

¿Cuáles fueron los argumentos que se esgrimieron en las discusiones internas del gobierno lopezobradorista que llevaron a la decisión de distribuir los combustibles en carros tanque y pipas en lugar de usar los ductos, tan perforados por las bandas criminales de huachicoleros?

¿En las discusiones entre los nuevos funcionarios se escuchó a quienes, por antigüedad, pudieron aportar conocimientos para evitar el desabasto regional?

¿Era esperado el conflicto resultante? No sabemos si el gobierno lopezobradorista sabía del descontento que causaría cualquier deficiencia en la distribución de combustibles que provocaría escasez.

Quizá todo es el resultado de la desconfianza de los nuevos funcionarios hacia el personal que aún permanece en los puestos de la administración pública. Porque la desconfianza es mala consejera.

Y, cuando es excesiva, la desconfianza puede convertirse en paranoia. Y así, francamente, les será muy difícil gobernar.

jfonseca@cafepolitico.com