El gobierno de la república le declaró la guerra al huachicol, que durante los últimos tres sexenios se multiplicó en forma que parecía incontenible, pese a que los directivos de Pemex sabían dónde, cuándo y cuánto le robaban a la empresa mediante la perforación de sus ductos y otras formas aún peores de latrocinio.

Desde hace años resultaba obvio que en el negocio de robar a Pemex estaban metidos funcionarios y líderes sindicales de la paraestatal, jefes policiacos, dueños de gasolineras y políticos de diversos niveles, desde modestos alcaldes hasta los de muy arriba, interesados en acabar a cualquier costo con Petróleos Mexicanos, empresa que es un estorbo para el entreguismo.

Para los neoliberales, la ineficiencia de las empresas del Estado no es asunto a discusión, sino un dogma que se mantuvo intocable durante más de tres décadas. De la Madrid y Salinas vendieron, o más bien malbarataron, miles de empresas de la nación, de los mexicanos. Entre lo poco que dejaron estaban Pemex y la Comisión Federal de Electricidad, firmas que representaban un cuantioso patrimonio nacional, el cual debía pasar a manos privadas, de preferencia extranjeras.

En la noche neoliberal, la política seguida por los gobiernos priistas y panistas fue vender-vender-vender, pues si ellos mismos se habían vendido a los poderes foráneos en su afán de legitimación, la consecuencia lógica era desnacionalizar las riquezas de México. Y casi lo consiguieron. Vale decir casi porque la CFE y Pemex soportaron el huachicoleo fiscal, esto es, la extracción de sus ganancias, que las privaba de capital de reinversión y de recursos hasta para el mantenimiento más elemental.

Pero ni así pudieron acabar con las dos mayores paraestatales. Y no pudieron porque ambas empresas están metidas en la historia y en el tejido social. Imposible olvidar que durante más de cuarenta años nuestros niños se educaban en el respeto y la admiración hacia Lázaro Cárdenas, quien rescató el petróleo para México. Con menos énfasis, los libros de texto referían que el presidente Adolfo López Mateos había nacionalizado la industria eléctrica, que algo bueno le debía al país después de aplastar al movimiento obrero.

La apertura a la inversión privada en la rama petrolera, las salvajes alzas a las gasolinas y la electricidad así como el huachicoleo fueron los recursos últimos para acabar con Pemex. Y sí, dejaron a la paraestatal malherida, pero no muerta. Los mexicanos sabrán devolverle la salud. Hay suficientes patriotas para realizar esa tarea.