EDITORIAL

Todos los días, en el Salón Tesorería de Palacio Nacional, a las 7 de la mañana el presidente de la república da inicio a una conferencia de prensa que varios medios de comunicación han bautizado como “Las mañaneras de AMLO”.

El objetivo del mandatario ha sido posicionar en los medios de comunicación su opinión, verdad y visión sobre los temas que le interesa difundir.

Aunque, después de hablar, cede la palabra a los reporteros, lo cierto es que el encuentro termina siendo un monólogo. Tanto los medios, como las redes, replican durante las 24 horas siguientes las frases, los dichos y las críticas hechas únicamente por el político tabasqueño.

López Obrador no es el primer jefe de Estado que recurre a este tipo de ejercicios para hablar sobre lo que le interesa. Lo que cabe preguntar es si su intención es simplemente hablar, ser el centro de los reflectores mediáticos, el protagonista de los titulares, o comunicarse. Prácticas que se parecen, pero que no son iguales.

Informar y comunicar, el monólogo y el diálogo no solo son diferentes sino que pueden llegar a ser, incluso, opuestos.

El presidente de Estados Unidos Franklín Delano Roosevelt marcó un precedente en el mundo de la comunicación política al utilizar la radio —por cierto incipiente— no solo para informar a la sociedad norteamericana sobre asuntos relacionados con la Gran Depresión o la Segunda Guerra Mundial, sino para conversar con el pueblo.

Estas charlas eran conocidas como “Fireside Chat”, “Charla Informal” y un locutor introducía el programa diciendo: “El presidente quiere entrar en su casa y sentarse junto la chimenea para tener una charla con los ciudadanos norteamericanos”.

Con esas palabras, la estación de radio CBS buscaba construir alrededor de Roosevelt un ambiente amable, casero, sencillo para, en medio de una de las crisis económicas más profundas que jamás haya vivido Estados Unidos, explicar y tranquilizar a los ciudadanos.

Roosevelt, por su lado, se esmeraba en utilizar un tono de voz mesurado y recurría constantemente a palabras y argumentos con los que buscaba fortalecer la unidad de su país.

Al otro lado del Atlántico, más específicamente en Alemania, Hitler y especialmente Joseph Goebbels utilizaban de otra manera la radio. Lo hacían con fines meramente propagandísticos bajo el principio de que “Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores, y hacer que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento…”

Algo similar a Hitler hizo Hugo Chávez en su programa por televisión “Aló Presidente”.

El modelo de comunicación que tenían Roosevelt y Hitler eran totalmente diferentes y hoy, cuando México tiene un presidente esencialmente mediático, valdría la pena que sus asesores en comunicación determinaran cuál de las dos fórmulas es más conveniente para la nación.

La decisión tendría que partir de hacerse algunas de las siguientes preguntas: ¿qué busca el presidente López Obrador?: ¿convencer o imponer? ¿Unir o polarizar? ¿Crear condiciones para que todo mexicano independientemente de su origen y simpatía política colabore con el gobierno, o incluir solamente a los simpatizantes y excluir a todos los demás?

Otro punto importante es la escenografía. Hay sin duda un mensaje de austeridad y sencillez en ella. No hay mayor parafernalia que un templete, un pódium con micrófono y un fondo con las grafías institucionales del gobierno.

Sin embargo, hay un ingrediente que comienza a generar ruido: la presencia inútil de varios integrantes del gabinete que pasan horas parados detrás del presidente de la república.

Inútil porque, excepto muy contadas excepciones, no tienen participación alguna salvo la de estar haciendo el papel de acompañantes. Se les ve agotados, con ojeras, a medio peinar, ateridos.

Desde que se iniciaron “Las mañaneras” la única voz que se escucha es la del presidente. El único que parece tener responsabilidades y algo que decir sobre los asuntos de gobierno es el presidente.

Los ciudadanos comienzan a especular sobre un escenario que resulta extraño: ¿no hablan porque son incapaces de hacerlo? ¿No tienen los conocimientos y la información sobre los temas que ahí se tratan? O peor aún: ¿su silencio se debe a que el presidente no confía en ellos?

Observaciones que pueden resultar superfluas, pero que en materia de comunicación política no lo son.

Luego, están también las contradicciones entre lo que dice el jefe del Ejecutivo federal y lo aprobado por el Congreso; entre los datos presentados por funcionarios y los avalados por el Ejecutivo.

“Las mañaneras de AMLO” pueden ser un valioso instrumento para hablar a los mexicanos, para crear confianza y desterrar la incertidumbre. Para dirigirse a todos y provocar un clima de unidad nacional.

La clave está en decidir entre si se privilegia la propaganda y el monólogo, o un verdadero diálogo con la nación.