El legado jurídico y político que la Revolución Mexicana le ha dejado al pueblo de México es enorme; sin embargo, habrá que subrayar la política internacional de la diplomacia mexicana que ha tenido momentos estelares de dignidad, de soberanía y de defensa de los principios más importantes del derecho internacional.

En efecto, desde el presidente Venustiano Carranza, quien fue un nacionalista cuidadoso, particularmente en un momento donde las intervenciones extranjeras, agresivas, injustas y violentas pervivían en la memoria colectiva, aún se recordaba vívidamente la indigna conducta del embajador norteamericano Henry Lane Wilson, asesino intelectual del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suarez; Venustiano Carranza tuvo que detener —con mucho tiento y cuidado— la llamada Expedición Punitiva encabezada por el general John J. Pershing, que persiguió —sin éxito— a Francisco Villa, después del absurdo ataque a Columbus.

Todos los presidentes mexicanos de la Revolución defendieron principios y México se convirtió en un santuario del asilo, especialmente para los políticos y luchadores sociales de América Latina: el presidente Lázaro Cárdenas protestó en la Liga de las Naciones por las invasiones fascistas, en voz de don Isidro Fabela, abrió las puertas de la nación al valiosísimo exilio español y mantuvo relaciones diplomáticas como un símbolo de libertad con la república española; el presidente Manuel Ávila Camacho —en medio de la Guerra Mundial— otorgó la protección de México a miles de refugiados que huían del fascismo con la participación honrosa del embajador Gilberto Bosques; el presidente Adolfo López Mateos, cuando la OEA condenó la Revolución Cubana, protestó —en voz de don Vicente Sánchez Gavito— y mantuvo las relaciones fraternas y diplomáticas con el pueblo y el gobierno de Cuba; cuando era presidente Luis Echeverría Álvarez, después del cuartelazo y del asesinato del presidente Salvador Allende en Chile que consumó el dictador Augusto Pinochet con el apoyo indudable de la CIA, México volvió a mantener una actitud que le ganó el respeto universal, al abrir la puerta de la nación a todo el exilio chileno que huyó en condiciones dramáticas del terror y de la muerte, en ese mismo gobierno fungió como secretario de Relaciones Exteriores don Alfonso García Robles a quien, por su actitud a favor del desarme y la paz, se le confirió el premio Nobel. Esa brillante política se plasmó en nuestra carta magna ordenándole al Ejecutivo federal los principios y normas que debe seguir en el desempeño de la política exterior.

La decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de no apoyar la sanción del grupo de Lima al presidente Nicolás Maduro no constituye la defensa de un régimen; es la defesa de los principios de México, sobre todo, cuando en América Latina asoma su rostro siniestro el fascismo en la persona del presidente Jair Bolsonaro de Brasil quien, junto con la ola derechista que cubre el mapa de América Latina, como Iván Duque en Colombia o Mauricio Macri en Argentina, pueden convertirse en peones de un ajedrez perverso, que pretenda provocar un conflicto bélico en Venezuela.

No se trata de la defensa del gobierno de Nicolás Maduro de Venezuela, sino de los principios que nos han dado respeto y consideración como nación soberana en el campo de la diplomacia internacional, como el principio inalienable de la no intervención.

El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, está interpretando con claridad el momento que vivimos; por eso, el gobierno de México envía al acto político de toma de posesión de Nicolás Maduro a un funcionario de menor jerarquía, como el encargado de negocios; con esto, se está mandando un mensaje claro.