La historia enseña que hay personajes tan nefastos cuya existencia se caracteriza por  agravar la natural división entre los seres humanos. En vida y, lo peor, después de muertos. Dos ejemplos para no cansar al lector: el generalísimo Francisco Franco Bahamonde, militar originario de El Ferrol, Galicia, que traicionó en la Guerra Civil (1936-1939) al gobierno legítimo de la República, convirtiéndose en un dictador que sojuzgó España hasta su muerte en 1975. Desde el 23 de noviembre de ese año, el “caudillo de España por la gracia de Dios” está enterrado en la basílica del Valle de los Caídos. A partir de ese momento, la discusión ha sido clara: los despojos del milite traidor deben estar inhumados en la monumental basílica o no. El pasado viernes 15 de febrero, el gobierno socialista de Pedro Sánchez dio a la familia Franco 15 días para indicar otro lugar para enterrar el cadáver del exdictador. En caso de que los herederos del “caudillo” no lo hicieran, un nuevo Consejo de Ministros lo haría. El emproblemado presidente del gobierno español se plantea exhumar al dictador incluso antes de que el Tribunal Supremo resuelva un hipotético recurso de la familia Franco. En tanto, la memoria de Franco tiene dividida a la sociedad española.

El otro ejemplo de un mandatario que dividió a su país es el venezolano Hugo Chávez Frías, que antes de morir “heredó” el poder a su delfín, Nicolás Maduro Moro, que completó la tarea destructiva de su mentor: condujo a su país a la quiebra absoluta, dividiendo al pueblo venezolano como nunca en su historia. La crisis venezolana se encuentra en un momento delicado. Como corolario de estos ejemplos, México empieza a sufrir los despropósitos de un mandatario (cuya elección nadie pone en tela de juicio), que piensa que la gran mayoría que lo eligió el 1o de julio pasado, le expidió una “patente de corso”, avalada por una mayoría parlamentaria, que le permitiría “gobernar” con base en sus ocurrencias. AMLO sigue los pasos de Franco y de Chávez: divide y vencerás.

En el mes de junio de 2018, el socialista Pedro Sánchez inesperadamente llegó al poder para reemplazar al político gallego Mariano Rajoy del Partido Popular. A los pocos días, Sánchez anunció que exhumaría el cadáver del “generalísimo” para trasladarlo a otro lugar menos emblemático que la basílica del Valle de los Caídos, con el fin de reparar los crímenes de la Guerra Civil y los excesos cometidos después de la contienda.

 

 

Hasta el momento, ningún otro personaje de la historia de España desde fines de los años 30 del siglo XX hasta la muerte del dictador en 1975 y décadas posteriores tiene mayor presencia en la vida política de este país que Francisco Franco Bahamonde. Su actuación  ha provocado disputas en todos sentidos. Disputas que se agregan a otros personajes franquistas militares y civiles. La bibliografía sobre el franquismo y la Guerra Civil es abundantísima. En los últimos años han aparecido nuevos títulos, sobre todo los que analizan el proceder de Franco en contra de sus propios familiares que fueron fusilados sin que moviera un dedo para impedirlo.

 

México empieza a sufrir los despropósitos de un mandatario que piensa que la gran mayoría que lo eligió el 1 de julio pasado le expidió una “patente de corso”, avalada por una mayoría parlamentaria, que le permitiría “gobernar” con base en sus ocurrencias.

 

El conocido historiador británico y biógrafo de Franco, Paul Preston, ha escrito que el de España era un caso anómalo en Europa por conservar un “lugar de peregrinaje para su dictador fascista”. Según Preston, muchos de los visitantes al Valle de los Caídos son simpatizantes de Franco, “que fueron educados en la creencia de que fue un benefactor de España”. De hecho, el “generalísimo” decidió construir la basílica cerca de la localidad de San Lorenzo de El Escorial poco después de haber ganado la Guerra Civil, convirtiendo el sitio en una de las fosas comunes más grandes de Europa, pues allí se enterraron, por lo menos, 34,000 cuerpos humanos. Tanto de excombatientes nacionalistas como de republicanos, inhumados de forma anónima. La construcción duró dieciocho años; muchos de los trabajadores eran prisioneros republicanos. En la basílica también están enterrados monjas y sacerdotes asesinados durante el conflicto. Algunos han sido beatificados por la iglesia católica. El líder de Falange española, de extrema derecha, José Antonio Primo de Rivera, asesinado en 1936,  también reposa en la misma iglesia, enfrente de la tumba de Franco.

Discusiones históricas aparte, el hecho es que muchos españoles piensan que ya es hora de que se desentierre  el  cadáver embalsamado de Franco, que durante décadas ha sido un símbolo para los vencedores del conflicto y del régimen dictatorial posterior. El propio “generalísimo” afirmó, en el decreto que anunció la construcción de la basílica, su decisión para que las futuras generaciones “rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor”. Es decir: tributo a sí mismo. Se le olvidó decir que una guerra civil es el precio que pagan las sociedades que se dejan llevar por la intolerancia y el sectarismo. Algo muy parecido a lo que está sucediendo en Venezuela y a lo que pueden llegar otros países, como México, donde se imponga la “voluntad democrática” de un solo hombre por más millones de votos que haya recibido en unos comicios. No debe olvidarse que en ambos bandos de la Guerra Civil se cometieron abusos, pero el régimen militar subsecuente extendió el dolor más allá de su victoria con una campaña de represión que se alargó durante cuatro décadas.

El tiempo pasa y la discusión no termina. En los últimos días el prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera, ha insistido en que el cadáver embalsamado no podrá ser exhumado, como trata de hacerlo el gobierno de Pedro Sánchez, que acaba de convocar para el 28 de abril a elecciones anticipadas, porque el templo que lo custodia es “inviolable… como en el caso de una embajada, no pueden entrar sin el permiso del ordinario del lugar”, según declaró el monje benedictino en una entrevista publicada el domingo 17 en el periódico madrileño La Razón.

Cantera, monje benedictino de 46 años de edad, acusa al presidente socialista del gobierno español, Pedro Sánchez, de no saber catalogar los restos de Francisco Franco porque tienen un “tratamiento jurídico distinto” por ser un cadáver embalsamado y está confiado en que el Tribunal Supremo se oponga a la exhumación.

 

 

Más allá de las discusiones jurídicas y políticas sobre la suerte de los restos de Francisco Franco que acaparan los titulares de los medios de comunicación españoles y de otras partes, hay otros aspectos sobre el particular que vale la pena citar, como el del escritor Manuel Vicent en su artículo periodístico publicado por El País, titulado “Tumba vacía” que a la letra dice:

“Pronto o tarde, después de la labor obstruccionista a cargo de rábulas de turno y de la confusión que añada la jauría mediática, finalmente llegará el día en que la losa de 1,500 kilos de la tumba de Franco será levantada y puede que en ese momento ante la expectación general se produzca un imponente fiasco. Corre un insistente rumor de que esa tumba está vacía. Si esto es así, cuando el notario levante acta de que el cadáver del dictador ha desaparecido, ante un caso tan de novela negra lógicamente al asombro seguirá una especulación llena de morbo. ¿Dónde está el fiambre? ¿Ha sido robado por sus enemigos o ha sido puesto a buen recaudo en algún lugar secreto por sus partidarios? Si la tumba está vacía y el cadáver del dictador no aparece, llegará el momento en que será necesaria la ayuda de un Sherlock Holmes de andar por casa, quien tal vez podría desarrollar una teoría en sus justos términos. Los despojos de Franco no hay que ir a buscarlos en su tumba del Valle de los Caídos, sino en el cerebro de gran parte de los españoles de uno y otro bando. Ahí hay que encontrarlos. ¿Los lleva usted dentro y no lo sabe? En este caso, se trataría de una película de terror. De hecho, ese cadáver duerme en el sustrato ideológico más profundo de la derecha cavernaria, que todavía se alimenta de su memoria y en el odio más enquistado de la izquierda, que no logra sacudirse de encima su fantasma. Sacar a Franco de la tumba es muy fácil. Lo complicado es exhumarlo del cerebro de gran parte de los españoles, la verdadera tumba donde se está pudriendo. ¿De verdad, viejo español, de una forma u otra, no lo lleva usted dentro?.

“Limpiar el panteón de Cuelgamuros es el primer paso ineludible para que la neurosis colectiva que produce su memoria comience a desvanecerse y la figura del dictador sea deglutida definitivamente por la historia”.

Nada más, nada menos. Vale.