Cuando creíamos tener todas las respuestas,
cambiaron todas las preguntas.
Mario Benedetti

 

Se pueden decir muchas cosas del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero no se podrá decir que engañó respecto a sus programas de gobierno, los cuales ha pulido y consignado en sus escritos más recientes, los de antes de la elección del pasado uno de julio.

Con excepcional astucia, contrario a los diagnósticos de la gran mayoría de los especialistas en los asuntos de la política, los teóricos y los prácticos, explotó el negativo desenlace que, en el imaginario ciudadano, tuvo la transición democrática.

A veces, a quienes comentamos asuntos de la política, se nos olvida que antes de la transición democrática de 2000, en medio de la euforia de la reforma política de 1996, las voces más poderosas de nuestras élites académicas y políticas nos convencieron de que la democracia era la solución de todos los problemas de la nación.

Nunca nos explicaron que solo era el establecimiento institucional de la mejor forma de que una sociedad elija a sus gobernantes, mediante el voto libre de los ciudadanos y con un ejemplar sistema electoral que, por desgracia, solo hace posible que se releven autoridades y funcionarios por la voluntad libremente expresada por la sociedad.

Vamos, que es la fórmula para resolver civilizadamente las disputas del poder que, no pocas veces, llevan a la violencia y la confrontación sangrienta. Una fórmula civilizada para dirimir las diferencias políticas e ideológicas. Nada más, pero nada menos.

Al paso de los años, la mayoría descubrimos que la democracia no resolvió los problemas de la violencia, de la inseguridad, de los abusos de las autoridades y, menos, los ancestrales rezagos de la pobreza y la desigualdad.

Nunca nos dijeron que todos nuestros problemas se podían resolver, con programas eficientes y eficaces, con autoridades honestas y responsables, pero que se necesitaba tiempo, mucho más que uno o dos sexenios para lograrlo; y eso si había continuidad en los programas económicos y sociales.

López Obrador percibió el desencanto. Con paciencia y retórica demoledora empezó a crear la percepción de que todo estaba mejor antes, capitalizó el imaginario presidente todopoderoso, sin turbulentos legisladores, sin ataduras que le impiden castigar y premiar, como hace casi sesenta años.

Así, desde que ganó la elección, ha actuado conforme a esa imagen presidencial que, para más mexicanos de los que creemos, es la que resuelve todos los problemas. Y con esa percepción logra el respaldo que tiene, mayor al porcentaje de votantes a su favor.

Y, cada acción, cada decisión, cada conferencia mañanera, cultiva la percepción de que es posible que ahora sí México vuelva a ser al menos sociedad de oportunidades.

Quienes estén a favor de conservar las instituciones democráticas construidas en casi 25 años y de un esfuerzo permanente contra la desigualdad y la pobreza, pero con el consenso de todos y con pleno respeto a la Constitución y sus leyes. Y crear la percepción de que solo en la democracia se alcanzan esos objetivos. No es una batalla política, será una batalla de percepciones.

jfonseca@cafepolitico.com