El tren Maya, uno de los principales proyectos del actual gobierno de la república, ha suscitado una feroz campaña de ecologistas, zapatistas y adversarios ideológicos de Andrés Manuel López Obrador. Unos gritan que se destruirá la selva, otros afirman que es un atentado contra los grupos indígenas y los de siempre claman por que todo siga igual.

Para cierto ecologismo, arrancar algunos arbustos es un incalificable atentado contra la madre naturaleza y, por supuesto, derribar árboles merece cadena perpetua, aunque a cambio se planten varias veces más. Para esos conservadores de la naturaleza lo deseable es que todo siga igual, aunque signifique desempleo y miseria.

Desde luego, hay también preocupaciones legítimas en torno al proyecto. Por ejemplo, es de suponerse que en los sitios donde se construyan estaciones habrá un auge inmobiliario, con todo lo que eso significa. Pero peor será que a lo largo de las vías se construya de manera anárquica, pues ya se sabe que la especulación brota como cáncer cuando se huele el dinero.

 

Unos gritan que se destruirá la selva, otros afirman que es un atentado contra los grupos indígenas y los de siempre claman por que todo siga igual.

 

Por otra parte, la oposición manifestada por la zapatería no tiene más explicación que la inconmovible defensa del atraso que encabeza el hombre del calcetín, como Diego Fernández de Cevallos llamara al enmascarado que desde hace más de tres lustros transita libremente por todo el país, viaja al extranjero y hasta tiene una oficina en Ciudad de México. Ya sin persecución en su contra, el disfraz obedece únicamente a fines escenográficos.

Marcos, Galeano, Perico de los Palotes o como se quiera apodar Sebastián Guillén Vicente, que tal es su nombre de pila o del Registro Civil, se opone en forma cerrada al tren Maya. Y tiene razón al preocuparse, pues un proyecto modernizador llevaría a su feudo empleos y un mejor nivel de vida; sería un incentivo para que sus huestes salieran a conocer el mundo y el férreo cacicazgo de él y su grupo armado acabaría por diluirse. Algo intolerable para quien sólo permite el ruido de sus chicharrones.

Las críticas de los enemigos ideológicos y políticos de Andrés Manuel López Obrador eran esperables, pues no van a aplaudir algo que le puede significar un gran éxito. Pero lo exigible, eso sí, es sacar del atraso a los grupos indígenas hoy aislados y empezar a poner orden en zonas como la costa de Quintana Roo, que ha tenido un crecimiento desmesurado y desordenado. Hay que exigir que se difunda el proyecto y se afinen los aspectos más discutibles, que se norme debidamente el previsible crecimiento y que se ponga por delante el bienestar de la gente. Se hace así, o nos lleva el tren.