El anti-clímax de Gaspar Noé

 

Por Alfredo Padilla

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a vida es una cruda… y las crudas, crudas son. La resaca es el lugar más oscuro. Un culo de rata con la Enfermedad de Weil. Una catedral. El monasterio de la vergüenza. La casa de lo nefando. Redención pero nunca rendición. Comunión con el mal y descomposición compulsiva. Fe trastornada por largos frascos de vino barato. Luz estroboscópica y sangría dulce. Después la nada y el escepticismo. La muerte interior. La resaca es un estercolero espiritual. Esa es la locación de Clímax (2018), de Gaspar Noé.

Apología de la promiscuidad. Explícitos diálogos sobre el sexo anal, la coprofília, la eyaculación, el éxtasis. La música de Patrick Hernández a todo volumen. We were born to be alive… La danza moderna constituye un verdadero retorno a la libertad pagana y a los juegos infantiles, le gustaba decir a De Mille, aquella bailarina que danzaba como el mismo Diablo (si este tuviera piernas en vez de patas). Estética años 90. Idolatría. Emancipación. Música techno. Un casting en VHS. Un grupo de hábiles bailarines profesionales. Un último ensayo y una supuesta sangría mezclada con LCD, son los únicos elementos que utiliza Gaspar Noé para narrar una historia de psicosis colectiva, a lo Gustave Le Bon (La psicología de las masas, 1895); estudio sobre el carácter de las multitudes; obra que establece y describe los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres. En Clímax Noé proyecta, a ritmo de Cerrone, la pérdida temporal de la personalidad consciente individual, una maquinal suplantación por el movimiento combinado. El esplendor, la psicosis colectiva llevada al límite; una oscura resaca de masas por acciones y reacciones dominadas por la unanimidad: la emocionalidad, la euforia, la irracionalidad, la violencia.

Orina sobre la pista de baile. Impulsos circenses. Sangre, sudor y vómito. Yes we were born, born. Un niño olvidado en un cuarto eléctrico. Cuchillos, faje y reconquista. Exteriorización del embarazo. Valentía. Sospecha. Pensar colectivamente es la regla general… Clímax es la historia de 23 bailarines que se reúnen en el edificio de una escuela abandonada para ensayar una coreografía durante una fría noche de invierno. La película fue filmada en tres semanas, con una cámara Alexa Mini que el mismo Noé operó. Pareciera una historia convencional, pero la narrativa se tuerce cuando la celebración post ensayo —que se alarga toda la noche— se transforma en un mal viaje tras la sospecha de que alguien alteró una sangría con dietilamida de ácido lisérgico.

Cobardía. Puños en las entrañas. Sistema de electrificación. Lágrimas y semen. Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de voluntad. It’s good to be alive! Baile, no razón. Las civilizaciones se forjan con la danza. Las canciones envejecen más que los hombres… Se dice que la obra de Gaspar Noé es como una montaña rusa de emociones, una relato que forma uno o varios planos que suben y bajan en epígrafes y epílogos diseñados específicamente para jugar con la mente del espectador; pero esta comparación es injusta, una montaña rusa es una atracción digna de un parque de diversiones, los dispositivos cinematográficos de Gaspar Noé no son vagones que recorren ingenuamente los rieles en un circuito esbozado para la recreación; las películas del también director de Irreversible (2002) son, en todo caso, barcos fantasmas. El fantasma de un buque que se hunde en un mar espeso, algo que ondea en el fondo, muy abajo, en el abismo, con la tripulación a bordo. El cine de Gaspar Noé flota sobre un clima de muerte.

You see you were born. Faldas cortas y pitos largos. Cuando se posee la fuerza se deja de invocar a la justicia. Born, born to be alive Bajo el epígrafe “A los que nos hicieron”, Clímax puede verse como una xerografía humana. Repeticiones mecánicas de la conducta. El comportamiento de la narcosis multiplicada para que los bailarines se posicionen en el espacio y la cámara se posicione en ellos. Un ejercicio de duplicación. Una Torre de Babel en la que, durante el primer plano secuencia de 42 minutos, los personajes tratan de construir el ambiente adecuado para llegar a un clímax por medio de la danza. Dios —en este caso, el director— en un proceso intuitivo y de improvisación —no se trabajó bajo ningún guión— toma la decisión de confundir al sujeto, y crea en él los diferentes idiomas del LSD. Al no poder entenderse entre sí, en lugar de construirse una Torre de Babel, se perfora un túnel personal: el túnel de la soledad.

Corto circuito. Vivir es una imposibilidad colectiva. Probablemente el viaje continúe después de la resaca, después de la muerte, al final de la luz roja, en aislamiento, ahí donde vuelve a emerger la música. Un nuevo baile. Dios está con nosotros…