La desconfianza excesiva puede llevar a la paranoia.

Anónimo

Aunque apenas tiene setenta y un días en el gobierno, el hiperactivismo del presidente Andrés Manuel López Obrador desde que fue declarado presidente electo supo aprovechar el repliegue del expresidente Peña Nieto, que le dejó el espacio para maniobrar y actuar como si ya fuera el jefe del Estado mexicano, ha creado la percepción de que tiene más tiempo en el poder.

Con esa confianza diseñó su propio y personal sistema de comunicación y propaganda política el cual gira en torno a las conferencias mañaneras. Originalmente diseñadas para tener informes sobre la diaria inseguridad, pronto descubrió que ese diseño lo dejaría atrapado en un solo tema y, sobre todo, en un solo compromiso: el de resolver el problema de la inseguridad con la celeridad que había prometido en sus discursos.

Entonces convirtió las conferencias mañaneras en el eje en torno al cual gira toda la información que proporciona el gobierno, con lo cual mantiene el control férreo sobre la información que difunde el gobierno. Nadie habla ni declara algo distinto a lo que él dice por la mañana.

Además, poco a poco lo perfecciona como instrumento de propaganda política, propaganda que ya es una maquinaria para vencer resistencias, agredir adversarios y descalificar a su conveniencia instituciones y personas.

 

Nadie habla ni declara algo distinto a lo que él dice por la mañana.

 

Con el pretexto de “no será un presidente que se quede callado; usaré
mi libertad de expresión”, ha hecho de las conferencias de prensa en Palacio Nacional su personal plataforma para las tácticas y estrategias de lo que llama “cuarta transformación”.

Lamentablente, ha caído en el garlito de creer su propia narrativa de
campaña y actúa como si en verdad creyera que el presidente de la república debe estar informado de todo lo que ocurre a lo largo y ancho del gobierno federal, y enterado de lo que hace o deja de hacer hasta el último de los servidores del Estado mexicano.

Tal pretensión, en una nación de 125 millones de habitantes y con un
gobierno enorme, gigantesco, a pesar de los machetazos del recorte de personal, es solamente una ilusión, una leyenda de aquel presidencialismo todopoderoso del imaginario popular.

Al paso del tiempo descubrirá que, ya asentados en sus posiciones, sus colaboradores empezarán a poner en marcha sus propias agendas ideológicas, lo cual no será muy sano, pues en el gabinete, como en las ollas de tamales, hay de dulce, de chile y de manteca. Averiguará que es el administrador de un enorme aparato burocrático y, como cualquier administrador descubrirá que el micromanagement es la peor forma de administrar. Capaz que terminan hechos bolas.

 

jfonseca@cafepolitico.com