Lo que muchos vaticinaban sobre el retorno del líder sindical Napoleón Gómez Urrutia, después de su exilio en Canadá, al ser candidato de Morena por la vía plurinominal para ocupar un escaño en la Cámara de Senadores, no era otra cosa sino dotarlo de una base que le sirviera de plataforma en la encomienda de construir el nuevo sindicalismo mexicano.

Ahora el senador desde la cúpula del poder anuncia la creación de una central obrera: Confederación Sindical Internacional Democrática (CSID). Las señales son muy claras, la idea es aglutinar a la clase obrera desplazando las centrales tradicionales, la reconfiguración del viejo modelo corporativista que bien lo conoce Gómez Urrutia, por medio de una organización que cuenta con la bendición suprema.

Los mensajes son obvios, las huelgas en las maquiladoras tamaulipecas llevan el sello de la casa, después de diez años sin movimientos de esa naturaleza brota el sospechosismo, imposible pensar que se trata de manifestaciones aisladas, autónomas e independientes, más bien nos inclinamos a creer que son ejercicios calculados, organizados y orquestados desde otras latitudes como jugada de varias bandas.

La última reforma constitucional al artículo 123 establece la libertad sindical mediante el voto personal, libre y secreto de los trabajadores, para el efecto de evitar prácticas intimidatorias, presiones e imposiciones a las cuales se sometía al obrero, lo lamentable es que aún se siguen utilizando esos métodos por seudolíderes a los que solo les interesa aprovecharse del poder y del dinero.

 

A Gómez Urrutia no se le conoce por sus méritos democráticos ni por haber destacado como un luchador social, sino por haber llevado una vida cómoda, en la opulencia y los lujos, con la fama de haber huido del país.

El asunto no queda ahí, pues el senador Napoleón Gómez Urrutia nunca ha sido trabajador u obrero: estudio economía; hizo además un posgrado en el extranjero; durante más de una década fue director de la Casa de Moneda, hasta que, continuando con la rancia tradición del viejo sistema, heredó de su padre Napoleón Gómez Sada, la Secretaría General del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana, donde fue acusado de un desfalco por cincuenta y cinco millones de dólares.

En su trayectoria no se le conoce por sus méritos democráticos ni tampoco por haber destacado como un luchador social a favor de la clase trabajadora, sino por haber llevado una vida cómoda, en el confort de la opulencia y los lujos, con la fama de haber huido del país y obtener durante varios años el apoyo de sus colegas canadienses.

Más que venir a llenar un vacío, que evidentemente existe en esta etapa de transición laboral y los ajustes en la construcción de políticas públicas y la adecuación del marco legal, viene como artífice para imponer en aras de la cuarta transformación el modelo oficialista, corporativista, consolidando una estructura obrera chapada a la antigua, un brazo político de gran utilidad en regímenes totalitarios con partido de Estado, complementándose con el magisterio, seguramente el de Pemex y los que se vayan acumulando, un sistema corporativista al estilo del cardenismo adaptado a la época.