Por J. M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l 16 de enero de 2019, el pleno de la Cámara de Diputados aprobó las reformas constitucionales para crear la Guardia Nacional con una dirección tripartita de mandos civiles y militares integrado por los secretarios de Seguridad, Defensa Nacional y Marina-Armada de México.

Contradiciendo a su discurso de campaña, el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, da un espaldarazo a la militarización del país iniciada durante el mandato de Felipe Calderón en 2006. El recuento total de una cruenta “Guerra contra el Narco”, continuada durante el sexenio de Enrique Peña Nieto suma más de 240 mil muertos, más de 40 mil desaparecidos, 26 mil cuerpos sin identificar en los servicios forenses del país y mil 100 fosas clandestinas localizadas, además de acusaciones de abusos y ejecuciones sumarias de parte de las Fuerzas Armadas, según cifras del periodista René Delgado en el noticiero matutino “Despierta”, conducido por Carlos Loret de Mola, el pasado 6 de febrero.


No sabemos cuánto tiempo más durará este conflicto que ya cumplió doce años y contando. Las consecuencias de la “Prohibición” inventada por el presidente Richard Nixon en 1968, han convertido a México en otro Vietnam.

La reciente despenalización de la mariguana en Estados Unidos y Canadá, socios comerciales de México, ha traído resultados económicos y sociales favorables inmediatos. Aquí esa iniciativa del activismo ciudadano enviada al Congreso por la actual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, es vista con reservas por el gobierno actual y por no pocos analistas y periodistas especializados en el tema que insisten en difundir, a través de los medios de comunicación, una narrativa militarista tramposa concebida por los gobiernos de México y Estados Unidos, cuya complejidad no responde al por qué de su fracaso con el pretexto de una crisis de seguridad nacional provocada por los cárteles de la droga que han construido imperios de criminalidad que rebasan el poder del Estado. Esta narrativa ha encontrado su repetidor en la industria cultural binacional a través de una producción importante de narconovelas, periodismo, corridos, cine y obras de artistas plásticos, sobre todo conceptuales.

El ensayista Oswaldo Zavala.

Nos hemos convertido en expertos en el tema a partir de una premisa falsa. Hemos vivido engañados y amedrentados todo este tiempo y es momento de empezar a desaprender lo que creemos saber y afrontar la realidad, so pena de aceptar la invención de un enemigo formidable e indestructible, afirma el investigador y ensayista Oswaldo Zavala a lo largo de Los cárteles no existen, ensayos híbridos entre el análisis político y los estudios culturales publicado por Malpaso, en 2018. Zavala profundiza con agilidad y lucidez los mitos creados alrededor del narcotráfico y su complejo desenvolvimiento en nuestro país. Los cárteles no existen tal y como nos los han querido vender, afirma. Los militares protagonizan un perfomance de sus actividades contra el tráfico de drogas personificando la figura del traficante que el sistema político mexicano ha construido con fines específicos: un vaquero escuchando narcocorridos que repentinamente se hizo millonario, ostentoso y vulgar capitalizando su actividad ilícita que pone en riesgo la seguridad nacional. Este performance se ha insertado en el imaginario popular y es reproducido por buena parte de la industria cultural sobre el tema, que al naturalizar la violencia y moralizar las acciones criminales, genera un capital simbólico mediante el alarmismo y la frivolización que despolitiza el fenómeno y lo vuelve redituable como consumo masivo. Zavala lo llama “la despolitización de la narcocultura” y “fantasía narrativa” cuya historia política es ignorada.

En retrospectiva y con referencias a autores con investigaciones, ficciones y periodismo a contracorriente de los mitos impuestos desde el poder político como verdades, Los cárteles no existen profundiza en los orígenes de esta narrativa engañosa donde, si bien es cierto, existe el tráfico de drogas, impide entender que detrás de su historia y fortalecimiento hay un fuerte control de instituciones oficiales. Existe la violencia, pero en buena medida perpetrada por el mismo Estado que debería protegernos. La militarización y el terror generalizado se deben, insiste Zavala, a la perversidad del sistema político que nos gobierna respaldado por los intereses intervencionistas de Estados Unidos. El monopolio discursivo oficial sobre el narco es posible porque la historia del tráfico de drogas en México es derivativa de la historia de las prohibiciones de Estado. Extendido y aceptado por un puñado de prestigiados representantes principalmente de las letras y el periodismo especializados en el tema, permite perpetrar ficciones, crónicas y reportajes que dentro y fuera del país refuerzan estereotipos machistas y reciclan convenciones narrativas y estéticas, con una visión de la realidad reduccionista. Excepto por unos cuantos escritores y periodistas independientes, críticos mexicanos y extranjeros, la gran mayoría sustenta el monopolio informativo oficial y a la vez son premiados y reconocidos por el Estado. 

Basta con revisar buena parte de la producción de periodismo, cine y literatura de western y negra estadounidense del siglo XX hasta nuestros días (Jack London, John Houston, Sam Peckimpah, Robert Rodríguez, Jim Thompson, James Ellroy y un largo etcétera), para entender la legendaria imagen exotista que los estadounidenses tienen de México como semillero y refugio de forajidos. Complicidades y conflictos surgidos de una vecindad territorial que repercute hasta nuestros días en las dinámicas sociales, políticas y culturales entre ambos países. Quizá la diferencia, según se desprende del ensayo de Zavala, es que México está capitalizando a nivel global una identidad cultural menesterosa y bipolar que históricamente encubre complicidades con el vecino del norte, más allá de las aparentes distancias y de los conflictos políticos que mueven negocios multimillonarios a escala global entre ambos países, que en el caso de México, ha puesto de por medio su soberanía y esperanzas de una nación extendiéndose como patio trasero del imperio en toda Latinoamérica.

Los cárteles no existen es una obra indispensable para entender el poder omnisciente del crimen organizado en México. De su lectura se desprende una tesis escalofriante: el narco en México no solo no antagoniza con el Estado, sino que es en realidad el resultado de una operación política y judicial dirigida desde el mismo Estado que estructura y a la vez limita el mercado ilícito de los estupefacientes.