Por Moisés Castillo

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]D[/su_dropcap]icen que recordar es la única manera de detener el tiempo. Y las crónicas ultrajantes de Rogelio Villarreal nos trasladan a momentos vitales del escritor, oriundo de Torreón, Coahuila, ese pueblo “grande” y “apacible” que alguna vez fue. ¿Y cómo lo logra? A través de una pluma honesta, repleta de nostalgia y una mirada panóptica que trata de entender la vida cotidiana, las contradicciones y miserias humanas.

En ¿Qué hace usted en un libro como éste? (Producciones El Salario del Miedo, 2015) Rogelio Villarreal narra, en 15 crónicas notables, episodios de una vida llena de aventuras, encuentros con artistas, periodismo, tertulias, desamor y muerte. Critica sin concesiones a falsos gonzos que presumen “haber dado tres vueltas al mundo” y duda de aquellos periodistas que conciben el periodismo como un “oficio glamoroso”; explica por qué el 16 de septiembre es una fecha agridulce en su vida; recuerda con profundo amor a sus padres y cómo encararon el acto final; relata los tiempos febriles y esperanzados de aprendizaje en ciudades tan caóticas, inquietantes y espléndidas como Los Ángeles, Dublín, Belfast, Monterrey, Buenos Aires y la CDMX; presenta historias crueles y absurdas de un México atrapado en una espiral de violencia.

¿Qué hace usted en un libro como éste? es apenas el principio de la historia de un hombre que se ha dedicado toda su vida a las letras, a animar el debate público y fomentar la crítica desde una visión libre y alejada de la corrección política en tiempos de las redes sociales donde abundan “legiones de idiotas”, parafraseando a Umberto Eco. Quizá el recuerdo de esas horas y días narrados en esta obra tranquilizan a Rogelio Villarreal, pero sólo un instante porque continúa escribiendo la historia de su familia, la de sus remotos orígenes y la suya.

El escritor y periodista Rogelio Villarreal.

El escritor y periodista Rogelio Villarreal.

-Criticas a figuras consagradas como Kapuscinski y Monsiváis. ¿Por qué hay escritores que escriben crónica y no transmiten nada? ¿Qué ingredientes debe tener una buena crónica?

Creo que todas las crónicas transmiten algo, aunque con mayor o menor suerte. Pueden ser un tanto aburridas, carecer de interés, o ser un poco farragosas. Lo que al autor le interesa, por alguna razón, quizá al lector no le diga gran cosa, acaso por estar narradas con un estilo seco, pomposo o deficiente —o simplemente no le crees al autor-. Desde el boom de la crónica hay cientos de periodistas en América Latina que han incursionado en este género; hay muchos muy buenos y otros que no saben conectar con los lectores. Una buena crónica debe tratar de crear empatía por medio de un lenguaje sincero, sin artificios y con la premisa de que no se le contará al lector una mentira ni se embellecerá el texto de manera artificiosa —para eso hay suficiente y extraordinaria literatura. Narrar lo que se atestiguó —o lo que se reconstruye por medio de testimonios— y contarlo de manera honesta, con inteligencia y sutileza.

Eres un gran defensor de la ética y del rigor periodístico. ¿En qué estado de salud se encuentra el periodismo mexicano en una época donde predominan las redes sociales y las fake news?

Con la revisión y la lectura de muchos medios en todo el país —diarios y revistas, de Tijuana a Mérida— puede hablarse de una gran riqueza y calidad del periodismo mexicano, plagado, eso sí, por condiciones de trabajo precarias, inseguridad laboral y amenazas de todo tipo, lo que muchas veces impide que el periodista tenga tiempo de prepararse —pero he conocido a varios periodistas, sobre todo de cultura, que son verdaderos apasionados de su trabajo y hacen una labor estoica. Hay, desde luego, una proliferación de noticias falsas, escandalosas, amarillistas, y de contenidos que sólo buscan incrementar los clics, y no hay medio que se libre de ellos, por desgracia. Otro lastre son los medios que sólo agregan contenidos de otros medios.

-Con el triunfo de AMLO el pasado 2 de julio, ¿cambiará la relación prensa–poder, caracterizada por la sumisión y control vía la publicidad oficial?

Con el nombramiento de “periodistas” de tan dudosa ética y calidad como Sanjuana Martínez y Jenaro Villamil no se puede esperar nada positivo. Por supuesto, habrá castigos para la prensa crítica o incómoda y premios para los que se porten bien, como dice el presidente López. Ya ha habido despidos y reacomodos en las empresas de medios. Es necesario que preservemos espacios críticos, independientes, que apuesten por lectores que pueden contribuir a su financiamiento, y que recurramos a la publicidad no oficial. Será un escenario novedoso y hostil para muchos.

-¿Qué opinas del feminismo en tiempos de lo políticamente correcto, en donde una diputada de Morena propuso toque de queda para evitar los feminicidios y donde Javier Marías sugiere “evitar a las mujeres a toda costa” a propósito del MeToo?

Lo de la diputada no me extraña, una gran mayoría de funcionarios de Morena —y de los demás partidos— no tienen ninguna solvencia ética ni intelectual, son indigentes en ese sentido. Hay muchos feminismos, algunos muy exaltados y agresivos, por desgracia —y entre diferentes grupos de feministas se dan con todo. Hace muchos años entrevisté a unas cuarenta mujeres, académicas, escritoras, artistas, y les hice solamente dos preguntas: ¿Eres feminista? y ¿Por qué? La mitad contestó que sí lo era y la otra mitad dijo que no. Me interesa el feminismo inteligente que no ve en el hombre a un enemigo o, peor, a un violador. Me gusta el feminismo que no se pelea con el lenguaje, sino que lo usa con inteligencia y conocimiento.

-En varios capítulos describes casos terribles, experiencias traumáticas, que suceden cotidianamente en México. ¿Cómo contrarrestar esta “normalización” de la violencia desde el periodismo?

Precisamente narrándolo desde el asombro, desde la anormalidad. Un crimen, un asalto, una tragedia, un asesinato o una violación son acontecimientos que tienen mucho de extraordinario, aunque sean muy comunes, por desgracia. Rompen la vida de las personas y de comunidades y dejan secuelas traumáticas. No hay que solazarse en estos casos, hay que narrarlos con delicadeza, con empatía.

-Dicen que solemos idealizar nuestra infancia. ¿Fuiste feliz en esa etapa de tu vida? ¿Qué extrañas de ese Torreón donde ibas de vacaciones y de la Ciudad de México donde vivías?

Fue una infancia muy feliz con mis hermanos, primos y amigos en una ciudad provinciana rodeada de desierto. Había mucho de aventura, de exploración. Creo que viví lo mejor de dos mundos, la ciudad pequeña del norte mexicano a donde íbamos de vacaciones, y la gran capital, donde vivíamos, una metrópoli que entonces estaba lejos de convertirse en el monstruo que es ahora, donde había parques, espacios rurales, cerros y bosques a los que se podía ir de excursión.

-¿Qué tan difícil fue escribir sobre tu padre —editor y corrector de pruebas— y tu madre que tenía “unos ojos grandes como los de Elizabeth Taylor”?

No sé… Fue un tanto complicado, qué decir, qué no, hasta dónde se puede llegar al hablar de una relación complicada entre ellos, a veces amorosa y a veces áspera, violenta, y conmigo y mis hermanos. No se trata de una denuncia ni de algo exhibicionista, sino de un esfuerzo de comprensión de dos personas complejas y muy diferentes que criaron a cinco niños en el México de los años sesenta. Él era comunista y bohemio, ella católica y muy diestra para las labores manuales. Todavía hay mucho que contar.

-El capítulo que dedicas a Irlanda del Norte me trasladó rápidamente a la película Hunger, de Steve McQueen, que retrata la huelga de hambre de 1981. ¿Cómo fue esta experiencia de un país dividido a muerte, donde los mejores empleos son para los protestantes?

Fui a Irlanda porque me encargaron el cuidado y la edición de un catálogo de artistas irlandeses, chicanos y mexicanos. Yo sabía ya de los problemas en aquella región y me parecía fascinante ir a conocer de primera mano lo que pasaba. Fue una experiencia enriquecedora. Sólo conocí a un par de protestantes, nada violentos; la inmensa mayoría de los católicos allá son muy simpáticos y amables con los mexicanos.

-Escribes sobre tus viajes a grandes ciudades como Los Ángeles (“hay lugar para todos”), Buenos Aires (“me ha devuelto el placer de caminar largamente”), y creo que la Ciudad de México (“la más grande, la más fea”), está muy lejos de alcanzar el estatus de una capital viva, nocturna, civilizada, culta. ¿Es así? ¿Qué ciudad de las mencionadas escogerías para pasar el resto de tus días?  

Podría vivir en Buenos Aires, donde he caminado grandes distancias, aunque también en la blanca y cálida Mérida. La Ciudad de México ha padecido un proceso de deterioro constante, lamentable —lo mismo que Guadalajara, donde vivo—. ¿Dónde caminar sin riesgos? ¿En Iztapalapa? ¿En Polanco? ¿Dónde perderse, como quería Debord? ¿En la Doctores? A mí me asaltaron en la calle, en un cajero automático, en un taxi, y se metieron a mi departamento… Eso crea una cierta animadversión, un miedo sordo y quedo que no te abandona en muchos días. Una vez vi en el tianguis de San Felipe a una prostituta tambaleante y pintarrajeada que comía pastelillos Bimbo despedazados y una Cocacola; una imagen estrujante. Otra vez en la colonia Moctezuma vi a un niño que jugaba con unas bolsas de plástico enormes, como gusanos, que se inflaban con el aire; el niño las volaba como cometas y la imagen era bellísima. Por eso me gusta la Ciudad de México, pero no toda, no así.

-¿Qué haces en la vida real? Parafraseando al escritor Xhevdet Bajraj…

Doy clases de periodismo y de escritura en el ITESO, donde también coordino un proyecto de aplicación profesional, en el que los estudiantes hacen investigaciones sobre el área metropolitana de Guadalajara. También soy corrector y editor para varias universidades y casas editoriales.

-Recuerdas una escena que tuviste con Luis González de Alba y la canción “Stand by me”. ¿Con qué canción o disco no paras de llorar?

Con un casete de canciones cardenches que me traje de la casa de mi papá cuando murió. Casi nunca lo escucho, por eso mismo…

-Nadie está preparado para la muerte, pero ¿sabes cómo encarar el acto final? A propósito de las muertes de tus padres… narración íntima, llena de nostalgia.

Pocas veces pienso en mi muerte, cómo será, cuándo. Más bien me veo escribiendo una novela, leyendo, viajando… Quiero hacer un reportaje extenso en Israel y seguir dando clases —me gusta mucho convivir con ellos, aprender de ellos y tratar de dejarles algo de lo que sé.