Estamos en un aniversario más de la promulgación constitucional.    Lo importante es que no se trate de un festejo ni, mucho menos, de un festival sino de una conmemoración y de un recuento de nuestros activos y de nuestros pasivos en el asunto de la ley, de la justicia y de la protección constitucional. De poner en claro nuestros itinerarios recorridos y nuestros derroteros del porvenir. De fortalecer voluntades, de refrendar consignas, de rendir cuentas y de tributar honores legítimos. Son estas las obligaciones de la memoria individual y de la memoria colectiva.

Hasta ahora, la nuestra ha servido para lo que sirve una Constitución.  Para frenar los abusos del poder contra el ciudadano.  Para consolidar nuestro sistema de garantías sociales. Para avanzar en el federalismo. Para evitar la tiranía. Para instalar la democracia.  Para crear el sistema educativo nacional. Para contar con el sistema de seguridad social. Y para muchos aciertos que no han sido obra ni de un solo hombre ni de un solo partido ni de una sola generación sino el logro del esfuerzo colectivo de todos los mexicanos.

En la historia de México la lucha por la entronización y la preservación del Estado de derecho la hemos llamado “constitucionalismo”. Por virtud de ella, en muchas ocasiones hemos combatido con la palabra, con la acción y con las armas.  Por esa voluntad constitucionalista surgió Morelos, redactamos Apatzingán, nos federalizamos en el 24, proclamamos Ayutla, excluimos a Santa Anna, hicimos la Reforma, expedimos la Carta Liberal del 57, sufrimos la Guerra de Tres Años, vivimos la epopeya de Juárez, repelimos la intervención, cancelamos a Maximiliano, restauramos la República, repudiamos el tuxtepecazo, abominamos de la dictadura, seguimos a Madero, nos fuimos a la Revolución, rescatamos el liberalismo, proclamamos Guadalupe, remitimos a Huerta y promulgamos la Carta Revolucionaria de 1917.

Los creyentes en la Constitución no podemos conceder la razón a quienes piensan que ella brinda un espacio demasiado reducido para la satisfacción de sus demandas, como tampoco a aquellos que denuncian que establece un espacio demasiado estrecho para la realización de sus trabajos.

 

Una conmemoración y un recuento de nuestros activos y de nuestros pasivos en el asunto de la ley, de la justicia y de la protección constitucional.

 

Unos y otros lo justifican con una fórmula engañosa pero seductora. Ofrecen un mal presente a cambio de un buen futuro. Debemos tener cuidado. A eso se ha reducido la oferta de todas las gerencias y a eso se ha reducido la promesa de todas las dictaduras.

Unos y otros quisieran llevarnos a una dictadura de diverso signo y de distinto credo, pero dictadura al fin. Algo similar a aquellos regímenes de los cuales fueron legendarios los Miguel Ydígoras, los Luis y Anastasio Somoza, los Fulgencio Batista, los Leónidas Trujillo, los Francois y Jean Claude Duvalier, los Marcos Pérez Jiménez, los Alfredo Stroessner, los Rafael Videla, los Augusto Pinochet, los Rafael Rojas Pinilla y una larguísima galería que fueron el paraíso de la dictadura y el infierno de la Constitución.

Desde luego que estas posiciones anticonstitucionalistas no se reflejan en un solo partido político ni en un solo poder público. En todos ellos existen quienes piensan de una o de otra manera. Eso es lo que hace que el debate político tenga un sesgo que lo hace confuso y complicado. No hay claridad en su trasfondo. Para algunos, se trata de una confrontación de partidos políticos. Para otros, se trata de una confrontación entre poderes. Otros más alegan que se trata de una confrontación entre proyectos de nación.

Solo el tiempo lo resolverá.

 

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