BALLESTA

Una sombra pareciera perseguir nuestro destino como nación, la de la división y el enfrentamiento. Hace 500 años que arribó al Anáhuac el conquistador Hernán Cortés quien con un puñado de hombres venció a las civilizaciones indígenas, gracias a los avances tecnológicos de que disponía, pero también a las divisiones y controversias de los diferentes pueblos originarios.

A continuación y no podía ser de otra manera, se generó el enfrentamiento entre indígenas y españoles y, desde luego, entre estos últimos entre sí. Peninsulares contra criollos. En este brevísimo recuento histórico, avancemos a la lucha por la independencia, el encontronazo, fue entre insurgentes y realistas. La alianza entre ambos bandos, propició el fin del dominio español luego de 300 años. Una vez decretada la independencia nacional, la lucha fue entre monarquitas y republicanos, al imponerse estos, entre federalistas y centralistas. Y la división y la confrontación continuó entre liberales y conservadores. Este encono, este divisionismo, solo propicio inestabilidad política.

Tras la pax porfiriana vino la vorágine de la revolución, que culminó con un enorme baño de sangre fratricida en el cual perecieron en circunstancias trágicas  los caudillos: Carranza, Zapata, Villa y Obregón. Hasta que se creó primero un partido político, en cuyo interior se dirimían, en relativa paz, los desencuentros del grupo en el poder y luego Cárdenas, el sistema político corporativista, fue posible procesar sin enfrentamientos armados las visiones diferentes, los enfoques distintos o la simple y sencilla lucha por el poder.

El largo camino debió realizarse con un Poder Ejecutivo fuerte, dotado de facultades constitucionales y metaconstitucionales para instaurar en los hechos una supremacía sobre los poderes Legislativo y Judicial, independiente de los dictados de la norma constitucional. En el devenir histórico el modelo político–económico se erosiono por movimientos de la clase obrera, las clases medias y la rebeldía de los jóvenes. Hay que recordar los movimientos terminales, entre los que sobresalen: los de los finales de los años cincuenta por parte de los telegrafistas, los petroleros, los ferrocarrileros, los maestros o en la siguiente década los médicos, los jóvenes en el 68 y los movimientos guerrilleros rurales y urbanos.

 

Lo que pervirtió el esquema fue la partidización, la politización de los nombramientos de los integrantes de estos órganos, vició su funcionamiento al convertirse en reparto de un botín entre los partidos políticos.

 

Así, ante los periódicos estallidos sociales, que se combinaron también con periódicas crisis económicas, se realizaron reformas políticas y un cambio de modelo de desarrollo económico. Los resultados del neoliberalismo serán materia de otra colaboración. En esta deseo realizar solo breves reflexiones respecto de que la adecuación al sistema en lo político, que algunos llamaron equívocamente en su megalomanía reforma del Estado y otros “transición democrática”; el eje central de las modificaciones consistió en acotar, limitar el presidencialismo autoritario.

Y en ese afán, nos dispusimos a controlar al Ejecutivo federal, a través de los denominados órganos constitucionales autónomos, y fuimos prolíficos y quizás, solo quizás, excesivos. Lo que pervirtió el esquema fue la partidización, la politización de los nombramientos de los integrantes de estos órganos, lo que vició su funcionamiento, al convertirse en reparto de un botín entre los partidos políticos.

Hoy la hora de la república es la de repensar  y readecuar el sistema de control y contrapeso constitucional entre los poderes. Es imposible pensar en desandar el camino y retornar al absolutismo presidencial, la sociedad organizada ya no lo permitiría. Estimo que es posible encontrar la salida, solo que esta no puede ni debe buscarse por la vía del encono y la división.

Los mexicanos queremos vivir en democracia y sobre todo en un clima de convivencia social armónica.