La autonomía de las universidades públicas no solo constituye un paradigma de la enseñanza superior, sino también garantías constitucionales que le dan fuerza jurídica indiscutible a la libertad de cátedra.
Esta libertad ha permitido que el crisol de la cultura y de las ideas de carácter universal cobren carta de naturalización en la investigación y en la enseñanza nacionales; por eso, la defensa de esta figura, que tuvo su consecución en 1929 con la inteligente decisión del presidente Emilio Portes Gil, es una obligación de nuestro tiempo.
Las universidades públicas, particularmente la UNAM, no solamente están altamente calificadas en el ámbito internacional, sino que representan prácticamente la única esperanza para cientos de miles de jóvenes, que aspiran a la educación superior, y que no pueden alcanzarla de otra forma, por razones económicas.
En las últimas semanas se ha denunciado que puede peligrar esta autonomía y darle a la universidad un giro distinto que la podría convertir en una institución donde exista un pensamiento dominante en el aspecto filosófico, político, económico y jurídico; el pensamiento único solo puede ser característica de un Estado autoritario y, en nuestra máxima casa de estudios, vivimos en plena libertad y son escuchadas —con respeto— las diferentes voces, cuyos matices son distintos y a veces contradictorios, ese es el carácter de una universidad, que de ninguna manera podemos perder.
Cabe señalar que en la Cámara de Diputados existe una iniciativa del presidente de la república, que está en proceso de discusión en la Comisiones de Puntos Constitucionales y de Educación, en la que —al parecer— se propone modificar la fracción VII que reconoce, con toda claridad, la autonomía universitaria; sin embargo, aún no se dictamina y seguramente antes de que pase al Pleno volverá a incluirse la omisión referida. Cuando menos, habrá que darle a los legisladores de esta Cámara el beneficio de la duda, pues es una barbaridad que ignoren dicha conquista, que no es patrimonio de ningún grupo, sino legado fundamental de la nación.
Hoy más que nunca, debemos estar alerta al llamado del rector Enrique Graue, quien está atento al desarrollo de los acontecimientos legislativos, para impedir el asalto a esta institución, que tanto nos enorgullece.
La solidaridad de los universitarios se expresa —de manera indubitable— en las aulas, en el campus y, si es necesario, en cualquier trinchera.
Probablemente no exista ninguna intención de frenar el desarrollo —hasta hoy armónico— de la UNAM, pues sería prácticamente imposible modificar el artículo 3 constitucional, en relación con la autonomía; sin embargo, tenemos que estar pendientes y vigilantes del acontecer legislativo.
Democracia, libertad de cátedra, pensamiento múltiple y filosofías distintas deben ser los fundamentos que mantengan nuestro paradigma universitario.
El rector de la UNAM no está solo en esta defensa de la autonomía, cuenta con el apoyo irrestricto de miles de profesores, alumnos y empleados administrativos, que están prestos a la defensa de la universidad, símbolo de la cultura mexicana; pues la solidaridad de los universitarios se expresa —de manera indubitable— en las aulas, en el campus y, si es necesario, en cualquier trinchera.
No olvidemos que el artículo 3 constitucional, no solo define la autonomía universitaria, sino también a la democracia como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo; por eso, la autonomía universitaria es un valor fundamental de la nación.
Profesor nivel C de tiempo completo, UNAM