Entrevista a Urbano Reyes | Profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana

Por Estela Bocardo

 

Una nueva junta directiva de Citgo, filial de la petrolera venezolana PDVSA en Estados Unidos, fue anunciada por el líder opositor venezolano Juan Guaidó, como parte de su estrategia para acorralar económicamente al gobierno de Nicolás Maduro. Por su parte Washington, anunció que desde el 28 de abril embargará la exportación de crudo venezolano al mercado estadounidense.

En cuanto a intervenir en la crisis política y humanitaria en Venezuela, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reiteró que “todas las opciones siguen abiertas”, en el marco de una reunión con el presidente de Colombia, Iván Duque, y la ayuda humanitaria que se acumula en la frontera entrará “sí o sí” el próximo 23 de febrero, aseguró el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó.

En entrevista con Siempre! el doctor Urbano Reyes, profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana nos da una perspectiva sobre la mediación de los países en el conflicto y el papel de México.

 

El apoyo de otros gobiernos a Juan Guaidó no es algo que él controle. ¿Cree usted que el apoyo popular que tiene pueda llevarlo a sacar al presidente de Venezuela Nicolás Maduro del poder?

Creo que el apoyo no es necesariamente a Guaidó, sino a cualquier actor que represente la posibilidad del fin de este régimen. En este sentido, más que Guaidó, es la situación de alta gravedad en el país lo que posiblemente dejará sin margen de maniobra a Maduro. Este personaje aún se mantiene en el poder por la estructura de control irregular que construyó y que es herencia chavista, y menos por el apoyo popular. Las tensiones entre la ecuación sistema de control-rompimiento del tejido social es lo que puede sacar a Maduro del poder, más que las presiones externas, las que a mi parecer solo asisten a una fase final del proceso venezolano actual.

 

¿Cómo está funcionando la mediación de los países en el conflicto?

Hasta el momento está funcionando en un vacío de contenido. Vacío en términos de lo legal, dado que no hay un entramado normativo que esté soportando las iniciativas, lo que mantiene en un estado de indefinición el proceso de gestoría. El segundo vacío es el relacionado con los actores, ninguno de los cuales se encuentra en sincronía: los mediadores (México y Uruguay) con escasa convocatoria; los pro Maduro, con poca relevancia en términos de su peso específico en el sistema internacional y los que están a favor de un cambio de gobierno (pro-Guaidó), pero ninguno con un espacio convergente. Cada uno está funcionando con su propia lógica y ello no abona a la gestoría eficiente en la estabilización de Venezuela. El riesgo de una salida violenta es evidente.

 

¿Cree usted que desde el punto de vista diplomático resulte aventurado mediar en una crisis en la que algunos países se han inclinado por reconocer como autoridad legítima a Maduro o a Guaidó?

Los reconocimientos de otras naciones son anteriores a la mediación. Creo que debió ser al revés: que las potencias presionaran para obligar a que los actores externos se sentaran libremente a negociar los términos del diálogo, plantear una fecha límite y, de no cumplirse, se pudo haber usado el reconocimiento como incentivo a Maduro. Usar el reconocimiento antes que la mediación solo ha tensado la situación en el interior del país.

En este caso, desconocer los tiempos hace que posiblemente el momento no fuera el adecuado para estas iniciativas de reconocimiento. En el caso de las mediaciones, creo que el propio país pudo ser el gestor. La lejanía geográfica y de vínculo de España respecto del proceso supone personalizar la propia mediación (Rodríguez Zapatero, que no España) y eso no ha ayudado, aunado a la polémica interna en la propia península, sobre el papel del expresidente, lo que resta solidez a la gestión.

 

Se establecieron cuatro puntos para la negociación pero no ha habido un avance, ¿por qué se ha retrasado?

Los cuatro puntos de la iniciativa de Montevideo (diálogo inmediato, negociación, compromisos e implementación) vistos desde fuera son incontestables, pero su complicación es su instrumentalización, es decir: 1) la temporalidad de lo “inmediato”, que supone ventajas y desventajas en un juego interno de Venezuela, y de los actores interesados. Aquí juega el factor estratégico y los intereses de cada país (EU) o región (UE), además de los jugadores internos en Venezuela; 2) negociación, es decir ¿sobre qué base se inicia el encuentro? Todos los jugadores desean una ventaja en el arranque de los trabajos y cada uno se declara el legítimo gestor del proceso, lo que hace de este plan un esfuerzo casi inviable; 3) compromisos. De este elemento, habrá ganadores y perdedores y todos quieren ser los primeros y no ser los segundos, aunado a que las exigencias (salida de Maduro del poder), parten de una base de alta complejidad y, finalmente, 4) implementación. En este caso, desconociendo los compromisos, se ignora si la implementación tenga un corte político como fin (caída del régimen de Maduro y convocatoria a elecciones); o si el fin político se sostenga como medio de cara a la consecución de fines más amplios (recuperación del tejido social en país).

 

¿Cómo queda México en términos políticos en esta reunión?

Parece que su narrativa “independiente” en política exterior le está acarreando cierta legitimidad en la opinión pública en el interior de México, pero en el ámbito del sistema de naciones existe un riesgo evidente de ahondar diferencias con países de peso en el sistema de naciones, como Argentina, Brasil y, por supuesto, Estados Unidos. El tiempo que dura el impasse es el criterio sobre el cual se puede decantar la posición del país. Si se alarga el proceso venezolano, la posición negociadora quedará débil y con ello es posible que quede en la irrelevancia; si se acorta el proceso y se logra integrar a los actores al proceso de negociación, México quedará como país referente. Todo depende del tiempo que dure el encuentro o rechazo del diálogo entre los actores. En todo caso el prestigio de la política exterior queda en manos de procesos que están fuera de la capacidad de gestoría de la cancillería mexicana.

 

México antes encabezaba reuniones para mediar, ahora ¿cómo ha quedado su mediación ante el mundo?

La figura de la mediación es ética y moralmente incuestionable en el mundo actual, pero esta figura está sujeta a las presiones y al contexto del momento. En este caso debe plantearse en la cancillería si la mediación es un medio de gestoría cuyo fin es el posicionamiento de la política exterior del país. Es de sentido común asumir que este conflicto puede permitir recuperar cierto peso en la política exterior del país. En términos estrictamente pragmáticos, la mediación como primer paso en la política exterior mexicana debe pasar la prueba del proceso interno venezolano antes de definir su grado de éxito. Si se llega a la mesa de negociaciones, el prestigio del país aumentará exponencialmente, en especial si se logra una salida que evite el riesgo de enfrentamientos internos o intromisiones de otras potencias grandes o medias.

 

En la mesa de negociaciones entre el gobierno y la oposición venezolana circularon dos borradores, sin embargo no se logró ningún acuerdo pues la oposición se negó a aceptarlo, ¿cuál cree que sería el acuerdo que acercaría a ambas partes?

Mi lectura es que un cambio en el proceso de negociación no vendrá de la redacción de un documento en específico, sino del cambio de situación en el equilibrio de poderes en el interior de Venezuela, del agravamiento de la situación alimentaria, de salud, violencia y del cambio de posición de actores anteriormente defensores del actual régimen. El acuerdo por tanto parece tender hacia un acuerdo sobre la definición de tiempos en el proceso de cambio de régimen, que esté tutelado por ambas partes en tiempos distintos. Es decir, que la autoría del cambio se la atribuyan los dos actores en pugna y que eventualmente tanto Guaidó como Maduro pierdan protagonismo en favor del proceso general. En este caso al parecer será inevitable la presencia de gestores externos. Otra salida podría ir más hacia escenarios de violencia.

 

La democracia es algo más que elecciones, con el debido respeto a los derechos humanos. ¿la OEA deba actuar en este conflicto?

La OEA lleva mucho tiempo perdiendo peso específico como espacio de orientación de las naciones del continente. Mi lectura es que la OEA no debe posicionarse en favor o en contra del proceso, sino que debe proponer una estrategia, un diseño, una mecánica que acerque a los actores en pugna. Si la reunión ratifica las posiciones individuales de los países y las avala, es posible que se agrave la tensión en Venezuela. Creo que su función es rebajar la tensión y fungir como árbitro al regular el juego antes que ser un foro de aval sobre posiciones nacionales, que más allá de su legitimidad pueden generar más problemas que los que se quiere resolver. La OEA va contra el tiempo y contra su marcada pérdida de relevancia en años anteriores.