Más vale que los bandos en conflicto de la República bolivariana de Venezuela puedan entender que la desastrosa situación de su país no debe alargarse por mucho tiempo. Más allá de que se puedan escribir excelentes libros, o no,  sobre la “heroica lucha del pueblo venezolano contra la dictadura de Chávez y Maduro, que recuerden los sufrimientos que ha padecido todos estos años sin cesar de resistir, pese a los torturados y a los asesinados, a la catástrofe económica —probablemente la más atroz que recuerde la historia moderna— que ha llevado a un país potencialmente muy rico a la hambruna colectiva y ha obligado a cerca de tres millones de ciudadanos a huir, a pie, a los países vecinos, para no perecer por la falta de trabajo, de comida, de medicinas y de esperanza”, como describe el problema el premio Nobel de literatura, el peruano-español-dominicano Mario Vargas Llosa.

Tal parece que el martirio venezolano puede llegar a su término. O por lo menos, es el  momento de extirpar de raíz el cáncer que lo aniquila: ese cáncer se llama ahora Nicolás Maduro Moro, al que nadie, en su juicio, puede defender esgrimiendo los más sofisticados argumentos legales o diplomáticos. No es cuestión de legalidad ni de constitucionalidad. Simple y llanamente se trata de que el pueblo venezolano se desembarace —sin derramamiento de sangre— del mal que lo aniquila.

Por eso llama mucho la atención la declaratoria de “neutralidad” del gobierno de Andrés Manuel López Obrador frente a la crisis venezolana. Aunque Marcelo Ebrard, titular de Relaciones Exteriores, declara antes de la reunión internacional promovida por México y Uruguay, en Montevideo, sobre el particular:  “nosotros no defendemos a Maduro ni a su régimen, ni estamos en ninguna posición política, queremos que haya un diálogo y pensamos que es lo más inteligente” (sic), parece todo lo contrario. Los hechos son los hechos.

 

La única salida son elecciones libres que devuelvan la legitimidad democrática incuestionable a quien el pueblo venezolano decida.

 

Dadas las circunstancias solo la presión internacional apoyada en el repudio de la sociedad venezolana contra el dictador —que se protege con el manto de una presidencia espuria que no ven solo los que no quieren ver atrás de sus anteojos de “neutralidad” comodina—, puede lograr la transición en la nación sudamericana. El joven personaje contendiente en la lucha por el poder en Venezuela, Juan Guaidó y sus compañeros de batalla le han dado nuevos ímpetus al deseo de libertad venezolano. ¡Ojalá y los tiburones que medran en este empeño no se lo traguen! Llámense Trump, Putin o Jinping. Por más que países como Estados Unidos, Rusia, China y otros tengan grandes intereses económicos en Venezuela, se trata de un conflicto interno de la nación bolivariana, en todo caso con implicaciones regionales, y como tal debe ser enfrentado. Este es el juego de ajedrez internacional más difícil en la historia de Venezuela. México ha movido pieza. A ver como le va.

De tal suerte, la retórica agresiva del presidente estadounidense, Donald Trump, dando por supuesto una “invasión militar” no ayuda para nada a los partidarios del retorno de la democracia a Venezuela. Por el contrario, las bravatas del rubio mentiroso nada más sirven para darle alas a Maduro y sus compinches militares. En ese sentido, todas las instancias internacionales —los países de Iberoamérica y del viejo continente, Rusia, China y otras naciones asiáticas— deben hacer frente a cualquier intento militar. Los tiempos de que el Tío Sam enviara a sus marines al sur del río Bravo para “solucionar” todos sus problemas, ya pasaron a la historia.

La situación institucional, económica y social en Venezuela llegó a un nivel de degradación sin precedentes, por más que Nicolás Maduro grite a los cuatro vientos que Venezuela “no es un país de mendigos”. La única salida son elecciones libres que devuelvan la legitimidad democrática incuestionable a quien el pueblo venezolano decida. La democratización venezolana también pasa por la mejora sustancial de las condiciones de vida de sus ciudadanos. El fracaso económico de los gobiernos implantados por Hugo Chávez, primero, y después por Nicolás Maduro es absoluto.

El miércoles 23 de enero la crisis venezolana inició otro capítulo que puede ser definitivo. Ese día, el presidente de la Asamblea Nacional dominada por la oposición, el ingeniero Juan Guaidó, se proclama “presidente encargado” de Venezuela y ahí se armó “la de Dios es Cristo”.

El primero en reconocer al “presidente encargado” como legítimo mandatario de Venezuela, fue Donald Trump, lo que levantó todas las suspicacias del caso. Al mismo tiempo, el mandatario estadounidense pidió la salida de Nicolás Maduro y, desde ese momento, ha advertido en reiteradas ocasiones que todas las “opciones” están en la mesa para una transición de gobierno. De inmediato Rusia acusó a Estados Unidos de interferir directamente en los asuntos internos de Venezuela, no podía ser de otra manera.

Del 23 de enero a la fecha, el mundo se ha polarizado con motivo de la crisis venezolana. Hasta el momento de escribir este reportaje 40 países han reconocido la presidencia de Juan Guaidó. Trece reconocen a Nicolás Maduro; y siete reconocen a Maduro —incluyendo a México— pero se declaran neutrales: Uruguay, Ciudad del Vaticano, India, Japón, Noruega e Irlanda.

En tales circunstancias el domingo tres del presente, la cancillería mexicana envió a los medios de comunicación un comunicado en el que afirmó que México buscará construir un diálogo fructífero con la comunidad internacional que contribuya a encontrar una salida política frente a la polarización en Venezuela, durante las reuniones que tendrían lugar los días seis y siete de febrero en Montevideo, con el llamado Grupo de Contacto Internacional auspiciado por la Unión Europea.

En el mismo comunicado, la Secretaría de Relaciones Exteriores informa que “México refrenda su convicción por el diálogo y la diplomacia como la mejor alternativa para evitar el conflicto, proteger los derechos humanos y construir una paz democrática en Venezuela”. Marcelo Ebrard Casaubón  encabezaría la delegación mexicana.

Con ese propósito, informó la cancillería mexicana, el miércoles seis de febrero, el enviado del presidente Andrés Manuel López Obrador sostendría reuniones bilaterales con la delegación de Uruguay y con las minúsculas naciones caribeñas que pertenecen a la Comunidad del Caribe (Caricom), y el jueves siete, en la iniciativa de diálogo refrendada por el Grupo de Contacto Internacional, compuesto por la Unión Europea: Francia, Alemania, Italia, Holanda, Portugal, España, Suecia, y el Reino Unido, así como Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Uruguay.

En Europa,  el gobierno de España, presidido por Pedro Sánchez ha sido uno de los más interesados en el asunto. Al respecto expresó: “Hoy el mundo no está del lado de Juan Guaidó, sino del lado de la lucha del pueblo venezolano”. Por lo mismo, el ejecutivo español ha manifestado mantener abierta la interlocución con México y Uruguay que plantean realizar una conferencia internacional el siete de febrero. Y manifestó que el diálogo entre las partes que defiende López Obrador es una fase superada, pero “podríamos confluir con estos dos países en que lo mejor para los venezolanos son unos nuevos comicios”.

En tales circunstancias, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó el lunes cuatro que no se sumaría a ningún grupo de naciones que promuevan iniciativas para tratar de resolver la crisis de Venezuela. La aclaración fue  hecha por el propio Antonio Gutiérrez, secretario general de la ONU. 

México y Uruguay, los promotores de la conferencia de los países neutrales en el conflicto venezolano, esperaban que Gutiérrez asistiera a la conferencia citada para promover el diálogo entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó. La esperanza se frustró. La ausencia del Secretario General de la ONU podría afectar el resultado de la reunión. Mientras el conflicto no encuentre solución todos participan en el mismo con declaraciones a los medios, pero la asistencia a reuniones específicas ya es otro asunto.

Por esa razón, Gutiérrez declaró: “La Secretaría de la ONU ha decidido no ser parte de ninguno de estos grupos para dar credibilidad a nuestra oferta de buenos oficios a ambas partes para que puedan encontrar una solución política”. La división mundial sobre la crisis venezolana generó un dilema en el organismo mundial y las declaraciones del dirigente portugués dan pie para pensar que la ONU se mantendrá al margen por el momento.

En fin, el subsecretario para América Latina y el Caribe, Maximiliano Reyes reiteró que la convocatoria que México y Uruguay lanzaron para invitar a otras naciones y organizaciones multilaterales en Montevideo lleva como propósito materializar el diálogo: “lejos de ser un instrumento anacrónico”, México optó por la diplomacia. Pronto se verá si López Obrador tiene poder de convocatoria en el escenario mundial o si el gobierno de la cuarta transformación poco cuenta en las lides internacionales. Vale.