Cuando el presidente norteamericano Donald Trump y sus aliados justifican su postura golpista en Venezuela enarbolando “la defensa de la democracia”, olvidan que carecen de la más mínima autoridad moral para hablar de un tema que en sus países dista mucho de respetarse.

Los intentos por desestabilizar un modelo de gobierno que se ha opuesto a los intereses de las multinacionales y a la entrega de su petróleo son prioridad en la estrategia geopolítica norteamericana.

A la muerte de Hugo Chávez en 2013, se pensó en Washington que la caída de Nicolás Maduro sería cuestión de tiempo, pero se equivocaron. En 2018, una raquítica oposición, financiada y asesorada desde el exterior, no logró obtener el apoyo popular y se derrumbó electoralmente.

Los partidos de extrema derecha que fueron a las urnas quedaron muy lejos de los seis millones 190 mil votos logrados por Maduro. Si como la manipulación informativa señala, la inmensa mayoría de los venezolanos estuviera inconforme con su régimen, el resultado hubiera sido distinto, pero no fue así.

Países de la Unión Europea como España y Francia se sumaron a la postura estadounidense olvidando que gobiernos de derecha como el del depuesto Mariano Rajoy —acusado de corrupción—, y el de Emmanuel Macron, han ignorado los reclamos de las mayorías en exigencia de respeto a sus derechos civiles y laborales.

Rajoy desoyó los reclamos de millones de españoles que se manifestaron en diversas ciudades de la península ibérica contra los cambios al régimen de asistencia social que empobreció a la clase trabajadora al obligarla a pagar su atención médica.

Lo mismo sucedió en Francia con la revuelta de los “chalecos amarillos”, el llamado “movimiento sin líderes” que emergió de una sociedad civil a la que a causa de los violentos ajustes económicos se le depreció el poder adquisitivo y que exigió la renuncia de Macron.

 

Desestabilizar un modelo de gobierno que se ha opuesto a los intereses de las multinacionales y a la entrega de su petróleo es prioridad en la estrategia geopolítica norteamericana.

 

Curioso que los interesados en derrocar a un gobierno surgido de la voluntad mayoritaria y democrática de sus habitantes, sencillamente den la espalda a sus ciudadanos. Otra de las comparsas de Trump, el gobierno británico, comprobó el crecimiento del movimiento social denominado “voto de la gente” que, en tan solo unos meses, juntó más de un millón de firmas exigiendo un nuevo referéndum sobre el brexit.

Y ni qué decir de regímenes de ultraderecha como el de Jair Bolsonaro, en Brasil, el de Mauricio Macri, de Argentina o Sebastián Piñera en Chile, que raudos se sumaron a la orden de Washington para reconocer a Juan Guaidó, como supuesto presidente de Venezuela sin un solo voto de por medio. ¿A tal intervencionismo e imposición le llaman democracia?

El mismo Donald Trump obtuvo dos millones 800 mil votos menos que la candidata demócrata, Hillary Clinton y por el llamado sistema de votación indirecta llegó a la Casa Blanca.  ¿Es esto respetar la voluntad de los ciudadanos norteamericanos? Absurdo que los detractores de Maduro se digan demócratas cuando ni ven ni escuchan a sus pueblos.