Uno supone que el Estado es el garante del orden, y que el orden, para ser más o menos justo, requiere de la intervención reguladora y coercitiva de las instituciones, porque como diría don Jesús Reyes Heroles, el poder es porque puede, y si no puede o renuncia a su función, simplemente deja de ser todo aquello que suponemos que es.

Viene al caso recordar lo anterior porque el presidente Andrés Manuel López Obrador asistió a la Convención Nacional Bancaria y ahí, ante los señores del dinero, pidió que los bancos se autorregulen y que se abra la competencia entre ellos.

Como es sabido y sufrido, en México la banca cobra por más de medio centenar de conceptos, y a los usuarios de tarjetas de crédito aplica intereses que en algunos casos superan el cincuenta por ciento anual y, gracias a la Suprema Corte, se le permite cobrar intereses sobre intereses, lo que ha hecho de México un auténtico paraíso para las empresas financieras que aquí operan, las que en su abrumadora mayoría, más de 80 por ciento, son firmas de matriz extranjera.

Bancomer, que alguna vez fue propiedad de mexicanos, es ahora una próspera casa española dependiente del Banco Bilbao Vizcaya, el cual recibe sus principales ingresos de los sufridos cuentahabientes mexicanos, a los que esquilma con esmero, al extremo de que entre 2017 y 2018 elevó en más de 15 por ciento sus ganancias para llevarse a su país de origen 52,638 millones de pesos.

 

Inventaron el Fobaproa y ahora somos los contribuyentes quienes pagamos la deuda de aquellos banqueros.

 

Algo similar puede decirse del que fuera el Banco Nacional de México, más conocido por el acrónimo Banamex, que exporta sumas estratosféricas a Nueva York, sede del Citibank, actual dueño del que fuera un banco mexicano. La firma española Santander, que tiene como cabeza a la señora Botín (no es broma, así se apellida), es el otro integrante de la tríada que cada año se lleva sumas fabulosas al extranjero.

Esos bancos que ahora son extranjeros fueron expropiados en 1982 después de que llevaron el país a la quiebra. La banca operó —mal, es cierto— durante un tiempo hasta que Miguel de la Madrid y sucesores procedieron a reprivatizarla y la pusieron en manos de capitalistas mexicanos que la condujeron a una severa crisis. Para salvarla, los gobiernos priistas inventaron el Fobaproa y el inefable Ernesto Zedillo logró que el Congreso convalidara el atraco y ahora somos los contribuyentes quienes pagamos la deuda de aquellos banqueros, que al reponerse del traspiés, de inmediato vendieron sus bancos a firmas extranjeras que han actuado en forma depredadora, infame.

¿Y a esos banqueros se les pide que se autorregulen? ¡Por favor!