RETRATO HABLADO

Jaime Torres Bodet (1902-1974) es uno de los egregios personajes más relevantes de la vida cultural y literaria del siglo XX mexicano; formó parte, con sus colegas del grupo Contemporáneos, de la promoción de la cultura, actividad hoy de moda, aunque está lejos del horizonte crítico, talento y capacidad intelectual de los poetas, narradores y ensayistas de esa generación, quien tuvo en José Vasconcelos (1882-1959) modelo y guía; Torres Bodet sería su secretario particular a su paso por la Rectoría de la Universidad Nacional de México (1920-1921) —que antes de terminar esa década obtendría su autonomía.

Torres Bodet fue hijo del catalán Alejandro Torres Girbent y de una peruana, hija de un matrimonio francés: Emilia Bodet Levallois. Estudió en la Facultad de Jurisprudencia y en la actual Facultad de Filosofía y Letras; fue director del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública (1922-1924). A los veintiocho años inició su carrera como diplomático (1929-1945; 1954-1958); formó parte de las legaciones de México en Madrid, París y Buenos Aires. Y representó a México en la conferencia en la cual se creó la UNESCO (1945), cuya dirección estuvo a su cargo entre 1948 y 1952. Su disciplina y rigor le permitieron desempeñar de manera excepcional cargos como funcionario de cultura y, al mismo tiempo, desarrollar una notable carrera como escritor. Fue secretario de Relaciones Exteriores (1946-1948) y secretario de Educación Pública en las presidencias de Manuel Ávila Camacho y Adolfo López Mateos. Durante el segundo periodo impulsó el crecimiento de la educación primaria, entonces se crearon más de 50 mil plazas para docentes y edificaron cerca de 30 mil aulas; también se construyeron la Escuela Normal Superior y el Conservatorio Nacional de Música.

Una de sus aportaciones más notables fue la Comisión Nacional de Texto Gratuito (Conaliteg), cuya primera edición ocurrió en 1952; con este proyecto se integran alfabetización, educación y fomento a valores, incluso éticos y morales, reconocibles en la asignatura de civismo, que establecía también las obligaciones de la ciudadanía ante las leyes (ahora priva el criterio de transgredir las leyes si no se apegan a los intereses, necesidades y circunstancias de las personas). Ese incumplimiento ha llevado a los extremos de violencia, corrupción impunidad y estado de indefensión que hoy padecemos.

Los textos gratuitos forman parte de una tradición que proviene de los liberales de la Reforma en siglo XIX, sigue a grupos como el Ateneo de la Juventud (1909-1922) —que con su crítica al porfiriato formó parte del antecedente ideológico de la Revolución Mexicana— y figuras centrales durante el siglo XX como Alfonso Reyes (1889-1959), hijo de Bernardo Reyes, político cercano a Porfirio Díaz, quien, en 1944, precisó en un texto (Cartilla moral) solicitado por Torres Bodet, para estimular la Campaña Nacional contra el Analfabetismo, que, a su vez, conformaría la Cartilla Nacional de Alfabetización, de la cual se imprimieron diez millones de ejemplares que no se publicaron porque —ha señalado Rodrigo Martínez Baracas— “se le consideró un texto conservador y aun religioso, no acorde con la laicidad del Estado mexicano”. Reyes la escribió por petición directa del bibliófilo y académico José Luis Martínez (1918-2007). La Cartilla —conformada de un prefacio y catorce lecciones— vio la luz en 1952. De 1944 a la fecha la difusión de la Cartilla moral ha tenido detractores (el nuevo gobierno la ha republicado con una Presentación del presidente López Obrador”).

A setenta años de distancia, la educación, los tiempos y, por ende, la noción de la moral se han transformado. Al margen del tono religioso de su preceptiva no habría que desestimar la noción de la moral como un código del bien; esta, además, como normativa del respeto a la persona, la familia, la sociedad, la patria, la especie humana y la naturaleza. Los dos últimos rubros son significativos en medio de la zozobrante atmósfera que vivimos y del deterioro ambiental, sobre todo por la sobreexplotación de recursos naturales y la pérdida de equilibrio de los ecosistemas.

Jaime Torres Bodet. Iconografía forma parte de una colección del Fondo de Cultura Económica, cuyos títulos se conforman de textos, de uno o varios autores, que abarcan una cronología del personaje, así como una profusa selección de fotografías: memoria visual, testimonio, historia, biografía. Fragmentos de nuestra historia cultural, que aquí abarcan diplomacia, educación pública y el perfil de uno de los integrantes de los Contemporáneos, cuya obra abarca ensayo, crítica literaria y poesía, además de textos coyunturales en su ejercicio como diplomático, funcionario y promotor cultural.

 

Su disciplina y rigor le permitieron desempeñar de manera excepcional cargos como funcionario de cultura y, al mismo tiempo, desarrollar una notable carrera como escritor.

 

Los textos de Adriana Konzevik acentúan la profunda vocación de servicio, asentada en un rigor excepcional y en una transfiguración ¿catarsis? de las emociones en la creación literaria; definido por Octavio Paz como “poeta secreto y hombre público”, “Conocemos al escritor y al servidor público, pero el hombre íntimo se nos escapa”. Como el resto del grupo, llamado “archipiélago de soledades”, Torres Bodet fue un inquieto cosmopolita; se les acusó de esnobismo por difundir la literatura extranjera, aunque abrevar del modernismo finisecular del siglo XIX y de las vanguardias del naciente siglo inmediato, les procuró la originalidad, sapiencia y una presencia desafiante ante los escritores regionalistas y patriotas.

Correspondió a Torres Bodet cambiar la redacción del artículo tercero de la Constitución (1946), del cual suprimió la educación socialista implantada en el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940); acentuó su carácter laico, además de la gratuidad; es natural, sin dejar de ser nacional y democrática: “considerada la democracia no solo como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”.

La impecable labor de Torres Bodet en la SEP sufrió la mancha ocasionada por la represión a los maestros en agosto de 1959, que dejó cincuenta heridos y doscientos detenidos (no es una coincidencia que el secretario de Gobernación en ese momento fuera Gustavo Díaz Ordaz).

El preclaro ejercicio de la promoción cultural en Torres Bodet fue incansable; impulsó instituciones como el Museo Nacional de Antropología, el de Historia Natural, el de las Culturas y el de Arte Moderno. Se retiró de la vida pública en 1964, aunque siempre se mantuvo activo como escritor. No sin cierta ironía, su colega Salvador Novo señaló: Torres Bodet “no tenía vida, sino biografía”. Ingresó en el Colegio Nacional y más tarde se le concedió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Entre 1918 y 1966 publicó diecisiete poemarios; entre otros títulos, se cuentan siete libros de ensayos; y su autobiografía contenida en el título Tiempo de arena (1955). Y sus memorias aparecen en cinco volúmenes (1961-1972); en La tierra prometida relata su colaboración con Adolfo López Mateos en la SEP.

Su principio del deber fue extremo e inexorable consigo mismo. En 1965 se le diagnosticó cáncer de colon. Se concentra en publicar textos inéditos: sus Discursos. El 9 de mayo de 1974 dio a Porrúa las últimas pruebas de Equinoccio, último título memorialista. Cuatro días después, se suicido con un tiro en la sien.

 

Jaime Torres Bodet. Iconografía, México, FCE, 2018.

Adriana Konzevik (textos);

Francisco Montellano (Investigación iconográfica).