Por Lilia Baltra
Todos los artistas, sean pintores, poetas o actores pasan por momentos muy difíciles en sus comienzos. Vincent van Gogh no vendió ni un solo cuadro durante toda su vida… Shakespeare trabajaba de actor, tramoyista, vendedor de entradas y cualquier otro oficio que se le ofreciera en los teatros donde se representaban sus obras.
En sus comienzos, Diego y Frida tampoco gozaban de una situación económica que les permitiera vivir en paz. Se comenta que, en 1935, Diego efectuó reproducciones de sus obras él mismo usando acuarelas, las pintó para venderlas en New York.

Sin embargo tenían un amigo que no solo les ayudaba con dinero sino que además promovía sus obras. Este fue Alberto J. Misrachi, un joven de origen griego, con estudios de arte en París, quien al llegar a México, en 1934, trabajó con su primo, Alberto Misrachi “grande” en la Central de Publicaciones de la Avenida Juárez 4.
A esta librería solían ir los pintores a comprar o examinar revistas y libros de arte que provenían de Europa. Así llegaron Rufino Tamayo, Diego Rivera, Frida Kahlo y muchos otros más adelante.
Poco a poco, allí mismo, en 1937, se inauguró la galería de arte, que con el tiempo se llamaría Galerías Misrachi, con un extraordinario pintor mexicano que daría mucho de qué hablar en el futuro: Rufino Tamayo. Al año siguiente, allí mismo se montó la primera exposición en galería de quien es, sin lugar a dudas, el grande entre los grandes, muralista y artista de caballete: Diego Rivera.
Alberto J. Misrachi fue obviamente un pionero entre los galeristas de México. Su afán era divulgar el arte, dar a conocer talentos mexicanos que pintaban sin tener un lugar donde exhibir y comercializar sus obras.
Él les proporcionó no solo un lugar para darse a conocer y vender, sino que además financiaba muchas cosas de sus vidas cotidianas. Bastaba con que Diego o Frida enviaran a una persona con un papelito que dijera “ Por favor proporcionar al portador la suma de…. que será abonada a mi cuenta.” Y Alberto, amigo incondicional, les enviaba dinero para pagar desde el sueldo para sus empleados, arreglos en la cocina e, incluso, a Diego, para el pago de un notario para efectuar su testamento.
Una nota muy especial de Frida, lamentablemente sin fecha dice:
Albertito:
Le suplico me mande esa fierrada con sobre cerrado con el bigotón de Juan Cásares. (D. me dictó el recibo, como Ud. podrá ver.)
Mil gracias: yo no quería fregarlo, pero ya ve lo que es decirle algo al joven.
4 billetes grandes y 1 en suelto.
Su cuate,
Frida

Diego, por su parte, el 26 de febrero de 1940 solicita dinero para compra de sus materiales :
Vale a ”Central de Publicaciones” por $217.00 (doscientos diecisiete pesos) que se pagarán a “El Renacimiento” contra presentación de factura por materiales, pinceles, colores y barnices y se cargarán a mi cuenta.

Hoy una acuarela de Diego está valuada en $30.000 dólares y un óleo puede costar hasta un millón de dólares. Era lo que Alberto les decía a sus clientes. Que el arte era una forma de invertir; que una obra de este pintor más tarde valdría mucho dinero.
Aquí examinamos una factura, con sus correspondientes sellos de impuestos, en que se detalla el valor en que Diego vendió un óleo y sus acuarelas el 4 de noviembre de 1936.
1 acuarela, Ixtapalapa, Día de Muertos, $150
1 acuarela, Ixtapalapa, Día de Muertos, $150
1 óleo, Lucha, niña sentada con naranjas, $800

Hay muchos coleccionistas que hoy pagan un alto precio por los recibos originales de estas obras. Es asombroso que Diego, en 1941, pintara un óleo de cuerpo entero de la señora Matilda Geddings Grey II por solo $1.200 pesos mexicanos.

Según registros consultados, la mayoría de las obras de Diego de los años 1935 hasta 1959 fueron vendidas a extranjeros, la mayoría ciudadanos estadounidenses que venían como turistas. Pero también a algunos músicos famosos como Jasha Heifetz o André Kostelanetz. También a embajadores de repúblicas hermanas. Muy pocos mexicanos figuran entre los compradores: Inés Amor, sin duda, con un ojo artístico privilegiado, compró varias obras. También Pedro Armendáriz, gran amigo de Alberto.
Ya quisieran hoy muchos pintores y artistas mexicanos contar con un amigo que les tendiera una mano en momentos difíciles como lo hiciera Alberto J. Misrachi con sus amigos pintores.

