Durante el acto de presentación de lineamientos marco para el Plan Nacional de Desarrollo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, fiel a su costumbre, rompió con añejos protocolos en los que reinaba la mesura y el comportamiento clásico de las buenas costumbres de la corte presidencial. Sorprendió a muchos el decreto retórico que hiciera el líder de la 4T: “Para nosotros ya se terminó con esa pesadilla que fue la política neoliberal, declaramos formalmente desde Palacio Nacional el fin de la política neoliberal”.
La estimulante declaración que realizó López Obrador de inmediato surtió efectos, surgieron voces que hacían eco de la declaración, la robustecían y celebraban, surgieron otras que hacían lo contrario, lo cierto es que en honor a la seriedad y la objetividad, las leyes de la lógica nos llevan a concluir que el neoliberalismo no se termina por decreto, se requiere de un cambio de concepción de la realidad.
Por esa razón, los que hemos luchado contra la política neoliberal no podemos echar las campanas al vuelo y festejar la muerte del sistema explotador, es resaltable que el presidente haga ese tipo de declaraciones, pero el camino comienza y será largo.
El camino para acabar con las contradicciones inherentes al neoliberalismo demanda que se den pasos concretos y definitivos, empero, debemos estar ciertos de que como Estado no estamos aislados y que la lucha no depende únicamente de un ente.
En el interior del Estado mexicano existen sectores clave que requieren atención, pues han sido históricamente los más perjudicados por todos los sistemas sociales existentes después de la Colonia. Si de verdad se pretende terminar con la injusticia, entonces el campo mexicano debe ser concebido de una forma diametralmente distinta a como se ha tratado hasta ahora.
Si de verdad se pretende terminar con la injusticia, entonces el campo mexicano debe ser concebido de una forma diametralmente distinta a como se ha tratado hasta ahora.
Debe ser una política de Estado observar el entorno natural como un todo, por lo que las acciones deben ser contempladas por regiones, las llamadas “ecorregiones” que agrupan pueblos, costumbres y su relación con el medio ambiente, que existen antes de las fronteras geográficas establecidas por cuestiones históricas y son delimitadas por la propia naturaleza y bajo principios que explican con mayor claridad las ciencias naturales. Lo anterior es una de las primicias fundamentales de la humanidad, el entorno definiendo los modos de producción de satisfactores de necesidades y en consecuencia las relaciones sociales.
Refundar la política y actuar del Estado no es una tarea que se logrará con facilidad, pero si no se rompe con los paradigmas actuales difícilmente será una realidad; dentro de las ecorregiones existen también diversas cuencas y microcuencas que han determinado y hermanado a los pueblos habitantes de las mismas, creando una identidad en común de manera que los unos siguen la suerte de los otros, es así que si las problemáticas locales se abordan desde esta perspectiva, tendremos soluciones regionales. Aquí está la oportunidad para que se alineen las políticas públicas federales, estatales y municipales, una concurrencia efectiva de las atribuciones de las diversas esferas de gobierno.
Las culturas que han habitado las ecorregiones son las guardianas de toda esa megadiversidad con que cuenta nuestro país; no son una cuestión romántica las propuestas como rescatar la milpa, es de hecho una alternativa para la seguridad alimentaria de nuestro país.
La seguridad hídrica y alimentaria de los pueblos habitantes de todas las ecorregiones es lo primordial, lo no sacrificable, deben ser la finalidad del progreso por definición, el bien común. Me despido rememorando al destacado chiapaneco Jaime Sabines, quien cumplió éste mes 20 años de vivir nuevamente con su “jorobada tía Chifi”.