La igualdad es la búsqueda constante por eliminar un sistema basado en la exclusión. La historia humana se resume en la lucha por la igualdad y los grandes cambios que vienen de la mano con ello. De la monarquía a la democracia, de la oligarquía financiera al capitalismo y al socialismo para ir de vuelta al capitalismo. El apartheid, el voto de las mujeres, las huelgas, todas son muestras de un mundo inconforme debido a la exaltación de las diferencias. Cada una de estas demostraciones está basada en hechos propios, la realidad coyuntural que ha buscado pasar de un estado a otro, ¿a cuál?, a uno mejor.

John Rawls, filósofo político de la teoría liberal, dice que solo se puede justificar un estado de desigualdad cuando este significa que los oprimidos tienen una mejor calidad de vida que la que tendrían bajo un estado de igualdad. Pero, de ser así, nadie lucharía por la igualdad o por pertenecer, ya que todos estarían bien donde están.

Hay dos vertientes de la inclusión que permean en la población: la social y la laboral. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la inclusión social es el proceso por el cual se alcanza la igualdad y permite cerrar las brechas que resultan ser las principales causas de la inequidad. Mientras que la inclusión laboral remite a ampliar la participación de los diversos grupos poblacionales en el trabajo remunerado con condiciones dignas. Ambos tipos de inclusión van de la mano: muchas veces la falta de inclusión social impide la inclusión laboral pero, al mismo tiempo la falta de inclusión en el empleo limita la inclusión social.

Bajo estos dos parámetros, la CEPAL señala que en 2015 el 33.3 por ciento de los hogares en América Latina se encontraba en situación de doble exclusión en comparación con 28.6 por ciento de aquellos con doble inclusión. El resto solo era incluido en uno de estos dos tipos: o social o laboral.

 

En Latinoamérica el 71.4 por ciento de los hogares viven algún tipo de exclusión: social o laboral.

 

Si bien una parte importante del nivel de inclusión o exclusión que vivimos se debe al dónde nos tocó nacer, Rawls resalta que esto es mera cuestión de suerte, hechos naturales a los que no se puede clasificar como justos o injustos. No obstante, al ser desigualdades inmerecidas, ya que nadie escoge dónde nacer, estas requieren una compensación: la igualdad de oportunidades; es decir, tener una base de bienes básicos que permitan el desarrollo de todas las personas mediante sus capacidades y habilidades.

La teoría de Rawls radica en la idea de una sociedad que usa la justicia como base para el establecimiento de instituciones que promueven el bien de toda su población. Una sociedad en la que aquellos que son más beneficiados buscan también el beneficio del resto. Y, si bien admite que es una sociedad idealizada, Rawls afirma que el simple hecho de pensar en un “ideal” también permite pensar en las limitaciones y problemas existentes para lograrla.

En una región como la latinoamericana donde 71.4 por ciento de los hogares viven alguno o ambos tipos de exclusión, la verdadera pregunta no es ¿qué está haciendo el Estado por mi?, sino ¿qué clase de sociedad estoy ayudando a formar? Una en la que los beneficios son solo para los míos o una que busca la justicia y el ideal del bien común.

Como Johann Gottlieb Fichte una vez dijo: “qué tipo de filosofía se elige depende de qué tipo de persona se es”.