Sí, siempre estuve en contra de la mal llamada reforma educativa. Para empezar era una reforma laboral que, mediante la supuesta evaluación, despidió a más de 3 mil maestros. Para mí, el momento más dramático fue cuando escuché en radio red a Salvador Martínez de la Rocca, el famoso Pino, decir que por la evaluación no había un solo maestro en lenguas indígenas en el estado de Guerrero, pues los normalistas evaluados no hablaban ¡inglés! De ahí la consigna coreada en las manifestaciones en el estado de Michoacán de “inglés no, purépecha sí”. Pino era entonces secretario de Educación del gobierno interino de Rogelio Ortega Martínez.
Ante la crisis económica, los organismos internacionales, ya la OCDE, ya el Banco Mundial, en su afán de salvar a la burguesía ofrecieron como campos rentables de inversión las empresas estatales. Así, las reformas estructurales pretendían adelgazar el Estado, ¿cómo?, privatizando, por ejemplo en México, Teléfonos de México que convirtió a Carlos Slim en el hombre más rico del mundo. ¿Qué tiene que ver con la reforma educativa? Todo, se trataba de desaparecer la enseñanza pública y sustituirla por la educación privada. Mis alumnos de la UNAM me veían con cara de “la maestra está lurias”, pero cuando vieron que se comenzaron a entregar la industria eléctrica, pero sobre todo Pemex, a los empresarios, ya nos les pareció tan inverosímil. Por eso, muchos comenzamos a reclamar que se cumpliera el tercero constitucional con una educación laica, gratuita e impartida por el Estado.
En pocas palabras, la reforma neoliberal trataba de fabricar empleados para las trasnacionales, de ahí que la propuesta educativa girara en torno a cuatro materias: español, computación, matemáticas e inglés. ¿Increíble? No tanto. Con lo que usted redondea, Televisa ya tiene más de 300 mil becarios para que ingresen en las instituciones privadas como el Cumbres o el CUM de los maristas, el ITAM del señor Bailleres o la Anáhuac de los Legionarios de Cristo. La lucha contra las normales empezó hace mucho, tanto que sobreviven unas cuantas. ¿Por qué? Obvio, porque los normalistas, no solo los rurales, son herencia del gobierno de Lázaro Cárdenas, de la llamada educación socialista, vale decir profesores con una profunda conciencia social.
La reforma neoliberal trataba de fabricar empleados para las trasnacionales.
La sección 22 de la CNTE añadió a su propuesta una palabra que para mí es la clave: humanista. Desde España e Italia están llegando las demandas de auxilio para quitar el tono empresarial a la enseñanza y exigir de manera urgente que se recuperen las humanidades.
Mi alternativa, muy simple, que en la educación básica se recuperen las artes con declamación, coros y representaciones teatrales. Que los niños, desde preescolar, aprendan a tocar instrumentos. ¿Y en las universidades? Resolver los problemas de México. En medicina todas las especialidades, pero énfasis en diabetes, obesidad y cardiopatías; en arquitectura, atención a construcciones resistentes a los sismos, viviendas autosustentables y, lo que ya reclaman los alumnos, peritos en daños estructurales. En leyes, ocuparse de los problemas de propiedad de la tierra, baste recordar que el proyecto universidad-pueblo de Guerrero comenzó con un bufete jurídico gratuito. En letras, a estudiar la literatura mexicana que en posgrado casi no existe y rescatar la literatura que está en diarios y revistas. En la Facultad de Economía, ¿pasa usted a creer que ya desaparecieron la agrícola, como si el campo no existiera?
Los de la CNTE aceptan la evaluación, yo no. ¿Por qué organismos autónomos tienen que evaluar al margen de las instituciones educativas? A propósito, la primera presidenta del Instituto de Evaluación Educativa trabajó en la OCDE y en Mexicanos Primero (que apodan “empresarios primero”). De lo que se trata con tanta evaluación, es disminuir la matrícula escolar que, por cierto, es para muchos la primera demanda: educación para todos.
