Entrevista a Guillermo de Anda | Proyecto Acuífero Maya
Por Javier Vieyra y Jacquelin Ramos
La zona arqueológica de Chichén Itzá siempre ha sorprendido al mundo. Este sitio, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1998, es un complejo de antiguas edificaciones mayas que ocupan una extensión de 15 kilómetros cuadrados, rodeado por la espesa selva yucateca; en él se encuentran algunos de los iconos emblemáticos del pasado prehispánico nacional como la pirámide, también llamada castillo de Kukulcán, el espectacular Juego de Pelota, la Casa de las Monjas y el observatorio astronómico, conocido como “el Caracol.” Este conjunto de maravillas mayas, junto con los enigmáticos cenotes, repletos de ofrendas y huesos humanos, han sido descritos con asombro a lo largo de los siglos: desde Francisco de Montejo y Diego de Landa, hasta los estudiosos modernos. Chichén Itzá es un referente constante de la cultura mexicana a lo largo del tiempo.
Sin embargo, el asombro parece no acabarse nunca pues, recientemente, especialistas del proyecto Gran Acuífero Maya, liderado por Guillermo de Anda, realizaron lo que podría definirse como un “redescubrimiento”, a la altura de los mayores y más simbólicos hallazgos arqueológicos en el mundo. Se trata de Balamkú, o trono del príncipe jaguar, un recinto que encierra un invaluable tesoro que ha estado oculto por una enorme cantidad de años. En aras de este notable acontecimiento, De Anda conversó en exclusiva con Siempre! y relató, primeramente, el proceso que llevó al grupo de investigadores a esta peculiar gruta.
“Nosotros llevamos algunos años ya trabajando y estudiando los aspectos subterráneos de Chichén Itzá. Empezamos con los análisis de los huesos del cenote sagrado, y a partir de ahí son ya 15 años de labores en la zona, pero los dos últimos años han sido especialmente intensos. Hemos estado tratando de encontrar alguna conexión que nos lleve al cenote, o supuesto cenote debajo del castillo de Kukulcán, que fue reportado por el doctor René Chávez y el Instituto de Geofísica de la UNAM. Este objetivo nos ha motivado muchísimo para tratar de entender el paisaje simbólico en Chichén Itzá, la geografía sagrada que sostenemos que tiene mucho que ver con los patrones de asentamiento y con las formas arquitectónicas. Las exploraciones y estudios hechos en ese sentido nos empiezan a dar un contexto formidable para Balamkú, pues antes de que la encontráramos, estábamos revisando un cenote que está ubicado al este del castillo; dedujimos que había cuatro cenotes alrededor de la edificación: en el norte, sureste y oeste. De hecho, si se trazan dos líneas entre estos cuatro cenotes, su intersección es el centro del castillo, se cruzan ahí, lo cual es sorprendente. De existir el cenote debajo del castillo estaríamos hablando de los cinco puntos cardinales mayas, que para ellos eran los puntos del universo, y el rumbo central, alrededor del cual alineaban ellos su ira y su cosmos, era el más importante. Entonces, de existir el cenote debajo del castillo, sin duda sería el más importante, el centro del desarrollo de Chichén Itzá”.
Balamkú, sellada hace 60 años
El investigador de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH explica que en el marco de esta exploración fue identificado un descenso en el nivel normal de agua, lo cual no era común en temporada de lluvias, por ello comenzaron a buscar cuál podría ser el motivo de este raro suceso, los lugareños les informaron de la ubicación de otro cenote aunque era muy difícil acceder: resultó ser la cueva de Balamkú.
“Al aproximarnos, nos dimos cuenta de que había tres estructuras prácticamente rodeando la entrada del cenote; cuando finalmente logramos entrar, y después de cinco días de buscar pasajes, dimos con la primera ofrenda; fue verdaderamente sorprendente. Después, una vez que lo describimos y dimos a conocer, la gente del lugar y nuestros colegas nos mencionaron que habíamos dado con la cueva de Balamkú, muy conocida por ellos. Estas personas fueron también las que nos proporcionaron información de que la cueva ya había sido descubierta hace aproximadamente 60 años por un arqueólogo de apellido Segovia, que dejó un gran legado, aunque también muchas incógnitas, y que él mismo fue quien decidió cerrar la cueva, probablemente, porque se dio cuenta de la importancia del sitio, pero también de la imposibilidad que existía para explorarla y estudiarla. Del primer hallazgo de Balamkú no hemos podido acceder a registros o informes que lo documenten, únicamente disponemos de un escrito en el cual Segovia asienta de que es una cueva importante, se trata de un par de cuartillas dirigidas a Eusebio Dávalos, entonces director nacional del INAH. Reporta que este lugar es muy importante, que contiene una gran cantidad de artefactos, y que espera instrucciones para proceder; asimismo los nombres de los descubridores y la fecha en que fue hallada la cueva. De ahí se desprende toda la investigación”.
Paralelamente, De Anda explica que tener noticia del descubrimiento previo servirá en esta nueva etapa para rescatar la memoria de Segovia, debido a que el hecho de sellar la cueva en su momento ha generado polémica pues esta acción pudo haber modificado y afectado el microambiente, lo cual aparentemente no sucedió. Pero ¿qué es lo que se ha estado encontrando en la cueva de Balamkú?
“Estamos viendo una gran cantidad de incensarios, muchos de ellos con la imagen del dios Tláloc, también muchos que llamamos de tipo ceiba, es decir tienen una serie de lunares que parecieran representar el triunfo de una ceiba, las etapas de desarrollo de este árbol. Encontramos también muchas vasijas miniatura, pequeñas ollas, algunas de ellas con pintura, incluso metates miniatura. Observamos que los incensarios que mencioné, los Tláloc, se encuentran pegados a estalactitas, lo cual nos habla de que no han sido alterados, que lleva un tiempo importante la cueva sin ser afectada o alterada. Además, también hallamos muchos malacates, estas cuentas de barro que hacen el tejido; algunos incensarios en forma de jaguar, en alguno de ellos hemos visto fragmentos de lo que pudo haber sido un collar, porque hay pedazos de cuentas de jade, cuentas de caracol y un poco de hueso. Todos estos objetos nos indican que tenemos que hacer una especie de cirugía del cerebro en esta cueva, debemos ser extremadamente delicados, utilizar las mejores técnicas arqueológicas disponibles y ecometrías, y crear, sin duda, un modelo de investigación sobre las cuevas arqueológicas en México”.
Una cueva caprichosa y serpentina
Es que es necesario mencionar que no es nada fácil acceder a los dominios del príncipe jaguar, pues la entrada es sumamente estrecha, de menos de 50 centímetros por 1.70 metros, y después debe proseguirse gateando aproximadamente 15 metros para llegar a un salón pequeño en donde es preciso descender aún más y llegar a lo que parece un amontonamiento de piedras; no obstante, asevera De Anda, todo indica que se trata de una escalera maya, y quizá sea la ruta que llegaría al cenote que se busca. Posteriormente, después de afrontar cinco estrechos pasajes con enorme dificultad, el titular del Gran Acuífero Maya pudo ingresar en un túnel en el que después de dos horas de exploración encontró la primera ofrenda. Estas condiciones, expresa el arqueólogo, prosiguen en toda la cueva que, según se descubrió, tiene una particular forma.
“Se trata de una cueva caprichosa, yo la he definido como serpentina. Cuando entras en ella, da la impresión de que uno está siendo tragado por una serpiente, que estás yendo por el vientre de este reptil. Me parece que esto es parte del simbolismo que estaban buscando los mayas en este sitio: transitar a través de una serpiente. Encontrar la primera ofrenda fue una gran alegría, fue una sorpresa. Regresé porque ya había excedido por mucho el tiempo que le había dicho a mis compañeros que iba a tardar, y nos dimos cuenta de que estábamos en un contexto extraordinario. Después de hallar la tercera ofrenda, para continuar con la morfología de la cueva, esta se vuelve todavía más difícil porque el oxigeno disponible en el aire ya es muy poco y de alguna manera es difícil respirar, esto complica la exploración, y todavía después de esta tercera cámara, vienen cámaras mucho más pequeñas; en esa zona ya estamos cerca del manto freático y la cueva se vuelve muy lodosa; este lodo es muy pesado y pegajoso, es complicado incluso despegar las manos o los pies. En ese ambiente, pensábamos que no íbamos a encontrar gran cosa y felizmente aún registramos cuatro ofrendas más. Todo ello es para nosotros ya de un valor especifico: se ve aquí una gran desesperación, un gran fervor, por llegar a las entrañas de la tierra misma para hacer una ofrenda y buscar una respuesta por parte de los mayas”.
Por todas estas condiciones, concluye Guillermo de Anda, y en aras de mantener su estado de conservación, es imposible que este lugar se abra a visitas públicas, aunque no por esta razón cambia el compromiso de los investigadores y especialistas por sacar a la luz las maravillas contenidas en esta “serpiente subterránea”.
“Finalmente, los arqueólogos trabajamos para los mexicanos; sí, laboramos para nuestras publicaciones académicas y para tener el conocimiento del pasado, pero me parece que la parte más importante en nuestro trabajo es la divulgación científica. De tal forma, exponemos que Balamkú no será un lugar de visita turística, sin embargo, estamos viviendo en una época de tecnología extraordinaria y vamos a tener una representación de la cueva en 3D, en realidad virtual, para que toda la gente la pueda ver a través de una pagina web. Es algo que también se esta haciendo con el resto de Chichén Itzá. Insisto en que queremos crear un modelo de investigación con cuevas mayas y decir que sí se puede hacer la arqueología en estos sitios y se puede hacer bien, pero además, que se puede rescatar mucha información para darla a conocer al publico de manera efectiva y atractiva, sin necesidad de abrir la cueva al turismo. Porque de abrirla, podría suceder como con Balankanché, que se convirtió en un sitio turístico, lo que provocó que su investigación no se llevará de manera exhaustiva como nos hubiera gustado que sucediera. Vale decir que hemos contado con todo el apoyo del INAH y su Coordinación Nacional de Arqueología. En México tenemos muchos lugares así, por lo que es importante preservarlos, y obviamente necesitamos muchos profesionales que nos apoyen, para que podamos de alguna manera ser más efectivos en la investigación, que es valiosísima, porque gran parte de la historia no conocida de México, esta bajo tierra”.





