Todos los hombres tienen que destruir su vida.

Y según la manera como lo hagan

se llamarán triunfadores o fracasados.

 M. Cioran

Por Frida Priego

Foto de portada: Maj Lindström

 

Precisar qué ocurre cuando lees Guadalajara Caníbal (Paraíso Perdido, 2018), de Alfredo Padilla, es apelar a la abstracción del ser humano: el desconcierto, obstinación, arrogancia, hambre, murmullos, placer y una resaca interminable. Se percibe el sentido del tiempo, aunque muchas veces impera la anacronía, sobre todo cuando se relata la Zona Uno de la Perla Tapatía, en donde se escucha reguetón e incluso a los legendarios Smiths, o a un punk apodado Pastel, endiosado con Ricardo González Gutiérrez mejor conocido como Cepillín; es ahí donde todo está en duda, dudar es una constante en estas crónicas.

En Guadalajara Caníbal puede suceder de todo, desde escuchar a Playa Limbo (aquí se nos invita de forma encubierta a “googlear” el nombre de María León), y recordar por qué Selena Quintanilla vive; imaginar a todas las tapatías en tanga y hasta preguntarse los nombres por los cuales conocemos el Diazepam; imaginar el vestuario de Ximena Sariñana en el Corona Revolution Fest 2016, donde nuestro cronista se enamoró sin éxito alguno. No obstante, la verdad carece de sentido y la herejía se convierte en una cotidianidad infernal en el submundo tapatío, es imposible con todas estas imágenes parar de leer la obra de Alfredo Padilla.

Estas crónicas representan una aventura increíble, pueden producir desde una excitación constante hasta una melancolía sumamente frágil, un agotamiento físico y mental, y la certidumbre de que el hombre puede retrasar su desaparición del mundo. Existe una fascinación entre la música, mujeres, drogas, alcohol y personajes extremadamente profundos o por lo menos eso trata de relatar el autor. En cada crónica podemos encontrar una tensión interna llena de iconos extraordinarios que resultan terapéuticos a nuestras obsesiones infernales.

Guadalajara Caníbal puede ser una liberación o una protesta, pero de lo que estoy segura es que existe una explosión, una descarga de infortunios de los cuales es imposible retroceder al leer la primera página. No hay una necesidad de profundizar, no hay nada que hacer, es una confesión sin secretos.