Los historiadores tienen una tarea fácil cuando consignan la fecha y la hora exacta del inicio de una guerra civil, lo difícil, por no decir lo imposible, es prever el final de un enfrentamiento fratricida y su costo. Desde hace muchas semanas no pocos especialistas aseguran que la crisis venezolana podría desembocar en una guerra civil que, en principio, nadie quiere, pero para la que muchos ya han reunido las “razones necesarias” para que pudiera estallar en cualquier momento.

Nicolás Maduro Moro, el presidente “ilegítimo” pero que tiene todavía en sus manos la conducción de la República Bolivariana de Venezuela, con representación en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el reconocimiento diplomático de Rusia, China, México, Cuba, Bolivia, Uruguay y  otros países más, se declara  “víctima” de  Estados Unidos de América —que fue la primera potencia en reconocer al “presidente encargado”, Juan Guaidó Márquez—, y de otras 50 naciones más, que “pretenden invadir” militarmente territorio venezolano, con lo que aviva el sentimiento patriótico de sus seguidores negándose a convocar a elecciones presidenciales en el corto plazo, la única fórmula democrática para desenredar el nudo gordiano en que se ha convertido la crisis socioeconómica que sufre el país desde hace más de tres lustros.

Si Guaidó mantiene la exigencia de que Estados Unidos y sus principales aliados resuelvan el diferendo por medio de la fuerza, ese sería el principal error de la oposición venezolana y con ello le darían la “razón” a Nicolás Maduro y sus compinches de ser víctimas del “imperialismo yanqui” y del grupo de naciones que han reconocido la legitimidad del “presidente encargado” de reconducir al país sudamericano por la senda de la democracia y del orden constitucional.

La desesperación hace acto de presencia en el bando bolivariano. La violenta respuesta del gobierno chavista contra los voluntarios que intentaban introducir la ayuda humanitaria al depauperado pueblo venezolano, el uso de paramilitares pertrechados como para enfrentar a tropas similares con autorización para matar —los últimos encuentros dieron por resultado cinco muertos y más de 300 heridos—, y el incendio de dos camiones cargados de medicinas y alimentos enlatados eran argumentos suficientes para que la oposición aumentara la presión diplomática en la reunión del lunes 25 en Bogotá del Grupo de Lima.

 

El régimen venezolano puso al descubierto su cara más miserable al ordenar que se quemaran camiones cargados de medicinas y alimentos que necesitan urgentemente los más pobres.

 

Ese mismo día, Nicolás Maduro fue el mejor ejemplo de la desesperación, al suspender iracundamente una entrevista que había concedido al periodista mexicano Jorge Ramos, de la cadena estadounidense Univisión, disgustado por las preguntas que le formulaba el famoso reportero y por un video sobre el hambre que priva en Venezuela. Actuando como violento mandamás, Maduro ordenó que Ramos y sus acompañantes —María Martínez, Claudia Rondón, Francisco Urreiztieta, Juan Carlos Guzmán y Martín Guzmán— fueran retenidos durante más de dos horas en el Palacio de Miraflores de Caracas y requisado su material audiovisual. Todos los detenidos fueron encerrados en un hotel vigilados por agentes, y al día siguiente expulsados del país en un avión con destino a Miami. Aparte de Univisión, el gobierno estadounidense y el mexicano presentaron sendas protestas exigiendo la liberación inmediata de los periodistas y la devolución del material requisado. Este absurdo episodio demuestra hasta qué grado Nicolás Maduro está desesperado. Por ello, el Secretario de Estado de EUA, hace poco afirmó: “El gobierno de Maduro tiene las horas contadas”.

Si Trump se impusiera por la vía de las armas, automáticamente Guaidó perdería toda posibilidad de lograr que Venezuela se deshiciera del dictador que le heredó Hugo Chávez Frías. Nada fácil el asunto, sobre todo porque la crisis venezolana puede servir como un peón desechable en la peligrosa partida de ajedrez que el actual residente de la Casa Blanca está protagonizando en la búsqueda de triunfar el año próximo en su segunda y última reelección como presidente de Estados Unidos. Nada más, nada menos. En esos términos estamos.

Una vez más, Hispanoamérica podría estar a las puertas de una contienda fratricida promovida por los intereses políticos de un mandatario que ha hecho famoso su lema: “lograr que Estados Unidos sea grande otra vez”. Nos guste o no, así de simple, aunque no menos cierto es que el “último imperio” ya no puede actuar igual que durante la última invasión de Panamá, en tiempo del general Manuel Antonio Noriega Moreno, el “cara de piña”, cuando en 1989 el Tío Sam lo sacó del poder con las armas en la mano.

La desesperación es mala consejera, sin duda, y Maduro, como dictador acorralado se atrinchera y carga contra quien se le ponga enfrente. Al mismo tiempo que el caos se hacía presente en las frontera entre Venezuela y Colombia, el delfín de Hugo Chávez reunía a sus partidarios en Caracas y se lanzaba contra la oposición, contra Estados Unidos y Colombia, nación con la cual anunció la ruptura de todo tipo de relaciones. El antiguo conductor de autobuses, convertido en “hombre de Estado” que a la muerte de su mentor empezó a hablar con los “pajaritos”, dio 24 horas al personal diplomático colombiano acreditado en el país para abandonar Venezuela: “basta ya de la oligarquía colombiana”, exclamó.

Los sucesos se han desencadenado muy rápido en Venezuela, sobre todo en sus fronteras con Colombia y Brasil. El intento de la oposición, dirigida por el presidente encargado Juan Guaidó, de introducir 600 toneladas de ayuda humanitaria el sábado 24 de febrero —después de un gigantesco concierto musical del que formaron parte decenas de los más importantes cantantes iberoamericanos del momento y al que asistieron más de 200 mil espectadores en suelo colombiano—, forzando unas fronteras selladas por el régimen chavista, se saldó, por el momento, con un aparente fracaso. Tarde que temprano, la ayuda enviada desde el extranjero a Venezuela tendrá que llegar a su destino. El hambre y la desesperación podrán más que la fuerza bruta. Si Maduro cree que impedir que los venezolanos atrapados en un infierno de escasez extrema es una gran victoria está equivocado, lo único que logra con esto es que sus antiguos partidarios se cambien de bando. Ya empieza la desbandada, cada día aumenta el número de soldados y policías que reconoce al presidente Guaidó. Las ratas son las primeras en abandonar el barco que se hunde. Maduro y sus huestes armadas impidieron que la ayuda se distribuyera a los desesperados. Eso se lo cobrarán algún día. El régimen venezolano puso al descubierto su cara más miserable al ordenar que se quemaran camiones cargados de medicinas y alimentos que necesitan urgentemente los más pobres.

 

Los muertos y heridos en esta ocasión fueron vistos directamente en todo el mundo, lo que despertó amplias y contundentes condenas. En este sentido, la derrota de Guaidó se convierte en éxito para su causa, pues ya suman más de 60 países que los que le reconocen como presidente legítimo de Venezuela, aunque no faltan los críticos que lo consideran un “instrumento” en manos de Donald Trump, lo que proporciona al chavismo una trinchera de violenta supervivencia. La pregunta es ¿cuánto daño más está dispuesto a hacer Maduro al pueblo venezolano antes de abandonar el país y buscar refugio en Cuba, en Rusia o en Corea del Norte?, por citar algunos países donde podrían recibirlo antes de que Trump pudiera capturarlo como Estados Unidos hizo con el panameño Noriega.

Mientras llega el desenlace, el lunes 25 de febrero el Grupo de Lima se reunió en Bogotá con la presencia de Juan Guaidó y del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence como observador de la cumbre. Al tomar la palabra, el enviado estadounidense pidió al gobierno de México, al de Uruguay y a otros del Caribe, que se unieran al gobierno de Donald Trump para apoyar al presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, la salida inmediata de Nicolás Maduro y el cese de la usurpación, respetando la autoridad constitucional de la Asamblea Nacional.

El joven Guaidó afirmó en su turno que en su país “no hay dilema entre guerra y paz, porque es la paz lo que debe prevalecer”. La intervención del opositor de Maduro tuvo lugar después de que el Grupo de Lima denunció que la vida de Guaidó fue amenazada y responsabilizó a Maduro de lo que pudiera sucederle a él o a su familia. Previamente, el sucesor de Chávez declaró después de los enfrentamientos en la frontera que Juan Guaidó tenía que responder por sus actos ante la justicia.

En tanto se reúne el Consejo de Seguridad de la ONU para debatir la crisis venezolana, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, declaró, en su conferencia mañanera del martes 25 de febrero, que México mantendría su posición de “no intervención” ya conocida y la “solución de los problemas por medios pacíficos”. Además, respecto a la detención de Jorge Ramos en el Palacio de Miraflores por el enojo de Nicolás Maduro, el promotor de la cuarta transformación de México, dijo que “respetaba la libertad de expresión, pero que no quería involucrarse en el asunto porque ya estaba muy polarizado”. Tan, tan… Vale.