Entrevista a Alejandro Bendaña | Doctor en Historia por la Universidad Harvard

 

Alejandro Bendaña es autor, entre otras obras de referencia, del voluminoso libro Sandino, patria y libertad; en él analiza la herencia simbólica e intelectual del patriota nicaragüense Augusto C. Sandino, de cuyo asesinato por la dinastía somocista se cumplieron 85 años el pasado 21 de febrero. El libro fue catalogado por la American Historical Association como la mejor biografía sobre Sandino, en particular por  reconstruir la importancia de la Revolución Mexicana y el anarcosindicalismo en la formación de Sandino, obrero petrolero en Tampico entre 1923 y 1926.

Exmilitante del Frente Sandinista, Bendaña fue embajador de Nicaragua ante la ONU y secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores durante la revolución de 1979 a1990.

Su más reciente obra apenas publicada es Eran buenas al pleito. Mujeres en la rebelión de Sandino, sobre las valientes campesinas que se enmontañaron con el “general de hombres libres” hasta expulsar a los marines de Nicaragua en 1933.

El libro tiene doble resonancia cuando se han cumplido 10 meses del inicio de las protestas contra el presidente Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, con un fuerte protagonismo de las mujeres junto a estudiantes, campesinos y población civil hoy agrupados en la opositora Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB). La Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, parte de la UNAB, regresa ahora al diálogo habiendo nombrado a un equipo negociador integrado principalmente por la iniciativa privada. Un diálogo que mantiene en vilo a la sociedad ante el temor de que, como en el espejo venezolano, las conversaciones sirvan para que Ortega se perpetúe en el poder, como ya ocurrió en la primera ronda de conversaciones de mayo a julio de 2018.

De hecho, y a diferencia de entonces, es Ortega quien parece haber puesto las condiciones cuando la oposición, incluido un sector del empresariado, había asegurado que primero debían ser puestos en libertad los más de 770 presos políticos, junto al cese de la represión que ha dejado casi 400 muertos, dos mil heridos, cientos de desaparecidos y más de 50 mil exiliados. Ahora los reclamos han pasado a ser “puntos de agenda” para el encuentro con Ortega, un exguerrillero hoy de 73 años aferrado al poder como Nicolás Maduro aun a costa del desgarramiento de sus sociedades al impedir la alternancia en el poder.

En entrevista exclusiva con Siempre! el doctor Bendaña habló desde Managua de esta nueva coyuntura y sobre qué se puede esperar de las negociaciones iniciadas este 27 de febrero con la presencia de la Iglesia católica, aunque no ya como mediadora como ocurrió en mayo sino como “testigo”.

En estos diez meses, el gobierno Ortega-Murillo ha sido implacable en la represión al movimiento opositor, al punto de que, por ejemplo, no habrá una representación campesina en el diálogo porque sus líderes están en el exilio o presos, entre ellos Medardo Mairena, recién condenado a ¡216 años de prisión! En su opinión, ¿qué condiciones debería reunir el diálogo y qué se puede esperar?

Hay que decir que tampoco participará doña Francisca Ramírez, la gran líder campesina, obligada a huir a Costa Rica, pero que siempre se mantiene activa como dirigente del sector y de hecho líder nacional. Ella fue vetada por el régimen como representante del sector campesino en el primer diálogo.

El régimen maneja una estrategia de tres vertientes simultáneas. La primera, la que mencionas, es la continuación de la política de represión, la que sentimos a diario en la calle y en el campo, la que sienten los 777 presos políticos, la suspensión de facto de los derechos civiles; en fin, la persistencia del Estado policial. Eso sigue, y el régimen lo ve como complementario al diálogo; lo uno no anula lo otro. Tras matar, encarcelar y forzar al exilio a los dirigentes de la rebelión de abril, jóvenes en su mayoría, ahora el régimen se sienta a negociar con los que quedan, más precisamente, con quienes siente mayor afinidad y relación histórica, el sector de los grandes empresarios y banqueros, con quienes mantuvo una relación de muto beneficio desde 2008 hasta su colapso con la revuelta popular de 2018.

La tercera es la comunicación que el régimen sostiene con el gobierno de Estados Unidos. Ortega quiere, a toda costa, frenar las nuevas sanciones ya contempladas en la ley norteamericana que han impactado directamente sobre su familia y más cercanos colaboradores, también sobre sus empresas en tanto fueron afectadas por las medidas emprendidas por Washington contra la empresa Petróleos de Venezuela, S. A. (PDVSA) cuyos capitales están enraizados en algunos de los principales bancos y empresas nicaragüenses. De manera que esta negociación es a tres bandas, toda vez que cada una de las dos partes nicaragüenses debe tener presentes las indicaciones norteamericanas. Lo que tememos entonces es que esta negociación no es para salir de la dictadura sino para transar con ella. De lo único que podemos estar seguros es de que, como dice doña Francisca, solo el pueblo salva al pueblo. Que solo su lucha puede mover la balanza de fuerzas a su favor.

 

Entrevista a Alejandro Bendaña | Doctor en Historia por la Universidad Harvard

Alejandro Bendaña | Doctor en Historia por la Universidad Harvard

 

La doctora Vilma Núñez, reconocida jurista quien preside el Centro Nicaragüense de los Derechos Humanos (Cenidh) es categórica al afirmar que “los derechos humanos no son negociables”. Para ella, las libertades públicas, de expresión, de prensa, de movilización, la liberación de los presos políticos, el retiro de los paramilitares y el regreso sin represalias de los exiliados son derechos humanos que “no se pueden discutir”. Por lo mismo, son requisitos que deberían estar cumplidos antes de iniciar el diálogo —que tampoco va a ser transmitido a escala nacional por la televisión, como la vez anterior. ¿No se pudo llegar en mejores condiciones? ¿Está Ortega en una posición de fuerza?

Ni Ortega ni los negociadores de la empresa privada llegan en buenas condiciones a la mesa de negociación. Ambos necesitan escuchar a doña Vilma y a las múltiples voces que insisten en que no se puede negociar sin asegurar de forma inmediata la salida de los presos y el restablecimiento de las libertades cívicas, incluyendo la libre movilización y la presencia de los organismos internacionales de derechos humanos en el país. Se trata de asegurar el llamado “campo de juego parejo” o “ambiente habilitante” que evidencie la voluntad política seria de negociar que tiene régimen. No es que no se pueda tener confianza en los interlocutores, lo que no hay es confianza en la otra parte. Ahora, en términos morales, lo único que cabe negociar es la salida de Ortega y, posteriormente, la conformación de un gobierno de transición.

 

Ortega traicionó el sandinismo histórico, el sandinismo de Sandino, el de los fundadores del Frente Sandinista, del grupo que fue capaz de arriesgar su vida como guerrillero pero no su capital ya como empresario.

 

Hay temor dentro y fuera de Nicaragua de que al haber aceptado volver al diálogo, que ya fracasó una vez, la oposición haya caído en la estrategia de Ortega, capaz de dividirla como ya ocurrió en Venezuela. ¿Qué piensa al respecto?

Siempre es un riesgo, igual al riesgo que asume Ortega de que se produzca una escisión en las fuerzas armadas o bien entre él y sus partidarios inmediatos, de producirse un arreglo que no incluya a todos los orteguistas. Pero a diferencia de Maduro, Ortega no puede escapar de cierto grado de dependencia de los Estados Unidos cuya influencia en la escena es muy superior a la que goza en Venezuela. Hay muchos, fuera y dentro del país, que están a favor de concederle un “aterrizaje suave” a Ortega con amnistía asegurada y conservación de sus bienes malhabidos también. Se nos dice que es lo realista, pero también nos dicen los organismos de derechos humanos que no se puede negociar la impunidad, ni el “borrón y cuenta nueva”. De hecho, los crímenes cometidos por el régimen nicaragüense son mucho mayores —en términos absolutos y relativos— que los cometidos en Venezuela, al punto de que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), tras una rigurosa investigación, recomendó que Ortega fuera investigado por la comisión de crímenes de lesa humanidad.

Otro punto llamativo es la ausencia del obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, una de las voces más críticas de la Conferencia Episcopal contra el régimen Ortega-Murillo. Báez ha dicho que su viaje a Estados Unidos primero y luego a España es para atender “asuntos pendientes”. Pero lo cierto es que esta vez no estará presente en el diálogo como tampoco varios otros movimientos, como el de las madres de abril, los presos políticos y las organizaciones humanitarias… Se dice que han sido las condiciones de Ortega: menor presencia de la sociedad civil en la mesa y mayor peso del empresariado.

Aquí sí, el régimen emplea la fórmula de “divide y vencerás”. Cuando algunos obispos se colocaron al lado de la justicia, el régimen dijo nunca más a su presencia como mediadores. Sin embargo, el prestigio de la Iglesia en la sociedad nicaragüense es tal que tampoco pudo prescindir de ella en su conjunto. Sin mayor consulta entonces, se aceptó una nueva fórmula en la que quedan el cardenal y un obispo, a título personal como testigos, junto al nuncio apostólico, una figura central en todo el proceso de prenegociación.

Hay quienes afirman que las nuevas negociaciones son solo una “pantomima” y que Ortega ya pactó ciertas “concesiones” con la cúpula empresarial, comprometida desde 2007 con el modelo económico y de corrupción, a cambio de retrasar o incluso anular las sanciones de Estados Unidos en el marco de la NICA Act.

No tenemos cómo saberlo.  No conocemos la agenda ni mucho menos los puntos a negociarse ni la modalidad o secuencia de la negociación. Lo que sí está muy claro son las exigencias de la sociedad: los derechos humanos no son negociables y las víctimas tienen derecho a participar en la negociación.

 

 

A pesar de que el presidente Ortega sigue controlando todos los resortes del Estado, la Policía y el Ejército, para usted el orteguismo enfrenta una “derrota estratégica”. ¿En qué se basa para decirlo?

Ya está derrotado estratégicamente, lo evidencia el relativo aislamiento internacional, incluyendo el repudio de la izquierda democrática y el colapso de la asistencia venezolana. La juventud ha irrumpido sobre el escenario político para no volver jamás a la situación preabril, la Iglesia católica en su conjunto está comprometida con la población, el gran capital abandonó su alianza con Ortega y Estados Unidos reconoce que Ortega ya no puede asegurarle la “estabilidad” neoliberal que antes garantizaba. Nada de esto es reversible, por eso uno llega a la conclusión de que Ortega está estratégicamente derrotado. El régimen está en una crisis terminal. Solo le queda la fuerza bruta, pero cuando esto es lo único que le queda a un régimen, es también señal que ha sido derrotado.

Como experto en el sandinismo y usted mismo alguna vez militante del hoy orteguista Frente Sandinista, ¿qué siente cuando los jóvenes que protagonizaron la rebelión de abril dicen hoy que “el sandinismo ya fue” y que hace falta una nueva cultura política en el país?

Ortega traicionó el sandinismo histórico, el sandinismo de Sandino, el de los fundadores del Frente Sandinista —una persona indigna de su propio pasado, como dijera hace un tiempo José Saramago; del grupo que fue capaz de arriesgar su vida como guerrillero pero no su capital ya como empresario, señaló a su vez Eduardo Galeano. ¿En qué momento se tergiversó el sandinismo para adoptar la forma del orteguismo? Es un debate histórico pendiente. Pero en lo personal estoy convencido de que el día que los ideales de Sandino se terminen de imponer sobre el orteguismo, ese día cae Ortega. Que la figura de Sandino formará parte de la nueva cultura política nacional —porque sin Sandino no hay nacionalidad—. Es como si se pretendiera hablar de la Revolución Mexicana omitiendo la figura de Zapata. Ambos son referentes de una sola historia —porque Sandino se familiarizó con la lucha de Zapata pero también con la de Ricardo Flores Magón—, el “Tierra y Libertad” mexicano se convirtió en Patria y Libertad en Nicaragua. Y hoy ponemos el acento en las libertades nacional, social e individual.

¿En caso de que se adelantaran las elecciones, ¿qué partido o movimiento político estaría hoy en capacidad de disputarle el poder a Daniel Ortega?

Están en proceso de construcción y de resistencia, que es lo mismo, la fuerza rebelde social que se convierte en fuerza política y, si así lo estima, en fuerza electoral.

Otro punto. A propósito de la cruzada “antisocialista” de Donald Trump en América Latina, soy de la opinión que ni Trump, ni Maduro, ni Ortega tienen la menor idea de lo que significa el socialismo.