Por Carmen Galindo
Lo que más me importaba, incluso más que el Óscar para Alfonso Cuarón o para su película Roma, era que lo obtuviera Yalitza Aparicio y ni siquiera, lo confieso, he visto la célebre cinta. Me parece un reconocimiento a la mujer mexicana y a una joven maestra. Creía que era un buen momento cuando en Estados Unidos se ha desplazado la lucha de clases por reivindicaciones de género, y hasta hubiera representado un golpe a Trump y un espaldarazo a los migrantes de cualquier parte del mundo. Desde que Cahiers du Cinema propuso el concepto de cine de autor y en consecuencia se considera al director el autor del filme, siempre resulta incoherente que se considere, como en este caso, mejor director a Cuarón y no así a su obra, Roma, la mejor película, aunque sí sea la mejor cinta extranjera. Sin embargo, la mayor desventaja, desde la perspectiva de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas norteamericana que otorga los óscares, fue que Roma fue distribuida por Netflix, a la que la industria del cine considera hoy su mayor amenaza.
De las que cintas que he visto, le hubiera dado el Óscar a una que nominada, ni pintó: Vice. Me parece la mejor, no solo por su claro mensaje político y el retrato despiadado de George Bush y de paso de algunos hijos de políticos, habitantes de otro mundo opulento y despegados de la realidad, sino por su manera de narrar que no es documental pero casi, que es una biografía y al mismo tiempo una radiografía del mundo actual. Más que la historia del poder tras el trono de Dick Cheney en el gobierno de George W. Bush, lo que se observa es el ejercicio del poder. Aparece la prepotencia de los Estados Unidos, el dolor de la guerra para los pueblos explotados, en pocas palabras, el imperialismo a todo color. La tortura como medio de dominio, pero también de humillación, la ambición y la estupidez al desnudo y sin cortapisas. De modo sorprendente, a pesar de tratarse de una historia ya vivida tantas veces, el espectador, yo al menos, la mira al filo de la butaca, sin perder detalle y con zozobra. Es, sobre todo, un ejemplo de síntesis. En metáfora de Alfonso Reyes, el imperialismo “en una nuez”.
De las actrices, no me interesaron las que ganaron, pero tampoco Glenn Close, no me gustan los actores que proclaman a tambor batiente soy una eximia actriz. Por eso me encantó, Melissa McCarthy en Si me perdonas. Formidable, por supuesto, a su altura su amigo y cómplice gay el actor Robert E. Grant. Rebuscado y difícil de creer el guion de La buena esposa y en cambio, mejor urdido, increíble si no fuera real, el de Si me perdonas que sigue al pie de la letra la vida de Lee Israel.
La favorita se anuncia como la vida de Ana, la primera mujer que gobierna el imperio inglés, uno se pregunta si es posible que se hayan olvidado de la poderosa Isabel I y hasta de María Estuardo que, por cierto, es madre de la reina Ana. Lo que sucede es que Ana es, en efecto, la primera mujer que gobierna el imperio británico, ya no solo Inglaterra, sino Escocia e Irlanda. En esta cinta se tratan las relaciones lésbicas de tres mujeres, la reina y sus dos amantes.
Si Carlos Monsiváis me oyera le daría un ataque. Nunca me gusto Nace una estrella, en la versión de Judy Garland y James Mason, que era película de culto para Carlos, ni la de Barbra Streisand y Kris Kristofferrson y en cambio vi con gusto la de Lady Gaga y Bradley Cooper. De las canciones, y espero que no me excomulguen, prefiero las interpretaciones de la Straisend. Los tres galanes, guapísimos, incluido Mason.
El Óscar a la mejor película fue para Amistad sin fronteras y está muy bien. Es una historia amable sobre un pianista real, Don Shirley, que es negro y homosexual en los Estados Unidos de los sesentas en plena lucha por los derechos civiles. Shirley, admirado por Stravinski, tiene su forma de luchar, distinta a la de Martin Luther King y no digamos a la de los panteras negras o Malcolm X. Opone a los agravios, su dignidad y es interpretado magistralmente por Mahershala Alí. Su chofer en una gira de conciertos en que tiene que esquivar el racismo, es un italiano pobre, un cálido Viggo Mortensen, que padece igualmente la discriminación y el clasismo.
Todas, si nos fijamos tienen como protagonistas a los discriminados: una empleada doméstica, unas lesbianas, negros, italianos, homosexuales, una mujer desempleada y gorda. Y todos o casi todos están al pie de la realidad, lo que nuestros vecinos del norte llaman la no ficción.
Todo mundo sabe que Bette Davis, creo que la única mujer que ha sido presidente de la Academia, fue quien dijo al ver la estatuilla “se parece a mi tío óscar” y así le puso nombre al premio, pero ahora, vaya usted a saber si es cierto, todo mundo asegura que el Óscar es la figura de Emilio, el Indio Fernández.

