Este 15 de marzo se cumplieron ocho años del inicio de la guerra en Siria, que comenzó con manifestaciones en contra del gobierno de Bashar al-Assad, a lo que se sumó la posterior rebelión de una fracción del ejército y otros grupos armados. La intervención de diversas potencias a favor y en contra de la dinastía de los Assad, sumada a la entrada en escena del grupo terrorista yihadista Estado Islámico (ISIS o Daesh), convirtió este conflicto en el más sangriento tras casi tres mil días de violencia; no obstante, el gobierno sigue manteniendo el control sobre 62 por ciento del territorio.

La Unicef llamó esta semana a poner fin al conflicto, que está lejos de terminar y afecta a ocho millones de niños sirios dentro y fuera del país, al verse obligados a huir de sus hogares y sin acceso a servicios vitales.

Según el organismo de la ONU, solo en 2016, el año más mortífero desde que comenzó la guerra, 1,106 niños murieron debido a la violencia y, los que sobreviven, afirma la Unicef, “lo hacen con profundas cicatrices, tanto físicas como psicológicas, están perdiendo su infancia”.

Para Javier Martos, director ejecutivo de Unicef Comité Español, “los niños y niñas de Siria no merecen ni un día más de violencia. Su sufrimiento debe acabar”, asegura. Al respecto, el organismo ha impulsado desde Madrid una campaña de apoyo en las redes sociales #8enmicorazón a fin de recordar a todos los actores implicados que la guerra debe terminar, y hacer llegar a los niños sirios y sus familias el mensaje de que no están olvidados.

El organismo añade que más de dos millones y medio de niños y niñas sirios viven como refugiados en países vecinos como Jordania, Líbano o Turquía y necesitan ayuda humanitaria urgente, al igual que la población infantil que permanece en Siria.

En 2018 las instalaciones educativas y sanitarias sufrieron 262 ataques, una cifra récord, en tanto los artefactos explosivos sin detonar causaron el año pasado 434 muertes y lesiones. Además, solo la mitad de las instalaciones sanitarias están en operación y muchos niños sufren desnutrición, cuando más de 83 por ciento de la población siria vive bajo el umbral de la pobreza.

En un enérgico editorial el vespertino francés Le Monde calificó de “desastre sin fin” la situación en Siria, un país “exangüe” tras ocho años de guerra.

“Devastada humana y económicamente, Siria está irreconocible, y  Bashar al-Assad, el dictador contra el cual una parte del pueblo se insurreccionó, sigue todavía ahí”, afirma el editorial que aporta una relación escalofriante de cifras actualizadas.

 

Más de dos millones y medio de niños y niñas sirios viven como refugiados en países vecinos como Jordania, Líbano o Turquía y necesitan ayuda humanitaria urgente, al igual que la población infantil que permanece en Siria.

 

Siria es hoy un país “amputado” en cerca de la mitad de su población económicamente activa. Sobre los 21 millones de habitantes con que se contaba a comienzos de 2011, entre 300,000 y 500,000 mil fueron muertos y 1.5 millones están inválidos. Unos 6 millones de personas han huido al extranjero y otros 6.6 millones están desplazadas en el interior del país, viviendo en la mayoría de los casos en condiciones muy precarias.

“Exangüe humanamente, Siria lo está también en lo económico”, asegura el diario. “Ha perdido las tres cuartas partes de su producto interno bruto, que pasó de 60 mil millones de dólares en 2010 a cerca de 15 mil millones en la actualidad. Un tercio de sus inmuebles fueron destruidos o dañados. El sector agrícola produce menos que hace treinta años y tres millones de niños están fuera de las escuelas”.

Sin embargo, agrega, “por terribles que sean, las cifras no dan toda la medida del desastre”. Destaca que el levantamiento de 2011 que provocó la guerra y sus estragos fracasó, mientras el régimen de Bashar al-Assad “ha logrado consolidar a las tropas leales en torno suyo, apoyándose en el ejército que, contrariamente a las numerosas predicciones, no colapsó”. Al contrario, está teniendo lugar según algunos expertos un proceso de reestructuración, a instancias de Rusia e Irán, los principales aliados de Assad, después de haber perdido la mitad de sus efectivos, lo que está dando pie al surgimiento de un nuevo orden militar y de seguridad que ha ampliado la influencia de la comunidad alauita —una rama del islam chiita—, la del clan Assad.

El periódico cifra entre 200 y 400 mil millones de dólares el costo estimado de la reconstrucción, cuando —ironiza— “no serán los principales aliados de Siria, Rusia e Irán los que van a reconstruir las escuelas y los hospitales”. Tampoco Occidente se siente incitado a apoyar la reconstrucción de un país “ante la ausencia de alternativa política”, estando la oposición “aniquilada” a medida que Bashar al-Assad fue sumando victorias.

Respecto a Estados Unidos y Europa, han concentrado su intervención en luchar contra el grupo ISIS; aunque el éxito militar contra el proyectado “califato” no debe ilusionar a nadie, dice Le Monde: “el combate puede resurgir en cualquier momento, bajo otra forma”.

En lo diplomático, el balance es igualmente pesimista. El diario fustiga al gobierno de Vladimir Putin que “usando y abusando de su poder de veto, paralizó la acción del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Siria”. Y si Bashar al-Assad ha sobrevivido, añade, “no es gracias a sus talentos de estratega ni a su base política”, debe su salvación a la aviación rusa, cuya entrada en escena a finales del verano de 2015, fue en efecto determinante, junto al apoyo de las fuerzas iraníes en el terreno.

“Bajo un aluvión de bombas”, concluye el periódico, “la rebelión terminó por abandonar sus posiciones después de haber resistido durante un año”. “Hoy, Moscú, Teherán y, de una manera más compleja, Ankara tienen la ventaja”.